DOS

1.5K 198 42
                                    

—Yunho, necesito que hoy te quedes unas horas extras en la cafetería —dijo la mujer mientras se mantenía de espaldas en la cocina, preparando el almuerzo.

—Claro —respondió el pelinegro sin despegar la vista de sus apuntes.

Estaba como loco escribiendo lo último de su trabajo. Hoy debía entregarlo y sólo le quedaba un poco.

La mujer luego de un momento se acercó y depositó un plato a un lado de su hijo, viendo atentamente lo que escribía.

—¡Al fin! —exclamó sonriente. Ella sonrió y acarició su cabello con una sonrisa cargada de orgullo.

Yunho tenía veinte años y ya cursaba su segundo año en medicina. Una carrera larga y bastante pesada, pero el pelinegro se las ingeniaba para estudiar y trabajar en la cafetería de la familia, porque todo se lo pagaba él, así que no se consideraba dueño o algo así del lugar, sólo un simple empleado que debía esforzarse igual que cualquier otra persona.

Sus padres estaban sumamente orgullosos de él. Desde pequeño ya sabía lo que era la responsabilidad y la grata sensación de ganarse las cosas por mérito propio, puesto que con sólo ocho años solía ayudar a su padre cuando descargaba cosas del camión para la cafetería, y el hombre le daba dinero cuando terminaban, siempre diciéndole que "todo trabajo tiene su recompensa".

Y Yunho se crió así, siempre responsable y dispuesto a ayudar a sus padres en lo que sea, o incluso a cualquier persona. Tenía muy bien inculcado el sentido del deber.

—Come tranquilo, aún tienes tiempo para irte —dijo la mujer alejándose.

El pelinegro asintió y comió calmado mientras miraba las noticias del mediodía.

Luego de unos minutos, subió y se lavó los dientes e inmediatamente agarró su mochila y salió de casa pasando por la cafetería, despidiéndose de sus padres y de algunas personas que ya eran clientes frecuentes con quienes tenía una linda relación.

Se detuvo en la esquina y esperó paciente a que el semáforo cambiara, pero en ese momento un vehículo pasó rápido sobre un charco de la lluvia de ayer, e inevitablemente le tiró parte del agua encima al pelinegro que maldijo por lo bajo, viendo su ropa manchada de barro.

—¡Tú! —gritó viendo el vehículo ya lejos, así que se tragó la grosería.

Se sacudió el pantalón con cuidado para no empeorar las cosas, y no dudó en quitarse la sudadera y quedarse con la camiseta. Ya no tenía tiempo de regresar y cambiarse porque sino llegaría tarde, y él odiaba atrasarse. Ojalá haberle visto la cara al idiota que le tiró el agua encima, así le reclamaba sólo para desquitarse, pero ni siquiera eso.

Cruzó la calle cuando el semáforo cambió, así que decidió olvidarse de ese incidente y concentrarse en lo importante.

...

—Cada día estás más lindo, querido —dijo la anciana mientras le sonreía al pelinegro que le dejaba el pedido en la mesa con cuidado.

Yunho sonrió divertido por las palabras de la señora Hyo, una clienta que iba todos los días a tomar la merienda, y siempre le decía que estaba lindo.

—Y usted siempre es un encanto. Disfrute su merienda —deseó gentil.

Ella le agradeció y se dispuso a comer mientras Yunho se alejaba e iba a la barra. Todos estaban atendidos en el lugar, y eso que estaba solo pero al llevarse bien con todos los clientes éstos no tenían problemas en esperarlo cuando se encontraba solo haciéndose cargo del lugar.

En eso, la puerta se abrió y por ella pasó una de las clientas que más concurrían el sitio. La mujer fue hasta una mesa del fondo, casi apartada de todos y se sentó pesadamente siendo esto totalmente notorio para el chico que no demoró en ir.

—Señora Choi, ¿cómo le va? —saludó con confianza, puesto que casi eran amigos con la mayor.

—Frustrada, enojada, cansada... ¡ah! —suspiró con angustia —. ¿Hoy estás solo, tesoro?

—Sí. Mamá tenía que hacer cosas, y papá está enfermo. Y ya sabe, en esas condiciones no es bueno que esté aquí, así que estoy solo.

