Capítulo 68: Un caballero sin armadura

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Las luces verdes con tonalidades neón se proyectaban en el rostro de Bradley

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Las luces verdes con tonalidades neón se proyectaban en el rostro de Bradley. Sus ojos, deslumbrados por lo fosforescente del espacio, estaban algo confundidos, y la única idea que tuvo fue dirigirse hacia la puerta. Estaba claro que en ese lugar no encontraría nada parecido a Charlotte. Colocó la mano en la alargada chapa, pero una voz robótica y femenina resonó en el salón:

—Por favor, inserte la clave en voz alta.

Bradley se llevó las manos a la cabeza con desesperación e intentó girar la chapa de nuevo.

—Por favor, inserte la clave en voz alta —se repitió la voz.

—No puede ser, no puede ser, no puede ser —pensó, sintiendo un impulso brusco de llorar. Al parecer, Nick tenía razón; iba a ser muy difícil. Ahora, sabiendo que era imposible entrar por aquella puerta, intentó regresar por el lugar por donde había llegado, pero la pared cubierta por el gigantesco espejo no se movía. Tiró con todas sus fuerzas, pero permanecía inmóvil, como si no pudiera volver a girar. Era la angustia más abrumadora de su existencia; durante unos minutos pensó que lo más probable era que se quedara atrapado allí hasta que algún brujo lo encontrara y lo matara, y lo peor, Charlotte moriría sin saber que él intentó rescatarla.

—¡No puede ser posible! —vociferó con gran desesperación.

Daba vueltas por el espacio verde brillante, pateando las paredes, soportando el calor molesto y las ganas de vomitar. También luchaba contra una claustrofobia repentina.

Después de soltar una serie de gritos, se le ocurrió intentar con un par de claves. Recordó que Adhelaida solía decir una frase curiosa: «Mis ojos están hechos de sangre de carnero».

—Mis ojos están hechos de sangre de carnero —dijo en voz alta.

—Clave incorrecta —se escuchó de nuevo.

Poco después, recordó que Eleanor repetía otra frase horrible: «Es porque todo lo sé, te lo debo a ti, Satán».

Era irónico que esas palabras salieran de su boca, pero tuvo que decirlo.

—Es porque todo lo sé, te lo debo a ti, Satán —dijo, mientras forcejeaba con la chapa.

—Clave incorrecta —se escuchó otra vez.

Probó con varios intentos fallidos: «Edland Polanski», palabras noruegas extrañas, y combinaciones aterradoras con números como «666», pero ninguna de esas funcionó.

La sensación de desesperación era tan monstruosa que se sentó en el suelo, escondiendo el rostro entre las rodillas. Nada podía ser peor. Un torrente de lágrimas humedeció su semblante oculto, y lloró en voz baja durante más de quince minutos sin moverse.

«La van a matar y yo seguiré aquí. Esto no puede estar pasando. Por favor, Dios, ayúdame, te lo suplico. No dejes que la maten, no dejes que la maten, déjala libre de todo esto, por favor». Mientras estas macabras palabras recorrían su mente, una idea iluminó su cabeza aterrorizada. Recordó una peculiaridad de la Comunidad Sicretum: todos llevaban un pequeño círculo rojo y asimétrico en el antebrazo. Tenía un nombre en especial. Un nombre que estaba a punto de recordar.

Sicretum (algo oculta Salem)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora