Hidromiel

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La epidemia desapareció tan rápido como comenzó.

Los funerales de Brenna y el viejo Gormdsen se celebraron a los pocos días y en tonos muy diferentes. El funeral de la pequeña fue discreto y sumamente triste. Astrid descubrió que su familia, los Haugsen, carecía del suficiente dinero como para cremar a su hija en un barco, más teniendo en cuenta que, debido a la temporada de incubación e hibernación, Mema no disponía de dragones para descongelar el hielo de la bahía. Por esa razón, la familia de Brenna se tuvo que conformar con construir una pira a base de leña en el acantilado.

Astrid asistió al funeral con Gothi, quien por fortuna se había recuperado del todo de la enfermedad; y, pese a que se esforzó en no llamar la atención, no pudo evitar el encuentro con la familia de Brenna. La madre, Faye, pese a estar embarazada, había perdido peso de forma alarmante y la bruja observó horrorizada que estaba haciendo un esfuerzo titánico por no venirse abajo delante del resto de sus hijos. Astrid había temido el encuentro por temor a que la culparan por la muerte de la niña; pero, aunque sus palabras no fueron las más amables debido a la terrible situación, no había resentimiento en ellas.

—Sólo espero que llegue al Valhalla dónde estarán sus abuelos y su hermano Enrik esperándola —dijo Faye sin poder contener todas sus lágrimas.

—Brenna luchó hasta al final —le prometió Astrid con suma tristeza—. Estoy convencida de que su alma fue recogida por las valquirias y que fue recibida con honores.

Ante sus palabras, Faye rompió a llorar y se abrazó a Astrid con desesperación. Incómoda por la situación y abrumada por sus propias emociones, la bruja le devolvió el abrazo. El padre de Brenna, Jora, con los ojos rojos e hinchados, agarró a la mujer cuando fueron a encender la pira de la niña. Gothi le golpeó en el hombro con su bastón para pedirle que se colocara a su lado. Estoico e Hipo encabezaron el cortejo fúnebre junto a la familia Haugsen y fue el Jefe quien pronunció unas palabras solemnes por la niña. Cuando encendieron la pira, Astrid recitó en silencio la oración que las brujas cantaban cuando una de las suyas era reclamada por Freyja en el Valhalla. Sin duda, era el mayor de los honores, más si la bruja había caído en batalla y, aunque Brenna no era una bruja, Astrid consideró que la pequeña merecía un reconocimiento de esa talla.

La bruja se quedó hasta que las llamas de la pira se extinguieron. Para entonces, la mayoría de los asistentes al funeral se habían marchado. Estoico e Hipo acompañaron a los Haugsen de regreso a casa, mientras que el resto se habían retirado al Gran Salón para resguardarse del frío. Astrid esperó a que todos se marcharan para recoger un puñado de cenizas calientes que metió en una bolsa de tela y, seguido, convocó una ráfaga tormentosa de viento que causó que el resto de las cenizas volaran hacia al mar. Caminó hasta la casa de los Haugsen y, con cuidado de que no la viera nadie, se coló en el estrecho callejón que hacía el edificio con la casa vecina. No sin esfuerzo, cavó un pequeño hoyo en la tierra que estaba congelada por el hielo formado por la nieve y las bajas temperaturas. Astrid, que no llevaba guantes, dejó de cavar cuando sus dedos estaban tan rojos que ya no los sentía, y abrió la bolsa de tela para echar las cenizas dentro. Cerró el hoyo de nuevo y, en un melodioso susurro, Astrid entonó un hechizo. Un leve resplandor verde salió de sus manos y sintió que tanto sus manos como la tierra removida se calentaban bajo su magia. Una vez concluído el hechizo, Astrid se levantó y sacudió sus manos contra su ropa para quitar los restos de tierra. Se marchó del callejón sigilosa y con el corazón en un puño al escuchar el llanto desesperado de Faye Haugsen. La bruja volvió a sentir una punzada de culpa en su estómago y aceleró el paso cuando tomó el camino de vuelta a casa de Gothi, convencida de que esa noche tendría que tomar poción del sueño para no sufrir pesadillas.

El funeral del viejo Haran Gormdsen dio más dolores de cabeza que el discreto funeral de la niña. La familia Gormdsen era adinerada y quería que el anciano fuera enterrado con honores y con la grandilocuencia digna de los jefes de la aldea. La familia estaba compuesta por dos hermanos, una hermana y la madre de éstos, a quien solo se la vio en el funeral cubiera por un velo negro que cubría su cara y no acudió al banquete. Los Gormdsen vivían de las rentas que sacaban de las tierras de labranza que tenían alquiladas a varios conciudadanos y no eran precisamente los arrendadores más queridos de la aldea. Resultaban ser unas personas egoístas, insoportables y, al parecer, mantenían una relación muy tensa con los Haddock, a quienes no consideraban buenos líderes para Isla Mema, probablemente por los aranceles que se veían obligados a pagar por su amplio patrimonio y las regulaciones que Estoico había impuesto para evitar subidas severas de los alquileres. Hipo los evitaba como la peste, sobre todo porque pese a que aceptaran a los dragones en su momento, Brusca le contó que los jinetes habían tenido más de un encontronazo con ellos por las evidentes señales de maltrato hacia las criaturas e Hipo había terminado prohibiéndoles montar sobre ningún dragón.

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