La marca de la bruja

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Hipo estaba teniendo un mal día.

No, mentira.

Hipo estaba teniendo un día de mierda.

Preparar un plan contra una bruja junto con otra con la que encima se estaba acostando y quien, además, le generaba emociones encontradas, no era precisamente una excursión. Aún así, había estado más o menos tranquilo a sabiendas de que Astrid parecía saber lo que estaba haciendo. Además, no había que olvidar que contar con el respaldo de Desdentao era siempre un punto a favor. Si todo iba de acuerdo al plan, no tendría que surgir ningún problema. Sin embargo, a sus veintidós años, Hipo ya tenía que haberse mentalizado que el destino no le iba a sonreír nunca.

Después de todo, Hipo Haddock era la persona con peor suerte de todo el Archipiélago.

Tras el encontronazo con Kaira Gormdsen, quien se llevó a una furiosa Astrid arrastras, Hipo se dispuso a buscar a su padre. Sin embargo, fue Mocoso el que le encontró antes.

—¿Dónde diablos estabas? ¡Te hemos estado buscando por toda la aldea! —le recriminó irritado su primo—. Tu padre te está buscando.

—Ya lo sé, iba ahora hacia el Gran Salón —contestó Hipo sin amainar el paso.

Desde su último estirón, Mocoso siempre tenía problemas para seguir su ritmo acelerado, dado que sus piernas eran bastante más cortas que las suyas. Hipo no podía evitar reírse por dentro, sobre todo por la ironía que suponía que ahora fuera precisamente el más alto de la panda.

—Tío, creo que te convendría saber una cosa.

—No tengo tiempo ahora, Mocoso —le interrumpió agobiado—. ¿Te importa si hablamos más tarde?

Mocoso se quedó con la palabra en la boca, pero no insistió más. Todos sabían que era mejor no irritar a Hipo cuando iba con prisa y no era ningún secreto que Mocoso era el más rápido en conseguirlo. Hipo subió de dos en dos las escaleras de piedra hacia el Gran Salón y entró en el enorme comedor buscando a su padre con la mirada. Estoico le llamó desde el fondo de la sala. Hipo se acercó curioso y extrañado de que Bocón, Gothi y otros miembros del Consejo también estuvieran allí con él.

Se preguntó si estaría metido en un buen lío.

No sería la primera vez que le organizaban una intervención a sus espaldas.

Sin embargo, junto a su padre había otro hombre de grandes dimensiones con cabello y barba azabaches recogidos en trenzas. A Hipo no le sonaba haberlo visto nunca y mucho menos a la joven dama que estaba sentada a su lado. Aquella joven era muy hermosa, de piel lechosa y tersa que contrastaba con el cabello igual de oscuro que el de su acompañante y sus largas y delicadas ondas que caían por su espalda. Sonrió con dulzura tan pronto se cruzaron las miradas e Hipo no pudo evitar ruborizarse.

—Hijo —su padre rodeó los hombros de Hipo con su ancho brazo y le empujó a su lado—. Permíteme que te presente a Lord Bardo Noldor, jefe de la Isla de Beren, y a su encantadora hija Lady Kateriina Noldor de Beren.

Bardo hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo mientras que la dama se levantó para hacer una reverencia. Algunos miembros del Consejo se intercambiaron las miradas fascinados por tal decoroso gesto; pero, en el caso de Hipo, se sintió muy violento ante tanta cortesía y no supo responder de otra forma que inclinando la cabeza a padre e hija. El joven vikingo lanzó una mirada escandalizada a su padre reclamando explicaciones.

¿Por qué demonios nadie le había avisado de que Bardo y su hija iban a venir hoy?

Mierda.

Astrid iba a matarle.

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