—Ojalá que se recupere pronto, los cambios bruscos de temperatura son terribles —dijo sincera—. Tráeme el combo dos. Hoy voy a matar las penas con mucha comida —dijo sonriendo.

—Enseguida.

El chico se alejó para preparar el pedido de la mujer. De a ratos la miraba con cierta preocupación, no era normal verla así puesto que era una mujer alegre y siempre estaba de buen humor, pero justo hoy parecía angustiada y preocupada por algo.

Algunos clientes se retiraron y él se despidió igual de alegre que siempre en lo que terminaba de preparar el pedido.

Cuando lo tuvo listo, regresó con ella y dejó la bandeja sobre la mesa, y no lo evitó; dio un rápido vistazo a la puerta y al ver que nadie entraba decidió sentarse en la otra silla, cosa que no sorprendió a la fémina porque Yunho solía hacer eso cuando estaba desocupado.

Siempre hablaban de todo, por eso mismo se tenían aprecio y los gestos de confianza no faltaban.

—¿Ha pasado algo malo? —preguntó el pelinegro preocupado.

—Mi hijo me va sacar canas —comenzó diciendo mientras preparaba su hamburguesa, echándole los aderezos. Yunho le prestó suma atención y ella prosiguió:—, ¿puedes creer que se gastó casi mil quinientos dólares en ropa de diseño para el amigo? Ya no sé qué hacer, realmente estoy preocupada. No hace nada productivo, se la pasa fuera de la casa y en una semana comienzan las clases y no le veo ningún interés en graduarse de la secundaria —contó con angustia, luego le dio una gran mordida a su comida.

Yunho sabía a que se refería puesto que sabía algunas cosas del chico, más nunca lo había conocido en persona. Y realmente, no tenía interés en hacerlo teniendo en cuenta lo que sabía de él, porque justamente, ese tipo de gente simplemente no le agradaba para nada.

No entendía cómo él era así cuando sus padres eran sumamente humildes y agradables, aunque teniendo en cuenta todo lo que sabía, podía decirse que la mayor culpa la tenían ellos por no haberle puesto límites.

—¿Sabe qué pienso? Que deberían sacarle todo, es decir, mientras siga teniendo todo fácil y servido jamás va a cambiar, en cambio si se ve en aprietos, va a darse cuenta que necesita al menos trabajar para obtener dinero, y así va a entender el significado de la responsabilidad.

—Pensé en eso, pero no tiene caso si sigue viviendo en la casa. Ahí tiene a los empleados que le sirven todo, si le saco el coche igual tiene los demás vehículos, si le saco las tarjetas puede sacar dinero en efectivo de la caja... En fin, lo más fácil es que no viva en la casa por un tiempo y se valga por sí mismo, pero tampoco voy a echarlo.

—¿Y por qué no le paga un apartamento y qué se vaya a vivir solo?

—El otro día estaba pensando en conseguirle algo así como un tutor, alguien que se encargue de enderezarlo —dijo pensativa—. ¿Alguna ves viste ese programa en dónde los padres envían a sus hijos a vivir con gente humilde y contraria a ellos para qué aprendan y mejoren?

—Sí, ¿y piensa hacer eso? ¿No es muy... extremo? —inquirió el pelinegro dudoso.

—Con Jongho se necesitan medidas extremas, porque su caso es extremo. Tengo que conseguir a alguien que sea contrario a él, que pueda enseñarle a ser responsable, educado, y trabajador, alguien que pueda hacerle entender que la vida no es sólo salir de fiestas y llegar a altas horas de la madrugada, además, pensamos en irnos de vacaciones y no quiero que se quede solo.

—Eso es de locos —comentó riéndose por lo bajo, sin creer que la mujer esté pensando en eso—, aunque puede que funcione. No pierde nada con intentarlo.

La mayor asintió todavía pensativa, pero en el momento que la campana de la puerta sonó al entrar alguien, inmediatamente algo pareció iluminarla... Ah no, ese era Yunho que le sonreía diciéndole que debía seguir trabajando.

Cuando el chico se alejó para atender al hombre recién llegado, no evitó ver su espalda con entusiasmo, porque el pelinegro amable, responsable y educado era la solución al problema del irresponsable y malcriado hijo que andaba vete a saber donde.

Aunque era algo extremo, pero era su última opción si quería que Jongho realmente mejorara su vida, y también cómo persona.

Malcriado | 2HoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora