XXVIII

91 14 17
                                    

Estaba en casa de Paul. Creí que nadie más estaría en ese lugar, pero no era así, fue mi sorpresa ser recibido amablemente por la que era su madre. Ella, con una sonrisa amable abrió la puerta y me dejó el paso. Luego, me senté en ese cómodo sofá y Martha corrió hacia a mi, agitando su colita y ladrando de emoción. Dejé una bolsita de regalo a mi lado.

—Así que eres amigo de Paul, ¿Cierto? —Se sentó cruzada de piernas y bebió un poco de su té.

—Así es, nos conocimos en el trabajo. —Dije mientras acariciaba el lomo de Martha, quien estaba acostada a mi lado.

—Un gusto conocerte, John. —Asintió una sola vez

—El gusto es mío.

La puerta de la habitación de Paul se abrió mostrando al mismísimo dueño de la casa. Tenía una pijama color gris, unos cómodos zapatos para andar en casa junto a unos calcetines, una manta que cubria su espalda y una taza.

—Hey, que fresco te ves está mañana, eh.

Paul hizo una risa irónica. La madre rió al ver la expresión de su hijo.

—Buenos días. —Vino caminando arrastrando sus pies y se sentó junto a mi. —Que bien que vienes, quería darte un regalo, mi buen amigo.

—Yo también tengo algo para ti. — Alcé la bolsa y se la entregué, él la agarró y la abrió.

Metió una de sus manos a la bolsa y sacó de ahí el regalo.

—Un perfume. —Sonrió. —Gracias, ya no me quedaba nada del otro. — Abrió la tapita y presionó el botón del cual salió un pequeño chorro de perfume sobre su muñeca y lo olió.

—No es nada, pase al centro comercial y pensé en ti...—Creí que eso había sonado algo cursi, así que cambie rápidamente a:—Digo, porque siempre hueles a adolecente sudoroso.

Él me dió un codazo y sonrió.

—Bueno, hijo. —La señora se levantó y fue hasta Paul. —Debo irme, tu papá tiene una junta a las tres en punto con Richard y quiere que esté ahí. —Se inclinó y besó su frente. —Nos vemos joven John. —Nos dimos un apretón de manos.

—Te acompaño. —Dijo Paul, listo para levantarse.

—No, no cariño. Descansa, ¿Si?, Te visito otro día para ver cómo vas con ese resfriado. —De inmediato fue por su bolso, que estaba colgando de un perchero y salió de casa.

—Que gentil tu madre. —Estiré mis brazos, dejando uno detrás de la espalda de Paul y apegue mi mano a su hombro.

—Siempre se preocupa por mi. ¿Me crees si te digo que me quiso dar de comer como un bebé?

—Es que eso eres, como un bebito todo malcriado.

Paul se rió y asintió.

—Ser bien portado es aburrido para mí. Me gusta ser travieso y malcriado con lo que este a mi paso.

Me reí por la manera en la que lo dijo y él siguió mi risa. Luego de unos segundos ambos dejamos un último alimento de risa, entonces vino el silencio infernal que yo tanto odiaba. Paul dejó su mano sobre uno de mis muslos y comenzó a acariciarlo lentamente y pronto la bajó a mi rodilla.
Me quedé callado viendo solamente el movimiento de su mano sobre mi pierna, entonces volvió a subir poco a poco hasta llegar hasta arriba de mi muslo. Elevé mi mirada a su bonita cara y él, que ya me estaba viendo, solo relamio sus labios.

—¿Ese es mi regalo? —Tomé su mano y la guíe hasta mi entrepierna. —Porque de ser así sería mi favorito.

Sin contestar, él agarró mi mentón con su mano libre y se acercó a mi en un movimiento lento hasta mi cara, cerró sus ojos y comenzó a besarme lentamente  dando un vaivén que jugaba con mi lengua, cerré mis ojos. El movimiento que Paul provocó en mi hizo que Martha saltara del sillón y yo me recostara en el. El bonito azabache tomó asiento en mi regazo y volvió a adueñarse de mis labios, tomando el total control de ellos y de mi completamente.

Cuando el oxígeno se hizo nulo nos separamos para tomar aire y, al menos yo, poder admirar a mi amante, quien tenía sus labios entreabiertos y rojizos.

Vi sus claras intenciones de abandonar su bata gris, pero lo detuve.

—Oye, te vas a enfermar, así que por favor deja eso dónde lo tienes o te meteras en serios problemas.

Con una risita traviesa comenzó a quitarse la bata, así que tuve que sostener sus manos para que dejara de hacerlo. Luego de convencerlo, decidí que debía comenzar a bajar mi pantalón, Paul al ver mis intenciones se levantó y los bajo de un solo tirón que me hizo verlo con impresión.

—Que salvaje, ¿Que no has follado con la rojita histérica?

—¿Podrías callarte y mejor besarme?

Aventó mis pantalones sobre el otro sillón individual y ví como bajo los suyos, junto a su ropa interior. La bata cubrió su paulito, —Como yo le había apodado a su bonito pene.— y volvió a subir a mi regazo y se inclinó besando mi cuello, pero de inmediato lo detuve.

—No, no. Ahí no.

Se detuvo, y con una pequeña expresión de confusión me preguntó:—¿Por qué no?, Creí que te gustaba.

—Me encanta, pero Cyn ya me los vió y tuve que inventarle que me picó un mosquito y tú succionaste para desinflamar.

—¿Qué? —Paul estalló con unas carcajadas y en medio de ellas me dijo:—¿Es enserio, John?, Dios, es la mentira más estúpida que he escuchado.

—¿Que querías?, Debía decir algo.

—A veces me sorprende las idioteces que dices, pero debo volver a decir que me encantan.

Con ambas manos estrellé en los costados de sus nalgas con toda la fuerza posible y le hice soltar un quejido bien fuerte.

—¡No seas brusco, idiota!, Juro por lo que sea que te daré bien duro si me das otra nalgada así.

—¡Ja!, ¿Tu darme a mi?, Si que los sueños son grandes, cariño. —Apreté sus labios y me elevé para darle un corto beso.

—Ah, ¿Me retas?

—Claro que si, jovencito. —Volví a darle una buena nalgada y comenzamos a forcejear.

Martha comenzó a ladrar y a dar vueltas por la sala.

"Voces Nocturnas". •McLennon•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora