Peeta

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Cuando abrí la puerta, Katniss estaba sin aliento. Había golpeado la madera como una loca y, cuando la vi, era justo lo que parecía.

—Hola —dijo mientras jadeaba.

—Hola. —¿Puedo pasar? Me aparté para dejarla entrar. Dio vueltas por el salón. Era evidente que estaba fuera de sí. Daba pasos rápidos y erráticos; su mente debía de ir a mil por hora. —¿Qué pasa? —pregunté.

—Quiero que te acuestes conmigo —contestó. —¿Cómo? —He dicho que quiero...

—Te he oído.

—Entonces, ¿por qué has preguntado? —Porque es absurdo. —Levanté una ceja—. ¿Estás borracha? —No. La verdad es que pienso con claridad por primera vez en mucho tiempo. —¿Pensar con claridad significa querer acostarte conmigo? —Sí. No bajé la ceja. —¿Estás borracha? —repetí y se sonrojó.

—No, Peeta. Venga ya, hablo en serio. Me apoyé en la pared y me crucé de brazos. —¿Quién te ha hecho enfadar? Siguió dando vueltas por el salón.

—Eso da igual. Solo quiero saber si te acostarás conmigo o no.

—Princesa...

—¡No soy ninguna princesa! —gritó y se detuvo. Me miró a los ojos y suspiró—. Estoy cansada de todo. De ser la princesa, la chica buena. Lo he sido toda la vida y no me ha llevado a ningún sitio. No he conseguido nada.

—Así que el siguiente paso, obviamente, es acostarte conmigo —bromeé. Se acercó y se colocó frente a mí.

—Sí. —¿Y eso por qué? —Porque eres todo lo contrario a portarse bien.

—Me lo tomaré como un cumplido. —Esbocé un amago de sonrisa.

—Sabía que lo harías.
—Katniss, no quieres esto —le advertí cuando se acercó.

—Sí lo quiero.
—En el pueblo dicen que soy peligroso y no se equivocan. A veces soy inestable. Exploto sin avisar.

—No me da miedo. —Avanzó hasta que estuvimos a pocos centímetros. Yo seguía apoyado en la pared y su respiración se aceleraba por momentos—. Además, es posible que necesite algo de peligro en mi vida. Me acarició el cuello y cerré los ojos al notar el roce de las yemas de sus dedos sobre la piel.

—Te arrepentirás —le prometí. Soltó una risita incrédula.

—¿Alguna vez te arrepientes del sexo? Abrí los ojos y clavé mi mirada en la suya. Entendió la respuesta sin tener que pronunciarla. Dudó un instante y noté la confusión en su mirada.

—Lo uso para olvidar —confesé.
—¿Olvidar qué? —Todo. Asintió despacio.

—Yo también quiero olvidar.
—¿El qué?—Todo. Dos personas que querían olvidarse de todo juntas. Había, al menos, un millón de maneras en que aquello podía salir mal.

—Es una mala idea —le advertí.
—Sí. Pero lo quiero. Sonreí.

—Estás triste.
—Sí. —Asintió—. Tú más. «». Me puso las manos en el pecho y me miró a los ojos.

—No me das miedo, Peeta Mellark.—Debería.—¿Por qué? —Porque a veces me lo doy a mí mismo. Seguía muy cerca. Su cuerpo presionaba el mío y no me resistí a la urgencia de acercarla más, ¿cómo hacerlo? Katniss Mae me provocaba una extraña sensación de familiaridad que nunca antes había sentido. Aunque no la quisiera cerca, siempre iba hacia ella. Puse las manos en la parte baja de su espalda cuando nuestras caderas se tocaron. ¿Qué tenía que me empujaba a ir en contra de lo que me dictaba la cabeza? —He leído sobre los hombres como tú en los libros —susurró mientras me dibujaba espirales con los dedos en el pecho. —¿No me digas? ¿Qué te enseñaron esos libros sobre los hombres como yo? Se mordió el labio inferior, tomó aire y susurró:—Que me mantenga alejada.

—Entonces, ¿qué haces tan cerca?Ladeó la cabeza y me miró a los ojos.

—Porque en los libros, la heroína nunca hace caso. —¿Y empiezan los problemas? —pregunté.

