Gale me llamaba todos los días, pero nunca le respondía. Cuando dejaba un mensaje de voz, lo borraba. Sabía que, si lo escuchaba, lo echaría de menos y no se lo merecía. Mi cabeza lo entendía, pero mi corazón tenía su propia opinión al respecto. Evitarlo era lo mejor.
Hice todo lo posible por reprimir lo que sentía. En El Silencio me encontraba a Peeta, pero no hablábamos. Él se sentaba en el rincón mas alejado a la izquierda y yo en la mesa de la derecha, en la otra punta. A veces, nos cruzábamos en busca de algún libro, pero al parecer había decidido no mirarme, así que me esforzaba por mantenerme alejada y seguirle el juego. Había algo en él que me inquietaba. La forma en que se me acercó en el mercado fue de lo más extraña. Fue muy agresivo, pero protector a la vez, y tanta contradicción me provocaba dolor de cabeza.
Una tarde lo vi con Tucker, y Josie tenía razón: me derretí. Paseaba por Kap Park cuando llegaron. Parecía que a Tucker le costaba caminar solo, así que Peeta cargaba con él. Llevaba también una mochila y, cuando encontró un buen sitio al sol, sacó una manta y algunos juguetes para el perro. Dejó a su amigo en el suelo con cuidado y se sentó con él. De vez encuando, lo acariciaba y lo llamaba «buen chico». Daba la sensación de queTucker sonreía mientras meneaba el rabo despacio y descansaba. Peeta lo cuidaba con muchísimo amor. No imaginaba que alguien así fuera capaz de tener tales sentimientos. Era un amor tranquilo, pero que, al mismo tiempo, destacaba. La forma en que quería a Tucker era la misma en la que todos deberíamos ser amados: incondicional. Cuando levantó la vista y se dio cuenta de que los miraba, aceleré el paso. No me observaba como a Tucker.
Cuando me miraba solo percibía odio.***
El viernes por la noche, Judy vino conmigo a la librería. Era inusual en ella, pero insistía en hacerlo para asegurarse de que estaba bien. No le gustaba leer tanto como a mí, así que, sentadas en mi rincón, pasaba las páginas distraída.
—Podemos irnos —susurré al verla juguetear con los pulgares recostada en la silla, muerta de aburrimiento.
—Calla —me regañó—. El silencio es un tesoro. Me reí. —Te mueres de aburrimiento.—¿Qué dices? Me encanta. Libros y palabras. Palabras y libros. Una maravilla. Alguien nos chistó desde lejos, pero no dejé de reírme. —¿Quieres ir a por un helado? Se le iluminaron los ojos.
—Ahora nos entendemos.
Mientras nos íbamos, miré hacia donde estaba Peeta y me percaté de que ya se había ido. Me pregunté qué libros se habría llevado aquella noche. Luego me cuestioné por qué me importaba. Paseamos por las calles de Chester y Judy me contó cómo iba la planificación del Festival del Melocotón. La escuché con atención hasta que vi a un grupo de adolescentes que se reían y lanzaban cosas a algo. Algunos llevaban un cubo de basura en las manos, que volcaron encima de su objetivo. Al acercarme, me puse nerviosa. No le tiraban cosas a algo, sino a alguien.
—¡Eh! —grité y me acerqué corriendo—. ¡Ya basta! En cuanto se dieron la vuelta y me vieron, corrieron en distintas direcciones. Cuando me acerqué y vi al hombre cubierto de basura, mepreocupé.
—Señor Mellark, ¿se encuentra bien? —pregunté y me agaché para ayudarlo a incorporarse. Estaba muy borracho y olía a whisky y orina. Se había meado encima. Dios mío... —¿Está bien? —preguntó Judy con voz temblorosa.—Señor Mellark, deje que le ayude —me ofrecí cuando me dio un manotazo.
—¡Déjame en paz! —bramó.
—Déjeme que le ayude a volver a casa y...—¡Que me dejes, zorra! —gritó, arrastrando las palabras. No me ofendí. Dudaba que supiera quién era en ese momento. Apenas podía abrir los ojos. Estaba totalmente ido.
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Para siempre (Everlark)
RomanceKatniss se siente perdida después de que su marido la haya abandonado. Entonces, regresa a su pueblo natal y allí conoce a Peeta, la oveja negra. Entre ellos surge la conexión más poderosa que han sentido hasta ahora. Son corazones heridos que inten...