Katniss

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Estaba de los nervios. Quería hacerlo, me moría por sentir el cuerpo de Peeta sobre el mío, pero todo lo que me habían enseñado me resonaba en la cabeza y me gritaba todos los fallos que había en la decisión que había tomado.

«Sigues legalmente casada».
«Es peligroso».
«No eres de esa clase de chicas».
«Eres una buena chica».

Silencié todas las voces como pude, porque era una chica buena, pero estaba cansada de ser dócil. Por una vez, quería ser salvaje y ver qué sesentía al dejarse llevar.—¿Estás bien? —me preguntó. Asentí despacio.

—Sí.
—Bien.

—Caminó hasta mí, lentamente, sin vacilar—. Siéntate al borde de la cama. —Obedecí y se arrodilló delante de mí—. Eres preciosa —me dijo, y se me erizó la piel—. ¿Lo sabes, Katniss? ¿Sabes lo preciosa que eres? No respondí. No recordaba la última vez que alguien me había dicho algo así y, aunque quería creerlo, me resultaba imposible. Después de cómo Gale me había traicionado, era difícil no dudar de lo que valía, pero aquella noche, Peeta estaba dispuesto a recordármelo con cada caricia. Puso las manos sobre mis piernas desnudas y, con delicadeza, me besó el interior del muslo antes de mirarme.

—Estás nerviosa.

—Sí.
—¿Quieres que pare? —No. Acercó los dedos a mis bragas y, con el pulgar, me acarició el clítoris en círculos. Cerré los ojos y me tumbé sobre el colchón mientras me aferraba ala sábana con los puños cerrados. Se me aceleró el corazón más de lo que creía posible cuando me las bajó y el calor de su aliento me acarició. Arqueé las caderas, pero me provocó sin prisa.

—Paciencia, princesa —susurró y me besó el muslo. Me agarró los tobillos y me separó las piernas—. Tenemos toda la noche. Entonces, con tranquilidad y una gran habilidad, acercó los labios y me probo, me chupó y me acarició con la lengua; después, se separó unos segundos antes de seguir. No sabía que pudiera sentirme así. No sabía que pudiera ser tan...

«Dios».

—Ja... —jadeé y levanté las caderas hacia su boca mientras me demolía en todos los sentidos. Cuanto más gemía, más rápido movía la lengua. «Más profundo»—.  Sí... Respiraba con dificultad mientras me sujetaba los muslos para explorarme con la boca. Le enredé las manos en el pelo y lo empujé más abajo. Nunca me había sentido así, nunca había sabido que con las manos y la lengua se podía hacer algo tan...

—¡Dios! —grité cuando me penetró con la lengua cada vez más rápido y perdí el contacto con la realidad.

—No. —Sonrió—. Más bien al contrario. Controlaba las sacudidas de mi cuerpo con la lengua y me agarraba para que no me moviese cuando retorcía las piernas, de manera que me dejé llevar mientras saboreaba cada rincón hasta casi explotar. Gimió como si disfrutara de la experiencia tanto como yo. Cuanto más me retorcía, más exploraba, más profundo se movía y más me deshacía en su lengua. Cuando se apartó, intenté recomponerme con las piernas temblorosas y la respiración acelerada.

—Ha sido... Vaya —jadeé—. Joder. Sonrió y me miró; estaba empapada en sudor. Se levantó del suelo, se desabrocho los vaqueros y se los quitó, para después librarse de los calzoncillos. Miré su erección mientras se lamía los dedos para saborearme. Sabía que era una tontería, pero no podía apartar la vista. Me sonrojé por el deseo y los nervios; lo que quería y lo que necesitaba en ese momento era a Peeta. Solo había estado con un hombre antes y no era ningún secreto que Gale no estaba tan bien equipado como Peeta. Me agarró de los tobillos y me miró a los ojos.

—Solo ha sido un aperitivo. —Sin esfuerzo, me dio la vuelta y me tumbó boca abajo. Gemí cuando lo sentí sobre mí. Noté su erección en las nalgas mientras, con los labios, me recorría la espalda hasta llegar a la oreja—.¿Lista para el plato principal? Aunque quería decir que sí, no me sentía lista para nada. Cuando Peeta Mellark se deslizó dentro de mí y me embistió hasta lo mas profundo, supe que aquella era una decisión que una chica buena jamas tomaría. Era lo contrario a lo que se esperaba de mí. Y sentaba de maravilla. Me azotó el culo y le pedí más. Quería que lo hiciera más fuerte y me concedió mi deseo. No se detuvo ahí. Me volvió a dar la vuelta, me apoyó en la pared y me folló desde todos los ángulos posibles. Gemí, grité y supliqué que no parase. Era indomable y no se cortaba a la hora de susurrarme guarradas al oído mientras me penetraba.

Cuando me colocó sobre él, volví a sentirme nerviosa y me preocupó que me viera desde esa perspectiva. Sin embargo, con un solo toque en la espalda, me hizo inclinarme sobre él y me besó.

—Eres preciosa —repitió—. Ahora fóllame como no lo has hecho nunca.

Así lo hice. Lo monté como si fuera mío, aunque no fuera cierto. Pero aquella falsa realidad merecía la pena. Aquellos momentos me ayudaron a que la cabeza y el corazón fueran al mismo ritmo. No era mío y yo no era suya, pero aquella noche éramos algo. No tenia nombre, solo sensaciones. Me asustaba, pero también me hacía sentir segura. Era rápido y lento a la vez. Estaba mal, pero bien al mismo tiempo.

Aquella noche hizo que me corriera más veces que en quince años de matrimonio. Ahora entendía por qué merecía la pena jugar con los chicos malos. Entendía por qué las chicas buenas acudían a su puerta. Nunca había sabido lo que era que me temblasen las piernas de verdad hasta aquella noche. Cuando llegó la hora de irme, me vestí y me siguió hasta la puerta.

—Te acompaño a casa —se ofreció.—No hace falta —respondí, me mordí el labio inferior y lo miré—. Lo de esta noche ha sido...

—Sí. —Asintió y se apoyó en el marco de la puerta, como si me hubiera leído la mente—. Lo ha sido. —¿Te parece bien que este acuerdo quede entre nosotros? No es que me avergüence, pero por primera vez tengo algo que es solo mío.

—Venga ya, princesa. —Sonrió de verdad. Era la primera vez que lo veía hacerlo. Cuando vi el hoyuelo que se le formó en la mejilla izquierda, el corazón, aún hecho pedazos, se me paró un segundo—. 
¿A quién se lo iba acontar? .

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora