Peeta

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—¡Mantente alejado de mi hija! —siseó Loretta Everdeen al entrar en el taller el martes por la tarde—. ¡No es una mujer más de la que puedas aprovecharte en tus retorcidas «sexcapadas»

!La miré, se me escapó un profundo suspiro y seguí trabajando en el coche que tenía delante. ¿Acababa de decir «sexcapadas»?Tenía una nueva palabra favorita.

—A menos que traigas un coche, te aconsejo que te vayas —mascullé y saque una llave inglesa de la caja de herramientas. Cruzó la estancia taconeando y se puso las manos en las caderas.

—Lo digo en serio, salvaje. ¡Deja en paz a Katniss o verás! —¿O veré? —Arqueé una ceja—. No respondo bien a las amenazas.

—Yo no respondo bien a la gente que se mete con mi familia.

—Nadie se mete con nadie, alteza —me burlé—. Ahora, por favor, lárgate. —¿Qué quieres de mi hija? ¿Intentas vengarte de mí? Presioné las manos contra el coche y la miré. Tenía los mismos ojos que su hija, pero estaban llenos de odio.

—¿Por qué cojones querría vengarme? —Por aquella vez que viniste a verme de niño para pedirme ayuda. Estiré la pulsera. «Respira hondo».

—No tengo tiempo para esto.
—Me froté las manos en los vaqueros y medi la vuelta—. Sabes donde está la salida.

—Mantente alejado de mi hija o te arrepentirás.

—De nuevo —rugí y estiré la pulsera—, no me gustan las amenazas.

—No es una amenaza, es una promesa. Si no sales de la vida de Katniss, te haré sufrir.Arqueé una ceja.

—¿Qué diferencia habrá con la forma en que me habéis tratado todos estos años? —Escucha...

—No, escucha tú —dije entre dientes y me acerqué a ella—. No tienes derecho a entrar en mi taller a exigirme nada. No me digas lo que tengo que hacer ni cómo hacerlo, ¿está claro? Es mi vida y no tienes ningún control sobre ella. Sé que estás acostumbrada a que todos te sigan como perritos falderós, pero yo no soy una de tus mascotas, ¿queda claro? Cuando me digas que salte, no te voy a preguntar cuánto, así que déjate de amenazas vacías y sal de mi vista.

—Ojalá no hubieras vuelto después de los años que pasaste en rehabilitación.

—Deberías haberle rezado más a tu querido dios. Le tembló el labio inferior, el único signo de debilidad que Loretta Everdeen permitía mostrar. Luego metió la mano en el bolso y sacó un talonario. —¿Cuánto? —¿Cómo?—¿Cuánto quieres? Te pagaré lo que sea para que dejes en paz a Katniss Mae.—¿Así es como consigues lo que quieres? ¿Con un cheque? —bufé—. No quiero tu dinero.

—¿Cuánto? Te compraré las tierras también si así consigo que te vayas del pueblo con el desgraciado de tu padre.

—No te atrevas a hablar de mi padre —gruñí. Por mucho que lo odiara,una Everdeen no tenía derecho a insultarlo—. Lárgate.

—Peeta...

—¡Fuera!—¡Pero aléjate de ella! —gritó y tembló. Nunca la había visto así. Parecía aterrorizada.

—¿Qué te da tanto miedo? —pregunté y entrecerré los ojos—. ¿Te asusta no ser capaz de controlarla como hacías antes?
—No tienes ni idea de lo que hablas, pero déjala en paz. Te lo juro, Peeta, si no lo haces, te arruinaré la vida. —¿Qué vida? —le pregunté. Nada en mi existencia podía llamarse «vida»—.

Es la última vez que te lo pido: sal de mi puñetero taller. Se dio la vuelta para irse y la llamé una última vez.

—No soportas no controlarla, ¿no es cierto? —Levantó una ceja y seguí—. En vez de atacarme a mí, deberías ir a por el cabrón que le rompió el corazón y dejó embarazada a su mejor amiga. Eres leal a quien no debes. En ese momento, mi padre entro en el taller y se encontró de frente con Loretta. Llevaba una botella de whisky en la mano e hizo una mueca antes dehablar. —¿Qué cojones haces en mi propiedad? —Marcharme —dijo ella—. Qué ganas tengo de que te vayas de es te pueblo con tu hijo y dejéis de dar problemas.

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora