Katniss

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De pequeñas, a mi hermana y a mí nunca nos faltó de nada. Crecimos en un terreno del sur de varias hectáreas, en una casa más grande de lo necesario. A mí padre nunca le importó mucho de qué tamaño fuera nuestra casa, pero mi madre creía que se lo merecían. Como si Dios les hubiera otorgado todo ese dinero y, por todo lo que habían hecho por la comunidad,se les permitiera disfrutar de su bendición.

Mi madre llevaba razón en algo: mi padre se lo merecía. Había trabajado muy duro para llegar a donde estaba y nunca dio nada por sentado. Creía en la iglesia más que nadie que conociera y, por cada hectárea de terreno que poesía, más se volcaba en la comunidad. A mi hermana Judy y a mí nos tocaba representar cierto papel como hijas del pastor. Mi madre nos había enseñado cómo debíamos comportarnos a lo largo de nuestras vidas. Siempre se esperaba elegancia, educación y bellezade las chicas Everdeen. No solo belleza exterior, sino también de espíritu. En general, nos lo tomábamos muy en serio. La gente admiraba a nuestra familia, así que debíamos ser dignas de dicha admiración. Habíamos sido bendecidas, por lo que debíamos ser la bendición de otros. Por ello, siempre aparecíamos perfectas en público. No había lugar para debilidades, así que, cuando tropezábamos, cuando el mundo nos fallaba, mi hermana y yo nos apoyábamos la una en la otra. Llamé a la puerta de Judy y, en el instante en que la abrió, se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¡Por el amor de Dios, katt! ¿Qué ha pasado? ¿Qué te pasa? —preguntó, pero no esperó a que respondiera antes de abrazarme. Sollocé sin control sobre el hombro de mi hermana pequeña y me acaricio la espalda con cariño.—¿Puedo quedarme con Hank y contigo? —pregunté con la voz ahogada, incapaz de decir nada más, pero para Judy fue más que suficiente.

—Siempre, Katniss —susurró y me apretó con fuerza—. Por y para siempre.

Se lo conté todo a los dos. Casi vomité las palabras y muchas todavía me resultaban imposibles de creer. Era como una pesadilla de la que no conseguía despertar. Sentados en el sofá del salón, Hank nos rellenaba las copas de vino sin descanso. Era un caballero. Jamás le había escuchado levantar la voz y siempre veía lo mejor de los demás. Incluso cuando Judy y yo nos dejábamos llevar por el cotilleo, nunca decía nada de nadie. Sus únicos objetivos eran vivir al máximo y cuidar del amor de su vida. Estaba loco por mi hermana. A veces lo pillaba mirándola sin que ella se enterase y me hacía sentir mariposas en el estómago.

—Lo siento mucho, Katniss —me dijo, con el ceño algo fruncido—. No puedo creer que te haya hecho esto. Que te lo hayan hecho. Me resulta inconcebible. Parecía muy sorprendido. Gale era uno de sus amigos más cercanos y no dejaba de repetir que no se creía lo que me había hecho.

«Yo tampoco».

Hablamos un rato y, entonces, sonó el timbre. Judy se levantó de un salto para abrir y yo me volví hacia Hank con los brazos cruzados.—¿Puedo preguntarte algo? —No lo sabía, Katniss —dijo, como si me le leyera la mente—. No teníani idea de que Gale te engañaba y, de haberlo sabido, te lo habría dicho. Entiendo por qué crees que no lo haría, porque es mi amigo, pero tú eres mi familia. Te prometo por la tumba de mi abuelo que te lo habría contado. Si te soy sincero, ya no estoy seguro de saber quién es después de esto. Bajé la mirada hacia la alfombra.—Gracias, Hank.

—Por y para siempre —respondió con la frase favorita de mi familia. Desde siempre, nos habíamos dicho esas palabras. Eran la promesa de que, pasara lo que pasase, siempre estaríamos juntos, para lo bueno y para lo malo. Cuando las escuchaba, me sentía menos sola.

—¡Cómo te atreves a presentarte aquí! —rugió Judy y tanto Hank como yo dimos un salto en el sofá. Mi hermana nunca levantaba la voz, jamás.

—Perdona, Judy. Solo quería...
Se me puso la carne de gallina al oír la voz de Gale. —¿Está Katniss?—No es asunto tuyo —espetó Judy—. Deberías irte.

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora