El pacto

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Una parte de Hipo decía que aquello sólo era un conjunto de casualidades y mala suerte.

La bruja debía haber sido un producto de una pesadilla y esa Astrid, que era una réplica exacta de la criatura de sus sueños, era una mujer perfectamente normal. Sin embargo, mientras todos veían a una joven vikinga agradable y guapa, él vio en sus ojos aquel halo sobrenatural, frío y calculador que había apreciado la noche anterior. Aún así, más allá del calambre que provocó cuando se dieron la mano, Astrid cuidó en no mostrar señales de que le reconocía. Hipo sintió un nudo en el estómago, preocupado por tener a un ser tan peligroso cerca e integrado en su población.

La sobreexcitación de las personas de su alrededor era abrumadora y desconcertante. Si no se tenía en cuenta que Astrid era una bruja inmune al fuego y capaz de convocar tormentas o lanzar a cualquiera por los aires con un simple movimiento de muñeca, era buena noticia que Gothi hubiera encontrado una aprendiz tan joven en tan poco tiempo, pero no era para montar una fiesta y la aldea parecía dispuesta en hacer un banquete en honor a la futura galena de Isla Mema.

—Papá, el invierno está a la vuelta de la esquina ¿No crees que es un poco inconsciente organizar una cena en honor a una desconocida cuando estamos todavía recopilando recursos para el invierno? —le preguntó Hipo a su padre cuando estuvieron lo bastante apartados para que no les escucharan.

—Hijo, tienes que aprender a disfrutar del momento y las buenas nuevas —respondió su padre sonriente.

—¿Es para celebrar que Gothi haya encontrado una aprendiz de la noche a la mañana? Papá, no sabemos quién es esta mujer, me parece muy precipitado aceptarla sin más.

—¡Tonterías! ¡Astrid parece una persona totalmente fiable!

—¿Y qué razones tienes para justificarme que eso es así?

Por primera vez, Hipo notó cierta consciencia en los ojos de su padre. Se frotó la barba y se quedó pensativo.

—¿Acaso sospechas de ella, hijo?

Hipo quería contarle los acontecimientos de la noche pasada, ahora más convencido de que no se había tratado de una pesadilla, pero había algo dentro de él que se lo impedía. Sabía que iba a sonar como un loco y que su padre no le iba a creer. ¿Brujas? ¿En Mema? ¡Menuda majadería! Es más, temía que su padre asociara su relato a sus problemas de insomnio, por lo que decidió inventarse algo más razonable.

—¿Y si es una espía? —improvisó Hipo.

—¿Espía? ¿De quién? —inquirió Estoico sorprendido.

—¿Cazadores de dragones, quizás?

Su padre ladeó la cabeza confundido, pero sabía que su argumentación no era mala. Ya habían tenido encontronazos con cazadores de dragones en el pasado, ¿quién decía que una joven salida de la nada como Astrid no podía ser una espía de ellos? Era una mentira sostenible que podía ayudarle a echarla de la isla. Hipo abrió la boca para darle más argumentos cuando escuchó una voz a sus espaldas:

—Muchas gracias por aceptarme en vuestra aldea, Jefe.

Astrid sonreía de oreja a oreja, aunque Hipo estaba seguro de que sabía que estaban hablando de ella. Su padre enrojeció de la vergüenza, como si le hubiera pillado causando un delito, e Hipo arqueó una ceja con escepticismo. Era muy raro que su padre se avergonzara por nada y mucho menos por mantener una conversación relacionada con la seguridad de la aldea.

—Hola Astrid, Hipo y yo estábamos hablando del banquete de esta noche —comentó Estoico posando su mano sobre el hombro de su hijo.

—¡Qué detalle! —exclamó Astrid sonriente.

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