Teorías de la conspiración

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—Relájate.

—Estoy relajada.

Hipo chasqueó la lengua.

—Astrid, estás tan tensa que tu respiración podría cortarse con un cuchillo —insistió Hipo—. Inspira hondo, no te va a pasar nada. ¿A que no, Tormenta?

Por supuesto que no.

El sol brillaba con fuerza y hacía bastante calor para ser Isla Mema. El día perfecto para hacer su primera prueba de vuelo, le había dicho Hipo durante el desayuno. Astrid no estaba para nada convencida de estar preparada para montar sobre un dragón, aunque fuera Tormenta. Pero Hipo no dio su brazo a torcer: estaba preparada.

Estaban sobre uno de los acantilados de Isla Mema. Hipo se había vestido con su traje de vuelo y Astrid llevaba una capucha de piel de conejo, junto con una camiseta azul, unas coderas, unas rodilleras y unas hombreras metálicas para hacer un amago de protegerse. Tenía el pelo recogido en un moño para que no le molestara mientras volaba, aunque ya se le habían soltado algunos de sus largos mechones. El vikingo le había fabricado una montura para que pudiera volar con mayor comodidad y, una vez más, le estaba dando las instrucciones que ya le había repetido veinte veces esa última semana.

—Recuerda, tienes que confiar en Tormenta. Partes con la ventaja de que puedes hablar con ella, pero tenéis que compenetraros hasta tal punto que podáis comunicaros sin tener que emplear el habla.

—¿Y cómo se supone que vamos a conseguir eso? —cuestionó Astrid desconfiada.

—Confiando en ella más de lo que harías en ti misma —contestó Hipo.

Astrid iba a preguntarle cómo demonios se podía hacer eso, pero el vikingo se giró hacia Desdentao para pedirle que se acercara. Tormenta bajó la cabeza a su altura y le dijo:

Tú no te preocupes, si te caes te cogeré.

—Sabes que eso no es un consuelo, ¿verdad?

La Nadder rió.

Lo haremos bien, ya lo verás.

Tormenta se agachó del todo para que Astrid pudiera montar sobre con mayor facilidad y se ajustó el arnés a la montura. La bruja se sujetó con fuerza a la silla y apretó los muslos contra el cuerpo de la Nadder cuando ésta se levantó. Astrid contuvo la respiración, aunque se esforzó en que no se le notara que estaba demasiado nerviosa.

—¿Y ahora qué? —preguntó la bruja.

—Vuela —contestó Hipo, quién ya se había subido a Desdentao.

—Sí, ¿pero cómo lo hago sin decírselo?

Hipo arqueó las cejas y miró a su dragón quién parecía tan sorprendido como él por su pregunta.

—¿No lo sé? —dijo él sonriendo incómodo.

—¿Cómo que no lo sabes? ¡Llevas años volando con Desdentao sin que pudieras hablar con él!

Hipo sacudió la cabeza.

—Es verdad que Desdentao y yo llevamos mucho tiempo volando juntos, pero ambos aprendimos a comunicarnos mediante el sistema de su cola. Esta parte suele salir de uno mismo, todo depende de la conexión que tengas con tu dragón —reflexionó un momento ante la indecisión de Astrid—. ¿Cómo os sale a las brujas volar?

—¿Cómo te levantas todos los días de la cama? —respondió ella como si fuera la cosa más evidente del mundo—. Volar para nosotras es lo mismo que eso: un impulso natural.

—Piensa entonces que volar con Tormenta es algo tan fácil como caminar —sugirió él—. Intentad no hablar entre vosotras y mírate a ti misma como si fueses... humana.

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