No me arregló con el cuerpo, sino con palabras. Nos pasamos la noche hablando de todo y de nada, lo que hizo más fácil respirar. Saber más cosas sobre Peeta me hacía sentir menos sola.
—¿Cuándo supiste que querías ser mecánico? —pregunté. Hizo una mueca y se encogió de hombros.—No quería. Prefería estudiar bellas artes. Me parezco más a mi madre que a mi padre, pero, después de lo que pasó, tenía que ayudar en el taller. —¿Nunca has querido ser mecánico? —No. Sentí pena por él. Nunca había podido perseguir sus sueños al pasar casi toda la vida cuidando de su padre.
—Siempre puedes volver a estudiar. Se encogió de hombros.
—Estoy bien así.
—Pero ¿eres feliz? —La felicidad nunca ha sido una opción real para alguien como yo.
—La mereces más que la mayoría.—Pero no más que tú. —Esbozó una especie de sonrisa—. Tú mereces ser feliz más que nadie.
Vivíamos en un mundo extraño, uno en el que no éramos libres de expresar lo que sentíamos el uno por el otro, pero en mi cabeza se lo repetía una y otra vez.
«Te adoro. Te adoro. Te adoro».
Me acarició la muñeca con el dedo, se acercó mi brazo a los labios y labesó.
—Tienes un moratón de la última vez que te até.
—Hay moratones peores. —Sonreí y frunció un poco el ceño—. No pasa nada, Peeta, estoy bien.
—No quiero hacerte daño.
—Eres la única persona que no me lo hace. —Me acerqué y lo besé en los labios. Cerró los ojos un segundo y, cuando los volvió a abrir, sentí un escalofrío.
—¿Cuándo vuelves a Atlanta?No habíamos hablado todavía de mi marcha. Durante los últimos meses nos habíamos dejado llevar en los brazos del otro y no habíamos intercambiado muchas palabras que no fueran gemidos. Cuando hablábamos de verdad, lo hacíamos del pasado, nunca del futuro.
—Dentro de tres semanas. Bajó la vista, decepcionado.
—Ah, vale. —¿Qué pasa? —Voy a echarte de menos, eso es todo. Se me detuvo el corazón otra vez.—¿Peeta Paul Mellark echará de menos a alguien? —bromeé para mantener las emociones bajo control.
—A alguien no, a ti.
«Te adoro. Te adoro. Te adoro».
Le puse los dedos en el cuello y le acaricié mientras me abrazaba. Lemiré los labios. Esa misma boca había recorrido todo mi cuerpo, pero lo que mas me conmovía eran las palabras que salían de ella.—Yo también te echaré de menos —dije—. Sin ti, no habría sobrevivido al verano. Me besó, y algo cambió aquella noche. Sus besos eran diferentes, más reales que la historia ficticia que nos habíamos contado durante aquellas semanas. No había dicho las palabras y yo tampoco, pero los besos sabían como si rogásemos por un poco más de tiempo, más roces, más corazónes que se paraban. Me quedé toda la noche, y la forma en que nos tocamos se parecía mucho a algo que se confundiría con amor. Cuando amaneció, empecé a vestirme para volver a casa.
—Te acompaño —se ofreció. Sonreí y bostecé.
—Sabes que diré que no. —¿Me escribirás cuando llegues? —Eso puedo hacerlo.
—Vale. —Sonrió, apoyado en el marco de la puerta.
—Vale. —¿Katniss Mae? —¿Sí?Se aclaró la garganta y metió las manos en los bolsillos.
—¿Te gustaría salir conmigo algún día? ¿En una cita de verdad? Sentí mariposas en el estómago.
—No sabía que Peeta Mellark tenía citas.
—Solo contigo.
Más mariposas.—Lo cierto es que iba a preguntarte si harías algo conmigo. —¿El qué? —preguntó.
—Todos los años, desde que tengo memoria, mis padres celebran una gala de verano en el salón del ayuntamiento para recaudar dinero. Es un gran acontecimiento, todo el mundo se viste como si fueran los Oscar. Se celebra un banquete, hay un baile y va todo el mundo.
—La gala Everdeen. Sí, me suena.—¿Serás mi acompañante? —le pedí. Hizo una mueca y se me partió un poco el corazón. Me sonrojé, avergonzada—. Si no quieres, no tienes que venir. Lo juro, es que...
—Quiero ir —me interrumpió, y me sentí algo mejor—. Me preocupa que te lo hagan pasar mal si apareces conmigo. No quiero añadir más estrés y dramas a tu vida. La gente hablará.
—Que hablen —Le puse una mano en el pecho—. Lo ignoraremos. Sonrió. Aquella sonrisa me aceleraba el corazón. Se inclinó, apoyó la frente en la mía y me rozó los labios. Supe que estaba perdida.
—Entonces —susurró—, ¿es una cita? —Sí. —Sentí un escalofrío—. Es una cita. Buenas noches, Peeta Mellark.Me besó con dulzura e hizo que me temblara todo el cuerpo.
Me puso lasmanos en la nuca, me acarició y susurró:—Buenos días, Katniss Mae.
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Para siempre (Everlark)
RomantikKatniss se siente perdida después de que su marido la haya abandonado. Entonces, regresa a su pueblo natal y allí conoce a Peeta, la oveja negra. Entre ellos surge la conexión más poderosa que han sentido hasta ahora. Son corazones heridos que inten...