El club náutico

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Era un día soleado en Huatulco. Todo el mundo en aquellas bahías hablaban de la regata, y de lo mucho que se iban a beneficiar los pequeños y grandes comercios en aquel lugar. Vendrían regatistas  internacionales, era un gran evento. Y todo el mundo apostaba que Valentina ganaría este año. Juliana también lo esperaba así.

La madre de Juliana estaba preparando el desayuno mientras ella se preparaba para ir a ver a Valentina. Le estaba dedicando cierto tiempo y esfuerzo en estar presentable para ella. Se sentía ridícula, pero realmente no lo podía controlar.

— ¿Voy bien así, mamá?

Entró en la cocina con unos pantalones cortos y un crop top. Lupe no pudo evitarlo y soltó una sonora carcajada mientras observaba a su hija.

—Bien, mamá. Gracias por ser tan clara.

— ¡No, cariño! ¡Estás hermosa! Vamos, ven aquí. Me encanta este crop top... es sólo que se me hace muy raro no verte con esos pantalones holgados ni con esas camisetas tan normales. Estás muy bonita, de verdad.

—-Ugh... me siento estúpida.

—Valentina seguramente piensa que estás muy bonita.

—Le gustan los chicos, mamá. Los chicos. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—Ya te dijo que estabas bonita una vez, ¿por qué iba a dejar de pensarlo hoy? —esbozó una tierna sonrisa y sirvió el desayuno sobre la mesa—. Además, se han besado.

— ¡Mamá! —Juliana sintió una vergüenza terrible—. ¡Espero que no se lo hayas dicho a nadie!

—Cariño, ¿y a quién se lo iba a decir? —rio armoniosamente—. En realidad, me encantaría que le gustaran las chicas. Harían una buena pareja.

— Mamá...

Juliana se sentó en la silla, observando el desayuno. Suspiró y se encogió de hombros mientras fruncía los labios.

—Te gusta mucho, Juliana, lo veo, y tú misma me lo dijiste. Y cada día te gusta más. La verdad que me encantaría que a ella también le gustaras de ese modo —Lupe se sentó justo en frente de ella—. Me parece una chica maravillosa para ti.

—Es la única que no ha huido aterrorizada al confesarle que me gustan las chicas.

—Técnicamente, lo es —admitió Lupe y Juliana bajó la cabeza—. Pero, cariño, las otras no eran chicas. Eran gallinas. Gallinas que huyen cuando se les presenta una situación real. Luego irán de liberales, pero dentro de ellas serán unas lesbianas reprimidas.

Juliana rio al escuchar eso.

— ¿Pero qué dices, mamá?

—Los chicos duros siempre quieren a las chicas inteligentes, calladas y tímidas. Esa clase de chicas con las que se meten sólo mantienen una imagen, ¿sabes? Pues esa clase de gente que fue tan dura contigo, probablemente muchos de ellos tenía envidia porque tú tuviste el coraje de levantarte y sentirte orgullosa de ser quien eres. Y ese, cariño, es mi mayor orgullo. Que tú seas tú, que vivas como quieras y que ames a quien quieras, que no te avergüences, es lo que me hace a mí más feliz y lo que te hace y hará feliz también a ti. Tal vez no lo veas ahora, pero esa libertad de ser quien eres es lo que te dará felicidad.

//

— ¡Llego tarde, llego tarde!

Valentina corría por toda la habitación, colocándose unos pantalones ajustados y tropezándose por todos los rincones de su cuarto. Se cayó encima de la cama y gruñó.

Sus hermanos correteaban por toda la casa, jugando y riendo. Valentina no dejaba de estresarse, pensando que iba a llegar tarde a todas partes.

— ¿Vas a ver a Luis? —preguntó uno de los hermanos.

Hermosa ave de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora