Capítulo 4: Plumas en el aire

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No se sabía exactamente cuándo los extravagantes brujos, vestidos con largas capas negras y estrafalarios cuernos de alce, decidirían trasladar a Bradley al centro

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No se sabía exactamente cuándo los extravagantes brujos, vestidos con largas capas negras y estrafalarios cuernos de alce, decidirían trasladar a Bradley al centro. Sin embargo, faltaban diez minutos para la medianoche y aún seguían arrodillados en el suelo.

Charlotte, a pesar de la surrealista y macabra situación, se alegró de haber roto la primera cadena. Ahora intentaba romper la segunda, que resultaba aún más difícil, y el temblor en sus manos no ayudaba a la precisión. Por poco le arranca un dedo al pobre Bradley.

—Charlotte... —susurró él, haciendo su primer comentario en un tono bajo, entre sollozos—. Tienes que... tratar de calmar un poco el temblor.

Por un lado, Charlotte sintió un alivio reconfortante al escuchar su voz. No obstante, era cierto que el temblor de sus manos estaba entorpeciendo el escape.

—Lo siento, lo siento, es que no puedo, no puedo mantener la calma —replicó, sintiendo de nuevo cómo las lágrimas corrían por sus mejillas.

Finalmente, trató de mantener las manos quietas, tiró con fuerza una última vez, ¡y fue glorioso! Parte de la cadena se desbarató; Bradley pudo balancearse hacia adelante y quedó sentado sobre la mesa, mientras las rosas se desplomaban al suelo. De inmediato, Charlotte lo revisó rápidamente, asegurándose de que no estuviera herido ni tuviera algún daño. Por suerte, solo tenía un rasguño vertical, como de garras de gato, en el lado izquierdo de la espalda, que iba desde el hombro hasta la parte baja. Y el aumento de peso no era evidente a simple vista, excepto por sus mejillas, que se veían un poco más redondas.

Por un fugaz instante, sus miradas, llenas de pavor, se cruzaron, y según Charlotte, fue "hermoso".

Bradley comenzó a sollozar mientras Charlotte trataba de romper la cadena de su pie derecho. No sabía si esas lágrimas eran producto de una extraña emoción al darse cuenta de que había una posibilidad de seguir con vida, de un miedo monstruoso, o simplemente de la certeza de que Charlotte lo amaba tanto como para hacer algo así. Era absurdo, ¿no? En realidad, era una mezcla de sentimientos encontrados.

—Creo que puedo hacerlo —le dijo Charlotte en un tono bajo, a través de un suspiro, mientras las lágrimas seguían fluyendo. Pero, de pronto, notó un gesto de dolor en el rostro de Bradley y le preguntó—: ¿Qué sucede?

—Es solo que... me duele el estómago —contestó él en voz extremadamente baja, frunciendo el entrecejo.

Al final, el dolor de estómago no tuvo mucha importancia. Después de que Charlotte logró romper la tercera cadena, y los brujos seguían con la cabeza inclinada hacia el suelo, fue apoteóticamente maravilloso. Bradley pudo mover su pierna y el deseo de escapar de ese lugar era indescriptible, incluso desmedido. Se lanzó desde la mesa por su lado izquierdo, y parte de su cuerpo quedó fuera de allí. Por poco sus manos tocaron el suelo.

A punto de romper la cuarta cadena, el temblor en las manos de Charlotte casi le impidió sostener correctamente el machete. Sin más opciones, Bradley volvió al lugar donde antes estaba; se encargó de quitarle el machete con rapidez, y al tirar con fuerza, la cadena se soltó de inmediato. ¡Ahora era libre!

Sicretum (algo oculta Salem)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora