Katniss

413 34 1
                                    

Solo tardamos unos minutos en firmar los papeles en el banco y entregar las llaves al banquero. Estaba sentada al lado de Gale, pero lo sentía a kilómetros de distancia. Cuando nos levantamos para irnos, él se dirigió a su coche y yo al mío.

—Gale —lo llamé, sin saber muy bien por qué. Me miró y arqueó una ceja, a la espera de que hablase. Abrí los labios, pero las palabras se negaron a salir.

«Vamos a comer algo y a ver una peli. Hagamos planes hasta que vuelvas a quererme».

—Nada. Da igual. Suspiró. —¿Qué pasa, Katniss?—Nada, de verdad. —Me froté los brazos con las manos.

—Ya empezamos —masculló, y sentí un pinchazo en el pecho.
—¿Qué quieres decir? —Vas a hacer lo mismo que haces siempre.

—¿Qué hago siempre? —Empiezas a contarme lo que sientes y después te callas y no dices nada. ¿Sabes lo complicado que es comunicarse contigo? —Lo siento —murmuré. —Claro que sí —replicó—. Oye, tengo que irme. Cuando lleguemos a Chester, le contaremos a nuestros padres que nos divorciamos. Deberíamos hacerlo por separado. Vamos a tener que acostumbrarnos a hacer las cosas solos, así que mejor empezar cuanto antes, ¿no? «Sé fuerte. No llores».
Vale.Iba a pasar el verano en Chester, ya que el piso de Atlanta no estaría listo para mudarme hasta agosto. Por una parte, volver al pueblo me aterraba, pues la gente no tardaría en darse cuenta de que Gale y yo ya no estábamos juntos. Por otra parte, me gustaba la idea de que fuéramos a estar en el mismo sitio, en las mismas aceras en las que nos enamoramos por primera vez. Tal vez esa conexión con el pasado haría que volviera a mirarme como antes. Tenía un verano entero para conseguir que mi marido volviera a enamorarse de mí. Me metí en el coche y, al girar la llave, el motor petardeó. «Mierda». Volví a intentarlo e hizo un ruido muy feo. Gale me miró con una ceja levantada, pero lo ignoré. Mi coche era viejísimo, un Buick rosa que me había acompañado desde que empecé la universidad. Lo único que llevaba en mi vida más tiempo que este coche era Gale, pero ahora que iba a marcharse, Rosie pasaba a ser mi posesión más antigua. Aquella mañana, se puso enferma. —¿Quieres que le eche un ojo al motor? —preguntó Gale, pero no quise mirarlo. No después de como me había hablado y me hiciera sentir como una mierda por ser como soy.

—No, no hace falta —dije.—¿Seguro que esa cosa será capaz de llegar hasta Chester? Deberías haber alquilado un coche y tirado esa chatarra.

—Está bien —respondí, giré la llave e hizo el mismo ruido. —katniss... —empezó y ya no aguanté más.

—Márchate, Gale. Has dejado bien claro que no quieres estar aquí, asi que lárgate de una vez.
«O quédate...». Frunció el ceño y se enderezó.

—Vale, me voy.
—Es lo mejor.
«O quédate».

Era patética. Frunció los labios.
—Adiós. Se fue y me dejó allí. Dejó atrás nuestra historia y puso punto final a nuestro capítulo, mientras yo intentaba reescribirlo. Sentí una punzada en el pecho y lo llamé. —Gale —grité y se volvió hacia mí. —¿Sí?Apreté el volante con los dedos. Las palabras luchaban por escapar. Querían que mis labios las pronunciasen, pero no podían. No quería suplicarle que se quedase conmigo después de todo lo que habíamos pasado. —¿Cómo ha pasado esto? ¿Dónde nos equivocamos? —No lo sé. —Hizo una mueca—. Algunas cosas no están destinadas adurar para siempre.¿Y si nosotros sí lo estábamos, pero en vez de intentar reconducir la relación habíamos dejado que se hundiera sin pelear?Los ojos se me llenaron de lágrimas. Odiaba que me viera llorar, pero también necesitaba que fuera consciente de mi dolor y de cuánto daño me había hecho. Tenía que verme sufrir y debía recordarme a mí misma que ya no era el hombre que me consolaría. Se frotó la nuca. —¿Katniss?—¿Qué? —Te quiero. Asentí, despacio.

—Lo sé. También le creí. Judy me habría dicho que era una estúpida por creerlo, pero sabía algunas cosas sobre el amor que mi hermana pequeña nunca había aprendido. El amor era complicado, no funcionaba en línea recta. Se movía en círculos y curvas. Era una emoción de locos que era capaz de existir incluso bajo el dolor y la traición. Gale me quería y yo a él, de una manera retorcida y dolorosa. Ojalá hubiese alguna forma de dejar de hacerlo, un interruptor que apagase el amor e hiciese que mi corazón dejase de sentir. Pero todavía sentía, todavía dolía. En el oscuro maletero de su coche había cinco maletas desparejadas,todas estaban viejas y rotas y todas contenían una parte de mí.
Miré cómo se alejaban. Sentada en el aparcamiento, recé y deseé que el coche arrancase. Por suerte, mis padres me habían enseñado que eso era todo lo que se necesitaba en la vida. Con un poco de fe, las cosas se solucionarán. Giré la llave una y otra vez, hasta que paré un segundo. «Dios, por favor, soy yo, Katniss Mae...».Tras otros cinco intentos más, Rosie por fin arrancó. Cerré los ojos y respiré hondo antes de salir a la carretera.

—Gracias —murmuré. Sentaba bien saber que, incluso cuando más sola me sentía, había algo mucho más grande que yo en lo que creer.

***

—Espero haber tomado la decisión adecuada —musité mientras llegaba a Chester. En el pueblo, todos creían que Gale y yo estábamos enamorados y vivíamos nuestro final feliz. Gale no se lo había contado a nadie y yo tampoco. Tal vez porque éramos conscientes de cómo era la gente del pueblo donde crecimos. Tal vez no habíamos dicho nada porque no estábamos listos para escuchar las críticas y las opiniones de los demás. Los consejos. Chester era un pequeño pueblo del estado de Georgia, a cinco horas en coche de Atlanta. Lo de pequeño no es un eufemismo. Todos conocían el segundo nombre del resto y sabían cuándo y con quién se habían dado su primer beso; al menos, la historia bonita y romántica, no la de verdad. En un lugar como Chester, la gente vivía rodeada de verdades a medias, esas en las que solo se contaba la mitad de la historia que les hacía quedar bien. Todos sabían que volvía al pueblo porque Gale había conseguido un puesto en el hospital, pero nadie se esperaba que, cuando llegase, no estaría a su lado. No había planeado dónde quedarme. Una parte de mí creía que Gale volvería y nos enamoraríamos de nuevo. Aunque las cosas no hubieran ido así, no me preocupaba mucho encontrar un sitio donde dormir esa noche. Mi familia estaría a mi lado por y para siempre.Toda la actividad del pueblo giraba en torno a la iglesia de Sion, que estaba en el centro. Era el corazón de Chester y mi padre, Samuel Everdeen, era el pastor, igual que el abuelo James antes que él y el bisabuelo Joseph antesque este.
Nunca había dicho nada, pero le decepcionaba no haber tenido un hijo que se hiciese cargo de la iglesia cuando él ya no estuviera. Me lo pidió y lo rechacé con todo el respeto. Gale había entrado en la facultad de medicina en Tennessee y, como buena esposa, le seguí hasta allí. Le acompañé por muchos caminos mientras estudiaba y creí que Atlanta sería la última parada. Cuando me contó que había solicitado un puesto en Chester, me sorprendió. Decía que jamás volvería a vivir en un pueblo pequeño, que le resultaba asfixiante.Mi padre respetó mi decisión de no hacerme cargo de la iglesia y me dijo que estaba orgulloso de mí. Mi madre respetó mi decisión de quedarme junto a mi marido. Había un motivo por el que su canción favorita era «Stand by Your Man», de Tammy  Wynette.

La iglesia era una parte fundamental de la historia de mi familia y todo el pueblo acudía al edificio más de una vez a la semana para los sermones, los círculos de oración, los estudios de la Biblia o para cualquier venta de tartas que se celebrase. Ir a la iglesia los domingos por la mañana era tan habitual como ver el partido los viernes o beber whisky los sábados. De alguna manera, mi familia era como la realeza de Chester. Si conocías la iglesia, conocías a mi familia y, si conocías a mi familia, sabías que era rica. Mi padre decía que el dinero daba igual y que lo importante era ayudar a la comunidad y servir a Dios, pero los zapatos de suela roja y las joyas llamativas de mamá contaban otra historia. Le encantaba ser la realeza de un pueblo pequeño. Era la reina Loretta Everdeen, la mujer del pastor, y se lo tomaba muy en serio. Cuanto más cerca estaba de Chester, más me dolía el estómago.Habían pasado años desde que había hecho las maletas para marcharme con Gale, por lo que la idea de volver a casa me aterrorizaba. Últimamente,me sentía cada vez más insegura y no soportaba que me importase tanto lo que los habitantes del pueblo opinasen sobre mí.¿Qué pensaría la gente?¿Qué dirían?Y lo peor de todo, ¿cómo reaccionaría mi madre? 

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora