Las amigas no hacen esto

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Habían pasado dos semanas desde que Juliana y Valentina se habían besado. La madre de Juliana, Lupe, ya trabajaba en el restaurante y Valentina había comenzado a entrenarse para la regata.

Juliana había estado evitando a Valentina de todas las formas posibles y desde aquella mañana no habían vuelto a verse.  En realidad Juliana se moría de ganas por verle, pero estaba terriblemente asustada.  Estaba tratando de evitar todas las sensaciones que Valentina le provocaba desde aquel beso, saber que algo entre ellas era imposible le hacia sentir demasiado vulnerable.

Valentina, por otra parte, extrañaba a Juliana. Había intentado contactar con ella, pero no había recibido ninguna respuesta. Mensajes en viston eran una constante, Juliana parecía nunca estar en casa cuando Valentina trataba de encontrarla, sin embargo, a escondidas, y como de costumbre, le escuchaba tocar desde su habitación. Juliana parecía frustrada y eso le preocupó bastante a Valentina, y se dio cuenta porque cada día trataba de componer una canción y fracasaba —o eso se decía Juliana a gritos—  siempre se quedaba en el intento.

Le escuchaba y le dolía notarla así. Y quería acercarse a ella, pero Juliana no daba señales de querer hacer tal cosa.

Eso le extrañó, repasó mentalmente varias veces lo ocurrido y no lograba entender por qué era Juliana la que se alejaba. Tendría que ser al revés ¿no?

¿Estaba molesta? Pero por qué. Lo habían hablado y no creía que Juliana pensara que ella había jugando con el hecho de saber que era homosexual.

«Juls, hoy entreno. Me gustaría verte. Espero que podamos vernos en el club. Te echo de menos».

Así eran todos los mensajes. Tal vez no eran exactos pero el "te echo de menos" siempre estaba ahí. Y era verdad, Valentina le extrañaba, añoraba estar con su amiga, tenerle cerca le hacía bien y ahora se sentía como una hormiga.

Le dolía reconocer que le necesitaba, que le extrañaba, que quería verla y el sentimiento de culpabilidad le recorría por todo el cuerpo. No entendía nada de lo que le estaba pasando. No entendía el distanciamiento que Juliana había marcado. Había hecho muy mal aquella noche.

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Dos días antes.

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Valentina se acercó al restaurante del club náutico para pedir un sándwich. Tal fue su sorpresa que se encontró a Lupe, con el uniforme puesto.

— ¡Valentina, querida! Me alegro mucho de verte, cielo. ¿Cómo estás?

—Muy bien, señora Valdés, ¿y usted?

—Llámame Lupe, cariño —asintió con la cabeza—. Estoy muy bien. Hace varios días que no te veo por casa, ¿todo bien?

—Sí, sí. He estado ocupada. Ya sabe los entrenamientos y eso... de hecho ahora estoy entrenando. Le he enviado varios mensajes a Juliana, llevo días queriendo quedar con ella para salir pero... —suspiró y se encogió de hombros—. ¿Cómo está?

—Ocupada. Lleva días tratando de componer una canción y nada.

—Sí, a veces le escucho desde mi ventana.

— ¿Le escuchas? —esbozó una sonrisa—. ¿Y ella lo sabe?

—Ella sabe que puedo escucharle, pero no sabe cuándo le estoy escuchando. Sus canciones son buenas, y su voz es agradable. Es como una de esas aves bonitas del verano, que cantan su canción en las ramas de los árboles.

Lupe sonrió alegremente.

—Me alegra que pienses eso de mi hija, Valentina. ¿Sabe ella que piensas eso?

Hermosa ave de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora