La voz de Peeta al teléfono sonaba quebrada, y en solo unos segundos me calcé los zapatos. Cuando llegué a su casa, no dijo ni una palabra. Me besó con intensidad. Un beso largo y profundo, como si no me hubiera besado antes. Me quitó la camisa por la cabeza y, con un movimiento rápido, me desabrocho el sujetador. Nuestros cuerpos se enredaron, se puso sobre mí y me penetró. Casi grité por la forma en que me dominó. Con cada embestida sentía que un fragmento de su alma se entrelazaba con la mía. Sabía que aquella tarde estaba atormentado, pero aun así disfruté de la sensación. Yo tampoco había tenido un buen día. Lo necesitaba dentro de mí, necesitaba que fuera duro, rápido, doloroso...
Me agarró por las muñecas y me sujetó los brazos sobre la cabeza mientras embestía con más fuerza. Gemí su nombre cuando alcancé el clímax. Estábamos cubiertos de sudor y llenos de emociones contradictorias cuando se inclinó sobre mí y me susurró al oído: —Te deseo.
—Me lamió el lóbulo—. Te necesito. —Se deslizó más profundo y se retiró despacio—. Te deseo —repitió mientras arremetía sin parar y jadeé—. Te necesito. Arqueé las caderas, suplicando más, consciente de que nunca seria suficiente. La forma en que nos usábamos el uno al otro era algo más que sexo, mas que deseo o necesidad...
Era curativo. Si nuestros cuerpos no estaban juntos, cabía la posibilidad de que cayéramos en el olvido. La tristeza que compartíamos era lo único que nos mantenía a flote. Era extraño cómo dos personas tristes se ayudaban la una a la otra a respirar.
***
—¿Estás bien? —pregunté mientras me vestía. Estaba sentado con las manos aferradas al colchón.
—Siempre lo estoy —respondió con frialdad. Me acerqué a él y lo besé en el hombro.
—Sabes que puedes hablar conmigo. Hizo una mueca y cerró los ojos.
—Yo no hablo. Suspiré y sentí el peso que Peeta llevaba sobre los hombros. Quería ayudarlo a llevar esa carga, pero no me lo permitiría. Sentía que tenía que cargar él solo con todo en su vida. Me disponía a hablar, pero Tucker pasó por delante de la habitación, caminando despacio hacia el salón.
—Ha empezado a cojear —susurró Peeta.—¿Está bien? Se encogió de hombros.
—Esta viejo, ciego de un ojo y apenas puede moverse sin ayuda.—¿Por eso lo llevas en brazos por el pueblo?—Le encanta el parque. Aun con todo lo que le pasa, le encanta.
—El otro día te vi con él, cuando lo tenías sobre el regazo. Asintió y se miró las manos entrelazadas.
—Es muy bueno. Me pregunto si soy muy egoísta por hacerlo seguir con vida, pero... —Respiró hondo y me miró—. Es todo lo que tengo.
—Háblame de él. —Me senté en su regazo y le rodeé la cintura con las piernas. Separó los labios y apoyó la frente en la mía.
—No sé cómo abrirme con la gente.
—No tienes que hacerlo, solo conmigo. Antes de contestar, le sonó el móvil. Suspiró, me apartó para responder e hice lo posible por dejarle espacio.
—Hola, Alex, ¿qué pasa? —dijo e hizo una pausa—. ¡No me jodas! No, no pasa nada. Ahora mismo voy. De verdad, no te preocupes. Hasta ahora. Colgó y de nuevo se hundió bajo el peso de sus hombros.
—Tengo que irme —comentó, recogió la ropa y se vistió.—¿Va todo bien?—Sí. Bueno, no. Mi padre es un borracho de mierda y está montando una escena en el taller. Tengo que ocuparme de él.
—Ah, vaya. ¿Quieres que vaya contigo? Negó con la cabeza.
—No. Si te ve, será mucho peor. Luego hablamos. Cierra la puerta al salir.
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Para siempre (Everlark)
عاطفيةKatniss se siente perdida después de que su marido la haya abandonado. Entonces, regresa a su pueblo natal y allí conoce a Peeta, la oveja negra. Entre ellos surge la conexión más poderosa que han sentido hasta ahora. Son corazones heridos que inten...