Epílogo 3: Tempestad (FINAL)

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Zephyr Haddock sabía que llegaba tarde y que su padre iba a matarla.

Daba igual que esa mañana hubiera madrugado tan temprano que ni siquiera había salido el sol y que hubiera dejado una nota a sus padres prometiendo que estaría de vuelta antes de la ceremonia. Zephyr se había querido organizar para estar de vuelta a la hora del desayuno, pero no había esperado que tardaría tanto en encontrar las dichosas flores y había perdido la noción del tiempo en su búsqueda. Además, había aprovechado para dejar flores en el monolito que honraba la memoria de su abuelo Estoico y de su hermano, Gisli, que habían fallecido durante el equinoccio de primavera de hacía trece años. Zephyr sustituyó las flores secas por unas frescas, y besó sus dedos para posarlos sobre los nombres tallados en el monolito. Volvió a la carrera por el bosque que quedaba justo detrás de su casa, con otro ramillete grande de flores en una mano y consciente de que estaba cubierta de tierra hasta las cejas. Torció por la ruta que llevaba hasta la puerta trasera de su casa, aunque ya podía escuchar el bullicio en la aldea y la música sonando por las calles.

Todos la esperaban a ella.

Zephyr ignoró el nudo en su estómago y movió el picaporte de la puerta con suavidad para que nadie reparara en su presencia. Había gente en casa todavía, probablemente su tía Brusca estaría vistiendo a su madre en su dormitorio y estarían expectantes de vestirla a ella también. Zephyr caminó hacia las escaleras con cuidado de no hacer ruido cuando escuchó un carraspeo que hizo que diera un pequeño chillido. La muchacha se volteó alarmada, ocultando el ramillete de flores a su espalda, aunque sabía que era una estupidez hacerlo. Su padre la había pillado con las manos en la masa, como cabía esperar.

Hipo Horrendous Haddock III era el rey del Salvaje Oeste y señor de las tierras del norte, hijo de Estoico Haddock el Inmenso y era conocido por todo el Archipiélago y el norte del Continente como Ormr Konungr o el Rey Dragón. Su padre había puesto fin a la guerra de los dragones gracias a que había domado un Furia Nocturna con nada más que con su ingenio y, además, había sido el primer hombre en dominar la magia del fuego. ¿Y qué más se podía decir de él? Había sido un héroe y líder en las guerras contra la tirana Le Fey que había gobernado el Archipiélago antes que él, había matado a Drago Bludvist y se había impuesto sobre los Señores de la Guerra que habían intentado reconquistar el Archipiélago.

Su padre era un hombre increíble y una de las personas que Zephyr más admiraba en el mundo.

Y ahora la contemplaba vestido con su túnica de gala y su capa de rey, con los brazos cruzados sobre su pecho y el ceño fruncido. Al menos no llevaba puesta la corona, pensó Zephyr aliviada, habría sido más complicado asumir una bronca de su rey que de su padre.

—¿Y bien? —dijo su padre—. ¿Qué excusa vas a poner hoy?

Zephyr bajó la mirada avergonzada.

—He dejado una nota —se defendió en un susurro.

Su padre le lanzó una mirada de circunstancias.

—Te tenemos dicho que si quieres salir a explorar tienes que ir siempre acompañada, Zephyr —le recordó su padre con severidad.

La muchacha alzó la barbilla indignada.

—Puedo defenderme perfectamente sola.

Su padre estrechó los ojos.

—No dudo de que algún día llegarás a ser tan buena guerrera como tu madre, pero ese día todavía tiene que llegar —advirtió Hipo irritado—. Eres una princesa, Zeph, eres nuestra hija. Eso conlleva a que estés en peligro constantemente y no nos lo pones fácil escaqueándote cada dos por tres para... ¿esas son flores?

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