Convalecientes

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Astrid apenas durmió las dos primeras semanas tras la batalla de Isla Mema.

Había ignorado las súplicas de Hipo, las insistencias maternales de Valka y las broncas de Brusca para que descansara un poco. Había demasiado que hacer como para perder el tiempo en tonterías como dormir o, al menos, así lo consideraba ella. Isla Mema no contaba con ninguna galena que pudiera tratar a los tantísimos heridos que el conflicto había dado y, desafortunadamente, Astrid era la única con suficiente estómago y conocimiento médico para hacerlo.

La batalla de Isla Mema había sido una auténtica carnicería, sin importar el bando al que se hubiera pertenecido. Astrid había tenido que enseñar sobre la marcha a un grupo de voluntarios a cómo se debía amputar miembros, a parar hemorragias, a recolocar huesos o a curar infecciones, entre otras muchas cosas. Los tres primeros días fueron una auténtica pesadilla y Astrid había acabado tan cubierta de sangre por las cirugías que Brusca, a la vista de que no iba a convencerla para que se detuviera a descansar, le suplicó que al menos se lavara y se cambiara la ropa para que parecía más una sanadora y no una carnicera.

Pasada una semana, fue Hipo el que, harto de su cabezonería, terminó dándole un ultimátum.

—O te vienes conmigo a la cama o te llevo a rastras, tú eliges.

Astrid dio su brazo a torcer porque estaba segura de que Hipo no estaba hablado de manera figurada. Apenas tenía hambre cuando se acercaron al puesto improvisado de comida que habían colocado en la plaza de la aldea, pero decidió no tentar a su suerte cuando Hipo la fulminó con su mirada ante su clara inapetencia. Después, fueron a casa de los Haddock, ignorando las miradas de curiosidad y alguna que otra de escándalo, y Astrid se quedó dormida en la cama de Hipo tan pronto su cabeza rozó la almohada.

La bruja durmió solamente seis horas, tiempo suficiente para que Hipo hubiera organizado los turnos con Brusca y los demás voluntarios para que así todos tuvieran ocasión para dormir y descansar. Astrid, quien sentía que todo aquello era su responsabilidad y debía pasar más tiempo que nadie en el hospital, no estuvo de acuerdo, pero nadie parecía dispuesto a ceder con que la bruja debía meter más tiempo que los demás, por lo que cada vez que acababa su turno, independientemente de si fuera mitad de la noche o mediodía, Hipo aparecía por el Gran Salón para arrastrarla hasta su casa para que comiera algo y durmiera.

Una mañana, pasadas unas dos semanas desde la batalla de Isla Mema, se despertó más tarde de lo habitual. Su corazón dio un vuelco por haberse quedado dormida y se levantó de la cama de un salto. Hipo, por supuesto, no se encontraba allí y reparó que tampoco estaban las ropas sucias de sangre que había dejado tiradas en el suelo antes de quedarse dormida de madrugada. Sin embargo, al pie de la cama había una túnica y unos pantalones limpios de su talla y le habían dejado unas botas de piel muy usadas que le quedaban algo grandes. Bajó acelerada a la planta inferior, ansiosa por volver al Gran Salón, pero Valka enseguida se interpuso en su camino.

—Tienes que desayunar.

—Valka, no tengo tiempo para...

—Desayuno, Astrid —repitió la bruja con voz de madre autoritaria—. Después, podrás hacer lo que te venga en gana.

Ni Hipo ni Estoico estaban allí. Es más, Hipo rara vez pasaba la noche en su casa, dado que dormía en los establos con Desdentao para hacer las curas de su cola y vigilar que no se le infectara la herida. Además, el Furia Nocturna había caído en una profunda depresión a causa de su discapacidad completa para volar e Hipo pasaba muchas horas a su lado diseñando nuevos prototipos de colas que solo él parecía comprender. Cuando Hipo no estaba con él, Tormenta se volcaba en acompañarlo y cuidarlo para que no se sintiera solo. Astrid, por su parte, le visitaba cuando conseguía sacar un poco de tiempo, aunque el Furia Nocturna rara vez hablaba con ella y simplemente se dejaba rascar las escamas mientras apoyaba su cabeza contra su regazo.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora