Peeta

329 29 1
                                    



Katniss dedicaba tiempo y energía a todos los habitantes del pueblo sin dudarlo. Había observado cómo un cotilla tras otro la paraban por la calle para meter las narices en su vida privada. Sin embargo, en vez de ignorarlos, sonreía, aguantaba el tipo y respondía a lo que le preguntaban con elegancia. Me ponía enfermo.

La agotaban emocionalmente y ella se dejaba, como si le diera igual lo bruscos o mal educados que fueran.

—Que Dios te bendiga, Katniss Mae. No sé qué haría si mi matrimonio tuviera problemas. Pero eres fuerte, seguro que sales adelante. Además, no eres tan mayor, tienes tiempo para encontrar a alguien. A lo mejor Gale vuelve. Si no, siempre existen los gatos. Rezaré por ti, cariño —le dijo una anciana en el mercado mientras Katniss hacía cola tranquilamente para comprar una flores. Hacía diez minutos que esperaba para pagar, pero la gente le preguntaba sin cesar sin importarles sus sentimientos. Cuando la vieja se largó, pasé junto a Katniss.—¿Vas a dejar que todo el mundo te trate como a una mierda? —pregunté. Se volvió hacia mí. Tenía unos ojos preciosos. Me pregunté si dejarían deparecérmelo en algún momento. Parpadeó.—¿Qué dices?—Llevas aquí una eternidad dejando que te denigren.—¿Cómo? No, para nada. Solo son amables y me dedican sus oraciones.

—Con oraciones así, ¿quién necesita maldiciones?Entrecerró los ojos. —¿De qué hablas, Peeta?—Hace días que la gente del pueblo te acribilla a preguntas y tú se lo permites sin más. —¿Me has estado observando?—No. «. Puede».Se aclaró la garganta.

—Sea como sea, no los conoces como yo. Solo se preocupan.

—¡Abusan de ti y les dejas hacerlo! —bramé, molesto por lo ignoranteque era. Casi le escupían en la cara y hacía como si nada.
—¿Por qué te importa, Peeta? —preguntó y levantó una ceja.

—No me importa.

—Entonces, ¿qué haces aquí?Gruñí.

—Tienes razón. Deja que se rían en tu cara. Deja que te traten como a basura, te miren con superioridad y te absorban la energía. Cuando hayan acabado contigo y ya no quede nada, recuerda que te lo advertí. —¿Por qué estás tan seguro? ¿Cómo sabes que me están usando? —Porque sé cómo funciona la gente. Te desprecian, ¿sabes por qué?—¿Por qué? —preguntó, y le tembló la voz.

—Porque tú te desprecias. Los demás te tratan como te tratas a ti misma. No tengo ninguna duda de cómo terminarás si sigues así. —Me incliné hacia ella y nos miramos a los ojos—. Te van a desangrar hasta que no quede nada y luego se preguntarán qué te ha pasado.Tragó saliva y se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se mantuvo firmee intentó ocultar cómo le temblaban las manos al sujetar las flores.

—Déjame adivinar —dije—. Ahora es cuando lloras.
—Sí. —Asintió despacio y respiró hondo—. Y cuando tú te marchas. Me tembló la comisura del labio y me di la vuelta. Entonces, me llamó denuevo. —¿Por qué te tratas así? —¿Cómo? —pregunté.

—Dices que los demás te tratan como te tratas a ti mismo. ¿Por qué teves como un monstruo? Sus palabras me afectaron y casi flaqueé.

—Porque es lo que soy.

***

Peeta Ocho años.

—¡Esto es una tontería! —exclamé y lancé el lienzo al suelo. Estábamos en campo abierto y mamá intentaba enseñarme una nueva técnica para pintar el amanecer. Llevábamos con ello una hora y no me salia. Era una tontería, el arte era una tontería y estaba cansado.

—Bueno, bueno —comentó mamá y arqueó una ceja—. ¿Qué ha sido eso? ¿Desde cuándo nos portamos así? —¡No me sale! No quiero seguir. Estaba enfadado y no quería pintar más. Quería irme a casa. No a la casa nueva, sino a la vieja.Donde tenía amigos. —¿Qué pasa? —preguntó mamá.
—Nada.—Peeta, ¿qué te pasa? Sé que no estás enfadado con el cuadro porque lo estás haciendo genial. Dime la verdad. ¿Qué te ocurre? Respiré hondo.

—¡No sé por qué hemos venido a este estúpido pueblo! No le gusto a nadie y siempre se burlan de mí. Lo odio, ¡quiero mudarme! —¿Te acosan otra vez? —preguntó.
Empecé a llorar. «Otra vez», como si hubieran parado en algún momento. Estaba cansado de que me juzgasen por mi aspecto. Cansado de que se rieran de mí cuando no conseguía marcar un gol en clase de gimnasia. Cansado de no encajar. Cansado de todo.

—Ven aquí —dijo.
—No.—Peeta Paul. Suspiré. Caminé hasta ella y me tomó las manos. —¿Qué eres? —me preguntó. Farfullé la respuesta.
—Más alto —dijo.—Soy extraordinario.
—Exacto, incluso en los peores días, eres extraordinario. La gente mala no te echará. No te harán daño. El lunes iré al colegio para hablar con el director sobre todo esto, pero nos quedaremos en el pueblo. —¿Por qué?—Porque no vamos a huir. No dejaremos que nos echen. Tenemos derecho a estar aquí y ser felices y es justo lo que vamos a hacer, ¿vale? Vamos a ser felices. Me sorbí la nariz.
—Vale.
—Y vas a conseguir dominar esta técnica. ¿Sabes por qué? —¿Por qué soy extraordinario? —Sí, mi vida, lo eres.

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora