Peeta

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—Cinco mil hoy y cinco mil la semana que viene —le dije con sequedada la mujer que me hacía ojitos. También intentó sacar pecho en mi dirección, pero no me importaba. Ya había visto lo que había debajo de la blusa y no había mucho que sacar.

—Pero... —intentó protestar, pero le interrumpí. Nada de lo que pudiera decir me interesaba. Nada sobre este diminuto pueblo me interesaba lo másmínimo. Chester, Georgia, era como un grano en el culo y odiaba haberme quedado atrapado aquí. Estaba cansado de los cotilleos de pueblo y de las mentes cerradas de loshabitantes. Todos se comportaban como si hubieran salido de una película de tópicos, con todos los estereotipos cursis y ficticios que caracterizaban a los pueblos pequeños, aunque supongo que los clichés no surgen de la nada. Esposible que Chester hubiera sido el modelo que usaron para todas esas películas de mierda. Fuera como fuera, lo odiaba.

No se podía decir que los habitantes de Chester ignorasen lo que acontecía en el mundo real, fuera de su pequeño espacio, porque no era así. Sabían perfectamente lo que pasaba más allá del pueblo. Eran conscientes del terrible estado de la unión. Entendían que la pobreza arrasaba el país y conocían las historias sobre el tráfico de drogas. No eran ajenos a los incendios forestales, los tiroteos en colegios, las protestas en la capital ni las manifestaciones para exigir más agua potable. Sabían quién era el presidente, tanto el actual como el anterior. Los habitantes de Georgia conocían todos los pormenores del mundo exterior, pero preferían hablar de por qué Louise Honey no había ido a estudios bíblicos el jueves por la nocheo por qué Justine Everdeen estaba demasiado cansada como para preparar magdalenas caseras para la venta de la iglesia del viernes.

Les encantaba cotillear sobre tonterías sin importancia, una de las muchas razones por las que odiaba vivir allí. A pesar de todo el asco que sentía por el pueblo, me gustaba saber que el sentimiento era mutuo. Los habitantes de Chester me odiaban tanto como yo a ellos, tal vez incluso más. Más de una vez los había escuchado murmurar a mis espaldas, pero me daba igual. Me llamaban hijo del diablo, lo cual me había molestado cuando era un niño, pero al crecer dejó de parecerme mal. La gente había desarrollado un miedo irracional hacia mi padre y hacia mí desde hacía casi quince años. Nos llamaban monstruos y, después de un tiempo, asumimos el papel. Éramos las ovejas negras de Chester y no me importaba lo más mínimo. Me preocupaba más bien poco que me odiasen, de hecho, no me quitaba elsueño. No llamaba la atención y me ocupaba del taller de mi padre con la ayuda de mi tío. Lo peor del trabajo era lidiar con la gente del pueblo. Podían salir de Chester e ir a otro taller, pero, para ellos, aventurarse en el mundo exterior daba incluso más miedo que enfrentarse a mi padre y a mí. Por eso mi situación actual era tan desesperante: tenía que tratar con idiotas.

—Me debes cinco mil dólares para antes de que acabe el día. Puedes pagar con tarjeta, cheque o efectivo —le dije a Louise Honey, que con un vestido rosa y unos tacones altos tamborileaba las uñas postizas en el mostrador.

—Pensaba que el jueves llegamos a un acuerdo —respondió, confundida por mi frialdad—. Cuando me pasé para hablar...

Para hablar significaba follar, cosa que hicimos toda la noche. Por eso no fue a estudios bíblicos, porque tenía sus diminutas tetas botándome en la cara. Las mujeres del pueblo no tenían problema en odiarme de día y gemir mi nombre de noche. Era su forma secreta de escapar de su falsa realidad.

Un desafío para sus almas de buenas señoritas sureñas.—¿Ese acuerdo tuvo lugar antes o después de que me la chuparas? —espeté. —Mientras —susurró y se sonrojó. Se hacía la tímida, pero debía de ser parte de su actuación para conseguir un descuento porque no había sido tan vergonzosa para pedirme que la atara y la azotara.

—Cualquier trato que hiciéramos con mi polla en tu boca, es nulo y sin efecto —dije—. Deja el dinero en el mostrador. La mitad hoy y la otra mitad la semana que viene, ¿queda claro? Si no, llamaré a tu novio para pedírselo a él.

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora