Capítulo 52: Visita en el hospital

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Al leer el mensaje que dejaron las brujas, similar a aquellos que traen las galletas de la fortuna, Charlotte suspiró una vez más y disfrutó de la vista cotidiana que ahora tenía enfrente: una simple sala con una pequeña biblioteca y un suelo de m...

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Al leer el mensaje que dejaron las brujas, similar a aquellos que traen las galletas de la fortuna, Charlotte suspiró una vez más y disfrutó de la vista cotidiana que ahora tenía enfrente: una simple sala con una pequeña biblioteca y un suelo de madera vacío, repleto de polvo.

«Bueno, ahora sí terminé. No puedo creerlo... terminé», pensó. Fue inevitable que olvidara el accidente con Karen Peterson y Vanessa Barnes. Una fresca felicidad la llevó a dar una vuelta satisfactoria justo antes de salir de la cabaña.

Los copos de nieve caían brusca y monótonamente, mientras Charlotte corría en la misma dirección que las aves, con los brazos extendidos y sintiendo la helada brisa en su rostro.

—¡Soy libre! —dijo en voz no muy alta, al tiempo que una sonrisa se pintaba en sus labios y sus ojos reflejaban un sentimiento exacto de paz luminosa y brillante. Era tanta la emoción que hasta llegó a olvidar lo ocurrido con Edland el día anterior.

—¡No puedo creerlo, lo logré! —seguía diciendo, un poco anonadada. Aún no podía creer sus propias palabras.

Caminó a gran velocidad por todos los tonos blancos del bosque. Su cabello se movía con ligereza, los finos talegos se raspaban con pequeñas ramas, el viento se movía en su misma dirección, algunas aves cantaban como si también celebraran, el frío era cada vez más impetuoso, los arbustos, delgados y carentes de hojas, ya no se veían tristes. Sus huellas se marcaban en la nieve como consecuencia de sus zapatos. Sus movimientos emanaban gran alegría. Lo había logrado. Al contemplar su auto, parqueado en la entrada del bosque, corrió hasta él sin dejar de sonreír ni un solo minuto. Uno de sus pensamientos más constantes era Bradley.

«Volveré a verte, volveré a verte, hoy mismo», pensó al subirse al auto.

Acomodó los paquetes en el asiento delantero y, en ese momento, sintió un poco de curiosidad, así que decidió sacar la prenda que estaba en la reluciente bolsa Chanel.

—¿Acaso es... un vestido? —se preguntó en voz alta. Tocó la linda tela, fabricada con plumaje blanco. La parte superior era color plateado con pequeños brillos que saltaban ante sus ojos. Unas relucientes mangas apuntaban hacia arriba, dando un toque majestuoso. Además, era tan largo que seguramente la cubriría hasta los pies—. Es hermoso —susurró. De pronto, se encontró con otro objeto más dentro de la bolsa. ¿Un anillo? ¿Quizás un collar de diamantes? ¿Alguna fragancia costosa? Definitivamente no. Se trataba de una caja color rojo, de tamaño medio, con un extravagante letrero: «Jokes» decía con letras amarillas—. ¿Bromas? —se preguntó al destapar la caja, encontrándose con una variedad de tarros que lucían como desodorantes para pies. Uno era amarillo, otro azul, otro rojo, otro verde y el último plateado. Ahora se preguntaba: ¿Para qué servían todos aquellos frascos de aerosol? Encima de ellos había un papel, probablemente un manual de instrucciones:

Modo de uso: con tan solo rociar la sustancia en el rostro de la víctima, los efectos se harán visibles en cuestión de segundos.

Frasco amarillo: fabricado con orina de duende y dientes de cordero, hará que tu enemigo vomite margaritas sin cesar.

Sicretum (algo oculta Salem)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora