Capítulo 7: Vacaciones de invierno

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Las hojas secas y naranjas se desvanecían monótonamente, dejando espacio a un suelo limpio de ellas, aunque atestado de pequeños copos de cristal aglomerados

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Las hojas secas y naranjas se desvanecían monótonamente, dejando espacio a un suelo limpio de ellas, aunque atestado de pequeños copos de cristal aglomerados. Los arbustos, de aspecto delgado, carecían de cualquier tipo de vegetación; más bien, lucían tristes y apagados, y las formas que formaban sus ramas no eran muy agradables. De hecho, aparentaban un misterio algo sombrío, casi deprimente.

La buena noticia era que desde el día que Charlotte salió del hospital general de Massachusetts, no sé había vuelto a saber absolutamente nada de Connor Brown, ni cualquier tipo de horror peculiar que estuviese involucrado con esas cosas. Por otra parte, su pierna había sanado de modo que dejó de usar las muletas, y por suerte, ya caminaba con normalidad, solo le quedó una alargada cicatriz marcada en la pantorrilla.

Era exactamente el 20 de diciembre. Todas las chicas en la casa alistaban sus maletas para pasar las vacaciones de invierno con sus padres, hermanos y parientes. Sin embargo, Charlotte solo empacaba sus últimas pertenencias, deseando que el tiempo volara. Por obligación, tenía que establecerse en la temible casa de su tía Agnes. Solo pensarlo le formaba un nudo en la garganta. Para empeorar las cosas, Bradley había partido para Nueva Orleans el día anterior, donde se quedaría ocho días en casa de su tío Doug, un pastor cristiano. Allí, por costumbre, se reunía toda su familia en las festividades.

Sophie miraba a Charlotte mientras doblaba varios suéteres de lana y los colocaba cuidadosamente en la maleta.

—Lo siento mucho —le decía, recordando el lugar al que Charlotte se dirigía—. Te diría que te quedaras en mi casa, pero mañana llega mi prima Elizabeth, mi otra prima Claire, su novio, y ni siquiera he mencionado a mi primo Aaron y su medio hermano. Ah, y olvidé a mi tía Stella. Ni siquiera sé cómo nos acomodaremos.

—Lo sé, Sophie, no te preocupes. Bradley me dijo que, cuando regrese de Nueva Orleans, puedo quedarme en su casa —contó Charlotte, ruborizándose un poco y con los ojos brillando como un par de zafiros.

Después de todo, la depresión que había tenido en octubre se había desvanecido por completo. Aunque estaba claro que seguía traumatizada por la inoportuna existencia de las «brujas».

Una sonrisa resplandeciente apareció en el rostro de Sophie.

—¡Qué emocionante! No sabes lo feliz que estoy por ti —dijo, y de pronto, se lanzó a abrazarla.

Minutos más tarde, Charlotte cerró la cremallera de la maleta, la arrastró hasta el corredor y la llevó por las escaleras.

Todas las chicas se acercaban a la puerta arrastrando sus maletas con ruedas.

—Las voy a extrañar —interfirió Valerie, contemplando el paisaje blanquecino y haciendo una mueca de cachorro triste—. Ya saben que me voy a Nueva York. No podré asistir al baile de Año Nuevo.

—Es una lástima —suspiró Chloe—. Yo sí asistiré. ¿Ustedes también irán? —preguntó a las demás.

—Sí, claro que yo también iré —replicó Vanessa, sonriente.

Sicretum (algo oculta Salem)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora