Capítulo 9: Manzanas en el suelo

223 111 88
                                    

Contra todo pronóstico, Charlotte no quería regresar a la casa de Beacon Hill

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Contra todo pronóstico, Charlotte no quería regresar a la casa de Beacon Hill. Estaba petrificada, tratando de respirar correctamente, abrazando su torso con los brazos y exhalando vapor en el frío invierno.

Tras meditarlo unos minutos, concluyó que debía volver al auto y conducir, a pesar de saber que una presencia siniestra, un espíritu malicioso o algo similar, estaba en el asiento del copiloto. Era aterrador solo pensarlo. Aun así, decidió que si llegaba con vida, podría llamar a algún servicio esotérico "espanta espíritus", como una hechicera, una bruja buena, una sacerdotisa, un chamán o un médium. Pensando que esa sería la solución, se armó de valor. Recitando el "Padre Nuestro", como Bradley le había enseñado, volvió al auto y se sentó con los ojos cerrados, con los nudillos apoyados en la frente.

—Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino —decía en voz baja, observando cuidadosamente a su alrededor. Luego prosiguió mientras ponía las manos en el volante—: Danos hoy nuestro pan de cada día, y perdona nuestras ofensas, como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación. —Antes de volver a mirar el parabrisas, tuvo la valentía de borrar la atrocidad aún plasmada en la ventanilla a una velocidad súbita, y continuó—: Y líbranos del mal. ¡Amén! ¡Amén! —terminó, todavía sollozando y viéndose más pálida que de costumbre.

Fue buena suerte: en ese momento solo le quedaban diez minutos de camino. Con el corazón resonante, llegó a la calle Pickney. Abrió la puerta del auto y sacó los paquetes del baúl, resignada a actuar con normalidad.

Al entrar en la casa cargando los paquetes, se tropezó con una sorpresa que arruinaría sus próximos días. Esta vez no era un fantasma, un demonio o un poltergeist. Era un humano de carne y hueso: Ivanna, la hija del fallecido James. Ella era fruto del primer matrimonio de James con Isabella Bianchi, una mujer engreída y elitista de familia italiana. Ivanna, una copia perfecta de su madre, siempre le había resultado agradable a Agnes. Por esa razón, la hizo su ahijada. En ese momento, Ivanna estaba allí, sentada en el sofá, con su cabello castaño lacio, dientes relucientes, piel bronceada y, como siempre, vestida impecablemente.

—¿Ivanna? —se preguntó Charlotte en voz alta, tratando de disimular su desagrado—. ¿Cuándo llegaste? —le preguntó, apenas dejó los paquetes a un lado.

Ivanna se puso de pie al verla.

—Char, ¡Hola! Llegué ayer a Boston —le dijo con una gran sonrisa estirada que parecía falsa. Segundos después, se lanzó a abrazarla fuertemente, presionándola con sus grandes senos—. Veo que ya no te vistes como Marilyn Manson, es una gran mejora —agregó, apenas la soltó.

—Y tú estás muy... elegante —añadió Charlotte, ignorando el comentario.

—¡Ay, gracias! —exclamó Ivanna, todavía sonriente, mientras notaba la cara de tragedia de Charlotte—. Oye, ¿acaso acaba de morir alguien? Te ves tan deprimida.

Sicretum (algo oculta Salem)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora