La dama del lago

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Astrid no supo cuánto tiempo estuvieron caminando.

Seguía los pasos del Dios del Trueno a una distancia prudencial a través de la niebla. No era capaz de ver más allá de la gigantesca figura de Thor, pero el dios parecía conocer el camino que debían seguir. A cierto punto, tenía los pies tan fríos que apenas podía notar la humedad de la hierba sobre la que pisaba y enseguida tuvo que abrazarse a sí misma para resguardarse del frío, aunque fue un acto inútil ya que la fina tela de su vestido apenas servía de abrigo. Cuando sus dientes se pusieron a castañear, Thor se volteó por primera vez con expresión taciturna.

—¿Tienes frío?

A Astrid le avergonzó tener que asentir con la cabeza, pero el dios se retiró su capa y se la colocó sobre los hombros en un gesto casi delicado para alguien de aspecto tan hosco y furioso. Astrid no pudo evitar un suspiro de placer cuando la suave piel de animal, que aún conservaba el calor corporal y electrificante de Thor, alivió el frío que estaba sacudiendo hasta la última fibra de su cuerpo.

—Estamos cerca de los lindes del Helheim —explicó Thor retomando el camino—. Los dioses apenas notamos el contraste de temperatura, pero allí hace más frío que en cualquier paraje de los nueve mundos.

—¿Y qué lugar es este? —preguntó ella con voz todavía temblorosa a causa del frío.

—Es un lugar de paso entre la vida y la muerte —respondió el dios sin mirarla—. Aquí vagan aquellos que ni están del todo muertos, pero tampoco vivos del todo. Procura no separarte, jovencita, es un lugar peligroso si no se sabe por dónde se camina.

Astrid procuró andar más cerca del dios, preguntándose a qué se estaba refiriendo con lo de que allí rondaban los que no estaban del todo muertos, pero tampoco vivos del todo. Sin embargo, pronto recibió su respuesta cuando algo cogió de su brazo. Jadeó asustada al ver la figura de un hombre esquelético con la mirada perdida. Rumiaba algo en una lengua que la joven no comprendía, pero parecía necesitado de que alguien le escuchara. Escuchó a Thor suspirar irritado y empujó al hombre lejos de ella, aunque éste no pareció apenas ni percatarse de la presencia del dios y se perdió entre la niebla mientras seguía murmurando por lo bajo. Astrid contempló a Thor angustiada y muy confundida, aunque no se detuvo a darle ninguna explicación, solamente le indicó que le siguiera.

—Ese hombre... —dijo Astrid al cabo de un rato.

—Era humano —aclaró Thor—. Ya te lo he dicho, por aquí caminan los que aún no están muertos, pero tampoco están del todo vivos.

—¿Y qué pasa conmigo? ¿Estoy muerta o...?

—No es momento de responderte a esa pregunta —espetó Thor de mala gana.

—¡¿Y cuándo demonios va a dignarse alguien a darme una maldita respuesta?! —gritó ella furiosa.

Thor se volteó tan abruptamente que Astrid dio un paso inconsciente hacia atrás, quizás impulsada por su instinto de supervivencia. Aún así, el dios se acercó peligrosamente y se inclinó hacía ella con la furia marcada en sus ojos.

—La impertinencia no es un atributo del que debas presumir ahora mismo, chiquilla —le advirtió el dios con voz grave.

Pese a que la piel se le puso de gallina, Astrid alzó la barbilla indignada.

—Me sumergís en un mundo de mentira en el que me persiguen unos fantasmas y me restregais una vida casi perfecta en la que hubiera podido ser amada por mi familia para luego arrebatármela sin darme la opción siquiera de despedirme —Thor abrió la boca para mandarle callar, pero Astrid estaba demasiado enfadada como para permitir que la silenciaran—. Luego, se me aparece mi novio diciéndome que se dejó dominar por un gigante loco del fuego y parecía dispuesto a destruirme cuando, de repente, aparezco aquí, ante ti, y me haces caminar durante horas para llevarme ante el dios más poderoso de todos porque tengo que someterme a otro juicio. ¡¿Y soy yo la impertinente por demandar una sola puta respuesta?!

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora