XXV

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Alimenté a aquella gatita que solía venir a casa, en cuanto escucho la puerta de casa cerrarse salió corriendo por las escaleras.
Voltee hacia el pasillo y ví a Cynthia con la panza más grande, tuvo que ir hacia ella y tomar las bolsas que estaba cargando.

—Hasta que te dignas a ayudar, maldita sea. —La apestosa de mi suegra refuñó y junto a mi mamá y mi papá entraron a casa.

Caminé hasta la sala y dejé las bolsas ahí. Luego, caminé hasta mi mamá y le ayude con sus bolsas y, como lo había hecho con las otras, las dejé sobre el sillón y ví como mi familia comenzaba a acomodarse por la sala.

—Que calentita está tu casa, hijo. —Dijo mi mamá frotando sus manos cerca de la chimenea.

—Me aseguré de comprar una buena leña para que Cynthia estuviera cómoda cerca de la chimenea. —Me senté frente a mi mamá y mi papá, quien sujetaba en su mano una botella de jugo.

—Me enorgullece saber que tengo un buen hijo hecho y derecho, como los hombres de guerra. —Menciono con una sonrisa bien marcada en sus labios.

Escuché la risotada de mi suegra y yo la encaré.

—Mire señora, las veces que usted se vine a vivir aquí soy yo el que la mantiene.

Cynthia se levantó del sofá y tomó mi mano.

—Te lo devuelvo en un momento Julia.

Mi madre asintió siguiendo el juego de Cynthia y salimos de la sala para ir al comedor.

—Amor, que esto sea lo más pacífico, ¿Si? Mañana es noche buena y quisiera pasar un buen rato, sin escucharte discutir con mi madre, ¿Está bien?

—Lo prometo, pero tú promete que no traerlas a tu madre. —Cynthia me dió un golpe en mi mano e hizo un puchero. —Esta bien, mi amor, está bien. No le haré caso.

—Ya lo prometiste, no me falles. —Me tomó por las mejillas y dió muchos besos cortos, pero constantes. —Te amo, te amo.

—También te amo.

El teléfono comenzó a sonar.

—Debe ser tu tía Mimi, contesta tu, a mi no me quiere.

—Si te quiere, solo que no lo demuestra. —Cynthia puso una expresión de incredulidad y me reí. —Bueno, ve a descansar. —Tomé los lados de su cabeza y dí un beso sobre su frente.

Yo me apresuré a caminar y contestar el teléfono.

—Diga, recidencia de John Lennon.

—Hola Johnny. —Era Paul con una voz algo apagada y, podría decir, enferma. —¿Cómo estás?

—Excelente, voy a ayudar para la cena de navidad, ¿Cómo estás tú?

—Fatal, ¿Recuerdas que Jane me hizo salir en medio de una tormenta de nueva solo para recoger sus zapatos que venían de París?

—Si, lo recuerdo.

—Bueno, me termine enfermando por el frío y estoy resfriado. —Escuche como estornudó y como sonó rápidamente su nariz. —Menos mal no es una pulmonía a mayor escala.

—Ay, Paulie. —Voltee a todas direcciones y apague el teléfono más a mí oído. —¿Quisieras que vaya a cuidar de ti?, Te daré mimitos de esos estúpidos de película.

Escuché la risita de Paul a través de la línea y un estornudo más.

—¿Lo harías?

—Claro que si, no veo el problema.

—Pero ibas a ayudar para la cena, ¿no es así?

—Bueno, está mi madre, la insoportable de mi suegra y Cynthia. Ellas pueden cocinar.

—Bien, te lo agradezco Johnny. Te estaré esperando entonces.

—Te veo como en media hora, ¿Está bien?

—Esta bien. Te quiero, nos vemos.

—Yo también te quiero, nos vemos.

El teléfono colgó y yo no podía estar más feliz. De pronto mi suegra se apareció en la cocina con una sonrisa en su cara..., Me asusté, ¿Habría escuchado mi charla?

•••

Toqué el timbre de la casa y luego de unos segundos se abrió. Ahí estaba Paul, con su pijama calentita y una tasa, seguramente de té, y tenía una cobija tapando su espalda.

—Hola, pasa.

Se hizo a un lado y yo me adentre de inmediato. Martha corrió a la sala y comenzó a olfatearme a mi y a la bolsa plástica que tenía entre mis manos.

—Hola preciosa, ¿Cómo estás?

Acaricié su cabecita peluda, Martha dió unas vueltitas y corrió al sofá, dónde se acostó mientras batía la colita.

—Y, hola precioso, ¿Cómo estás?

Rodé la cintura de Paul con un brazo y estrellé un breve beso en sus labios.

—Muy mal, deberías hacerte a un lado porque te puedo infectar. —Yo lo agarré más cerca entre mis brazos y se sonrió. —Te gusta llevar la contra, ¿Cierto?

—Pareciera que no me conoces. —Lo solté y moví mis pies hasta su cocina, ahí dejé la bolsa plástica que contenía comida hecha por mi madre.

—Por cierto, ayer vino Jane. Me dijo que si te veía te dijera que quisiera entablar una amistad con tu suegra.

—Ni Dios lo quiera, juntaríamos al abogado del diablo y al anticristo.

Paul soltó una carcajada, pero luego se convirtió a tos.

—No me hagas reír, por favor. Mi garganta pide a gritos piedad y amor.

—¿Has estado hablando mucho?

—No tengo con nadie más que con Martha. —Volvimos a la sala y tomamos asiento uno al lado del otro.

—Pobrecito bebé. —Hice un puchero y acaricié su barbilla con una mano. —¿Quieres lechita calentita?

—Ay, John. —Hizo una cara sería, pero luego rió un poco.—Tu vas a empeorar mi garganta.

—Depende de que hagamos. Bueno, ya, ya. —Dije antes de que me regañara.—Deberías ir a la cama y descansar, puedo llevarte la comida a tu cama, ¿Que dices?

—Que maravilloso y sin tener que pagar un solo centavo.

—Bueno, no solo se paga con dinero, Paulie.

Me miró serio y yo me acerqué a su cuello para darle una pequeña mordida y un beso.

—Bueno, jovencito, es hora de dormir porque mañana habrá clases de como dejar de ser gay.

Paul se rió y me dió un golpe en el brazo.

—¡No me hagas reír, John!, Por Dios.

Me levanté de la cama y sujeté sus manos.

—Bueno, ya. Es hora de descansar, chico bonito.

"Voces Nocturnas". •McLennon•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora