Katniss

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Peeta y yo empezamos a quedar casi todos los días. Era nuestra forma de escapar de la realidad o, más bien, de la fachada de superficialidad de Chester. Aquel pueblo siempre había sido mi hogar, pero ahora sentía que ya no encajaba. El único momento en que las cosas tenían sentido era cuando estaba con Peeta. Su oscuridad se convirtió en mi luz. Hacíamos todo tipo de actividades juntos para aprender más el uno del otro y de nosotros mismos. Él se había pasado la vida cuidando de su padre y yo intentando ser perfecta para mi madre, así que, por primera vez, nos esforzábamos por conocernos como individuos, juntos.

Fuimos al cine a ver películas que nunca habíamos visto y nos encantaron. Hicimos senderismo y lo odiamos. Intentamos construir muebles solo por el placer de decir que podíamos (él sí, yo no).

Sin embargo, algunos de mis momentos favoritos eran los que pasábamos en El Silencio leyendo uno al lado del otro, cada uno su libro. Era fácil estar en silencio con él. Me sentía como en casa. Mi otro momento favorito era el tiempo que pasábamos en su sofá sin hacer absolutamente nada, excepto hablar de nada y de todo. Entonces, sentía que de verdad aprendía sobre el hombre que tenía al lado. Me encantaban esos pequeños momentos.

—No aprendí a nadar hasta los diecisiete. Solo he tenido una mascota, un gato al que llamé Ratón. Se me saltaron los incisivos cuando me caí de morros en el desfile del Día de los Fundadores. Entiendo el castellano, pero no sé decir ni una palabra, y los cardenales son mis pájaros favoritos —dije en una retahíla de datos aleatorios. Se hundió un poco en el sofá.

—Me llamaron así por Peeta Pollock. Mi segundo nombre es Paul por su verdadero nombre. A los diecinueve casi me enamoré de una chica que paso por el pueblo. Creo que la elegí porque sabía que no se quedaría. Odio los guisantes, aunque me gustan con la ternera Strogonoff. Estoy obsesionado con Juego de tronos y juzgo en secreto a cualquiera que no lo este.

—Confesión: nunca he visto Juego de tronos. Me miró y se apresuró a apartar la mirada.

—Vaya, bueno, no pasa nada. Me reí.

—Para. —¿El qué?—De juzgarme en secreto. Arqueó una ceja.

—No lo hago.—¡Claro que sí! Te lo noto en los ojos.

—No, en serio, no es culpa tuya ser un peñazo. Me reí y le di un codazo.

—Que te jodan.

—No, no jodo con nadie que no conozca a Jon Nieve. Enrojecí por el comentario y supliqué que no se diera cuenta, ya que la habitación estaba medio a oscuras.

—Seguro que tampoco has visto nunca Breaking Bad ni The WalkingDead.

—Culpable de todos los cargos.
—¿Hijos de la Anarquía? —No me suena. Abrió los ojos como platos.

—¡Pero vamos a ver! ¿Qué haces en tu tiempo libre? Sonreí y me encogí de hombros. —No sé, ¿vivir la vida? Hizo una mueca.

—Apuesto a que haces ganchillo por diversión. Me sonrojé. Entrecerró los ojos.

—Haces ganchillo, ¿verdad?Me mordí el pulgar. Me encantaba el ganchillo.

—Madre mía, eres una abuelita —masculló y se golpeó la frente con la mano—. Pues si vamos a pasar más tiempo juntos, vas a tener que ver algunos capítulos de Juego de tronos. Te voy devolver la juventud. Seguí riendo.

—Bueno, pero si vamos a ver Juego de tronos, pienso hacer ganchillo mientras tanto.

—No puedes. Tienes que centrarte al cien por cien en la serie o será una perdida de tiempo. No te enterarás de lo que... ¿Katniss? —¿Qué? Bajó la mirada y me di cuenta de que, en algún momento, nuestras manos habían acabado entrelazadas. Me había movido lo bastante cerca para tocarnos y ni me había dado cuenta. Aparté la mano y respiré hondo.

—Perdona.

—No te disculpes —dijo. Despacio, acercó la mano a la mía y me acarició el meñique con el suyo—. Los echas de menos, ¿verdad? ¿Los pequeños momentos? Cerré los ojos.

—Sí. Deslizó la mano bajo la mía y entrelazó nuestros dedos.—¿Y esto? —preguntó con voz suave—. ¿Estar cogidos de la mano? «Respira».

—Sí. Se acercó más y me puso la otra mano en la nuca. Con los dedos me masajeó la piel y ladeé la cabeza. —¿Echas de menos esto? «Sí».

Dios, sí, lo echaba de menos. Nuestros muslos se tocaron y respiramos al unísono. «Sí, muchísimo».

—Lo echo de menos —confesé y apoye las manos en su pecho—. Echo de menos que me acaricien y que me abracen sin que tenga que llegar a nada más.

—Deja que lo haga —dijo con cariño y apoyó la frente en la mía. Su aliento me acarició los labios y cerré los ojos—. Deja que te abrace. Me levantó en brazos y me sentó en su regazo. Lo rodeé con las piernas y me abrazó. Estábamos tan cerca que apoyé la cabeza en su pecho. Tan cerca que, cuando respiraba, escuchaba sus latidos.

Una respiración, un latido.Dos respiraciones, dos latidos.

—Peeta —susurré mientras jugueteaba con mi pelo—. ¿Te Puedo pedir una locura?—Lo que sea. —¿Me llevas a la habitación, te tumbas conmigo y me abrazas un rato? Sin decir nada más, me sujetó por las piernas y me alzó en volandas. Fuimos a la habitación, me dejó en la cama con cuidado y se tumbó junto a mi. Cuando me acercó a él, me acomodé a su cuerpo. Su calor me envolvió y disfruté de su olor. Me sentía arropada por mi manta favorita y quería quedarme así el mayor tiempo posible. No se oía nada a nuestro alrededor, solo nuestras respiraciones. Me rozo el cuello con los labios y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba donde debía estar. —¿Peeta? —susurré y me acurruqué más cerca de él. Éramos piezas de dos puzles diferentes que encajaban a la perfección. —¿Qué? Respiré hondo y solté el aire despacio.

—Me gusta cómo te late el corazón. 

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora