XXXII

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Estaba afuera del aeropuerto, fumando el tercer cigarro...Desde aquella situación, mis nervios estaban más alterados que nunca, claro, no confiaba en esa pelirroja malvada, no podía pegar el ojo durante las noches y solo me la pasaba alterado ante cualquier pronunciación a mi nombre.

—Ese muchachito. —Voltee al lado de las puertas para entrar y salir del aeropuerto y ví a Mimi junto a mi tío George. —¿Que te he dicho de fumar?

Al verlos, sonreí y de inmediato lancé lo poco que quedaba de mi cigarro y lo pise. Caminé hacia ellos y agarré las maletas, Mimi me besó la mejilla y el tío George golpeó suavemente mi hombro.

—Vaya, como has crecido, eh. —Dijo mi tío George sin borrar aquella sonrisa alegre.

—¿Que te puedo decir? —Los tres comenzamos a bajar las escaleras que daban al estacionamiento mientras qué Mimi contaba como le había ido en su viaje a Estados Unidos.

—Hay gente muy raro ahí, no, no. —Me reí por su cara llena de disgusto. —Tienen un acento que me molesta.

—No tienes idea de cuantas veces corregía a lo muchachitos que veíamos.

—Es que solo les da por pronunciar la ere de una forma tan desesperante, pero bueno. ¿Cómo ha ido el embarazo de la compritas?

—Mimi, no le digas así. —Me reí al escuchar aquel apodo que no escuchaba desde meses. —Se llama Cynthia, eh.

—Como sea.

—Bueno. —Llegamos al estacionamiento y caminamos hasta llegar a mi auto. —Ha estado muy bien, el doctor nos dice que puede que sea un niño, es lo más cercano. —Dejé las maletas en el suelo y saqué mis llaves para abrir la cajuela. —Y no tienes idea de que tan acaramelada se pone Cynthia cuando me ve.

—Hum, pues hasta que te muestra su cariño. —No podía evitar sentir gracia por los comentarios de Mimi. Metí las maletas y ella continúo. —Al menos mi sobrinito estará bien.

Cerré la cajuela y asentí.

—Bueno, todo listo. Arriba.

—¡El que suba al último es un chupa penes! —Dijo el tío George.

Mimi refutó, pero como mi tío George y yo éramos dos hombres maduros decidimos....correr y entrar primero al auto.

—¡No puedo creer que sean tan inmaduros!

•••

La tarde había sido bastante amena, más no tranquila. Mimi se había quedado en casa junto al tío George un buen rato, en el que platicamos y Mimi y Cynthia hicieron el mayor intento por mantener una plática sería sin comentarios sarcásticos una a la otra.

Ahora, estaba afuera de casa...manejando por ese bonito sector de viviendas de Liverpool...por dónde vivía Paul.

—¿Debería?...Me prometí a mi mismo olvidar el asunto, pero supongo que puedo entablar una amistad, a nadie le hace daño.

Giré mi volante a la calle principal en la que daba directo a casa de Paul, entonces, cuando estuve frente a su vivienda decidí bajar del auto.

Ahí estaba, cubierto por una pijama color azul cielo, estaba con una manguera y Martha se encontraba por ahí corriendo de un lado a otro.

—Buenas noches.

Cuando dije aquello, Paul volteó a mi y noté como su rostro estaba un poco sorprendido.

—Oh, buenas noches. ¿Qué... qué te trae por aquí?

—Pues, quise dar la vuelta. —Dije. Él fue hasta la llave de agua y lo cerró, para luego verme a mi. —Y dió la casualidad de estar cerca de aquí, así que...bueno, aquí me tienes.

—Ya veo. —Saboreó sus labios y caminó hasta estar frente a mi. —¿Y, quieres pasar?

—Oh, está bien.

Paul dió unos pasos hacia atrás y abrió su reja, yo entré de inmediato y Martha corrió a mis pies. —Hola bonita.

—Te extrañó. —Me dijo, entonces yo lo ví. —Digo, olvídalo. ¿Quieres una taza de café o té?, Puedo darte una botella de agua si quieres. —Me propuso con una sonrisita, recordándome aquella vez en la que ambos habíamos quedado totalmente ebrio y el escaso recuerdo que se había peleado por una botella de agua, y me contagio de aquella alegría, sacándome una sonrisa.

—Claro, no veo porque no.

Me hizo un ademán para seguirlo y así lo hice, al poner un solo pie en su casa, pude sentir el calor de ella.

—Puedes sentarte dónde quieras. —Apuntó el sofá y una silla que estaba cerca de ahí. —Entonces, ¿Café o té?

—Sorprendeme.

—Bien, entonces orina de Martha.

—Oye. —Reí junto a él. Su bonita sonrisa, esa que hacía sus mejillas llenitas, que mostraban esos bonitos dientes...—Paul. —Dije cuando nuestras risas pararon. — Eh..., Gracias.

—¿Por qué? —Recargo una de sus manos en la pared, dejando un lado de su cuerpo recargado en la pared.

—Por no ser un imbécil conmigo. Yo te trate mal hace dos días y no me he sentido cómodo con eso.

—Esta bien. No hay de que preocuparse. —Asintió repetidas veces. —Todo está en orden, no tienes por qué sentirte mal.

Me acerqué a él y lo rodee con mis brazos, en un cálido abrazo. Su pecho contra el mío, casi sentía como mi corazón y el suyo se abrazaban... Sentí sus manos sobre mi espalda y escuché un suspiro.

—Lo siento.

—¿Aparte de ciego eres sordo?, Todo está bien.

Sonreí. Nos separamos de ese abrazo tan reconfortante y pronto, Paul acarició mi mejilla.

—Bueno. —Me dió dos palmaditas y luego guardo sus manos en sus bolsillos. —Pondré agua a hervir.

—¿Quieres que te ayude en algo?

—Bueno, si tanto insistes.

Cuando Paul comenzó a caminar hacia su cocina y yo fui tras él. Cuando estuvimos en la zona, apuntó un mueble que estaba alto.

—Ahi dentro está el azúcar, el café, el té. Toma lo que quieras, prefiero que elijas tu la bebida.

—Creí que ya me conocías a la perfección.

—Café americano, negro, con dos cucharadas de azúcar. Es fácil, John. —Comentó mientras buscaba en dónde calentar el agua.

—Deberías ser mesero. —Escuche su risita. Yo me puse de puntas para alcanzar el azúcar, pero la maldita estaba muy a lo profundo. Estiré mi brazo junto mis dedos para alcanzar el recipiente de plástico y cuando creí que lo tendría este cayó a mi cabeza y todo el producto junto a él.

—¡John!

"Voces Nocturnas". •McLennon•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora