Capítulo 67: La muerte se viste de blanco

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Edland se observaba en un espejo de marco dorado, cuyas serpientes talladas se veían con claridad

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Edland se observaba en un espejo de marco dorado, cuyas serpientes talladas se veían con claridad. Se aplicaba gel en el cabello, lo que hacía que sus tonalidades castañas se volvieran azabache. Al ver al sujeto que se filtró tras el impecable vidrio, dio media vuelta.

—Connor, ¿ya le avisaste a las White Cranes que vistan a Charlotte?

—Sí, señor. Precisamente vengo a decirle que las White Cranes ya bajaron al calabozo y la conducirán al salón de preparativos —aclaró Connor. Algo de emoción brilló en sus ojos.

—Excelente —dijo Edland, con la expresión seria—. Ve y recuérdales a todos que se vayan alistando. Ya sabes que no se aceptarán túnicas negras durante la ceremonia, y tampoco pestañas ni cejas oscuras. Todo tiene que ser blanco.

—Claro, señor. ¿Nosotros los hombres también tendremos que usar rímel?

—Por supuesto que sí —afirmó Edland, alzando el ceño—. Excepto yo, porque soy el maestro de ceremonia. ¿Queda claro?

—Sí, señor, muy claro —asintió Connor.

Se dirigió hacia la puerta.

Y como lo dijo Connor, en ese mismo momento, las White Cranes conducían a Charlotte al salón de preparativos. En el calabozo, por fortuna, la dejaron entrar en un pequeño cubículo atestado de polvo y carente de luz, que según ellos, era un baño para humanos. No obstante, el inodoro solo era un hoyo en el suelo, y tampoco había nada parecido al papel higiénico.

Para orinar, Charlotte tuvo que agacharse en ese horrendo lugar. Aunque, lo ancho del vestido, el constante temblor de su cuerpo y la cantidad de tela no fueron de mucha ayuda. Pese a esto, estuvo muy aliviada.

Después de pasar por largos corredores de atroz monotonía y subir ascensores dorados, llegaron al salón de preparativos. Un espacio lo suficientemente luminoso como para ser subterráneo; por las grandes ventanas se reflejaba una falsa luz del día. Su magnitud era inmensa y se destacaba por el suelo color crema. Estaba casi vacío, excepto por el tocador de marfil, repleto de bombillas que ocupaba una pequeña parte.

Tres de las White Cranes, tomando a Charlotte de los brazos, la condujeron a la silla del tocador. Mientras ella mantenía los ojos cerrados, al estar sentada ahí, no tuvo más opción que ver de nuevo el mundo siniestro que la rodeaba. Nunca en su vida había visto sus mejillas tan coloradas e irritadas, ni sus labios tan rojizos sin ser pintados. Era debido al llanto excesivo que había tenido anteriormente. Su cabello lucía bastante bien para estar en semejante situación; además, ese vestido de prisionera, que parecía una tabla de ajedrez, le quedaba perfecto. Parecía una triste princesa, hermosa, con expresión trágica y metida dentro de la pesadilla más amarga de la existencia. Aunque no quiso ver mucho su reflejo, porque era aún más atroz, cruel, aberrante y nostálgico, saber que sería la última vez que lo apreciaría. Solo quería que todo pasase a la rapidez de una estrella hiperveloz, y en una hora ya no recordar nada, pasando a ser un alma libre.

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