—Sí, empiezan los problemas. Por cómo lo dijo, eso era justo lo que buscaba. Éramos el típico cliché. La chica buena y el monstruo vecino. Éramos polos opuestos que formarían la tormenta perfecta y me estaba pidiendo que fuera su próximo fallo, su mayor error.¿Quién era yo para negarme? —Te destruiré —le advertí. —O me salvarás. —¿Merece la pena el riesgo?—¿Acaso no lo merece siempre? Cuanto más me tocaba, más quería tocarla yo. La agarré por las muñecas y nos di la vuelta de modo que fuera ella quien quedase apoyada en la pared,con las manos sobre la cabeza.

—Tengo ciertas reglas.

—Me incliné y le rocé el cuello con los labios. Qué bien olía. A melocotón y a pecado—.

No puedes romperlas.

—Dibujé círculos con la lengua sobre su piel y después aspiré con delicadeza. Se estremeció.

—¿Cuáles son? —Regla número uno —susurré y le recorrí la clavícula con los labios—. Nunca pasarás aquí la noche.

—Hecho.—Regla número dos —dije y le solté el brazo izquierdo para levantarle la blusa despacio y acariciarle la piel—. Nada de sentimientos.

—Esa es fácil —dijo con la respiración acelerada mientras yo jugueteaba con el botón de sus vaqueros—. Ya no creo en los sentimientos. No sabía por qué, pero sentí pena por ella. Yo tampoco creía en el amor, pero era mi norma. Katniss parecía el tipo de persona que sí creía en él, así que descubrir que ya no era así me sorprendió. Tal vez teníamos más en común de lo que pensaba.

—Regla número tres: no hablamos de mi vida. —¿Nunca? —Nunca.

—Vale.

—Por último, regla número cuatro. —Acerqué la boca a la suya y le acaricie el labio inferior con la lengua—. Si tus bragas favoritas se rompen, no esperes que te compre otras. Enrojeció. Se sonrojaba con mucha facilidad y decidí que la mantendría así toda la noche. Nuestros labios se rozaban y respiré su aliento mientras me apoyaba la mano en el pecho.

—Yo también tengo una regla —dijo. Levanté una ceja. —¿Cuál?—No te acostarás con otras mientras lo hagas conmigo. —Levantó la vista y me miró a los ojos—. Necesito ser la única mientras esto dure, no podré hacerlo si estás con otras. —¿Quieres fidelidad? —Sí.

No era un deseo, sino más bien una necesidad. La reciente traición que había sufrido le había afectado tanto que necesitaba tener algo suyo, aunque fuera por un breve periodo de tiempo. Necesitaba que solo la besase a ella, que sus piernas fueran las únicas que separase y sus gemidos los únicos que provocase.

—Hay un problema —le expliqué y me miré la pulsera—. Uso el sexo para olvidar. Para no usar otras cosas. Así que, si llegara el momento en que te necesitase de repente...

—Vendré —prometió—. No te dejaré solo. Le acaricié el cuello con el dedo sin dejar de mirarla. Era preciosa, eso era indudable, pero también estaba rota, como yo. Mis piezas desperdigadas se mezclaban con las suyas. Éramos dos personas rotas sin ningún interés en repararnos. —¿Harías algo por mí? —le susurré en el cuello, la besé con suavidad y respire su aliento. —¿El qué? —Ve a la habitación y quítate los pantalones. Tragó saliva y se mordió el labio. —¿Ahora? —preguntó, algo insegura.
—Sí —asentí—. Ahora. Pasó a mi lado y se empezó a desabrochar la blusa de camino a la habitación. Su inseguridad, su timidez y su nerviosismo me provocaron una sonrisa. Siempre me hacía gracia que las chicas buenas intentaran ser malas.

—¿Katniss Mae? —¿Sí?—Más te vale rezar muchas plegarias a ese dios tuyo para pedirle que te perdone. Se giró de sopetón y me miró. —¿Y eso por qué? Miré el sujetador rosa que sujetaba unos pechos perfectos, más que suficientes para llenarme las manos. Me quité la camiseta, caminé hacia ellay dije: —Porque esta noche vas a pecar.

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora