Peeta

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Un año después 

—Te queda muy bien —dijo Alex y me enderezó la corbata—. Pero vas a tener que dejar de sudar tanto. No podía evitarlo. Estaba hecho un manojo de nervios mientras me preparaba para ir al altar con la mujer de mis sueños. No sabía que existían los días así. No sabía que podía ser tan feliz.

—Es lo que siempre he querido para ti, Peeta —dijo Alex y me palmeo el hombro—. Que fueras feliz.

—Yo también —respondió alguien desde la puerta. Mi padre iba con traje y corbata. Se lo veía sano, algo que no pensé que volvería a ver. Desde la rehabilitación, había recuperado las riendas de su vida. También había sufrido algunos tropiezos, pero después de cada caída, siempre se había levantado. Siempre que tropezara, me tendría a su lado para ayudarlo. Eso hacía la familia, apoyarse en los días duros. Por suerte, aquella tarde era fácil. —¿Me dejas hablar un momento con mi hijo, Alex? —preguntó papá. El aludido asintió y nos dejó solos. Papá se metió las manos en los bolsillos y me sonrió—. Estás genial.

—Tú tampoco estás mal.

—Verás, Peeta, sé que te he decepcionado muchas veces a lo largo de los años, y no se me dan bien las palabras, pero quiero que sepas que eres lo mas importante para mí. No he sido un bueno hombre. He cometido muchos errores, pero eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Doy las gracias todos los días de que te hayas convertido en alguien mucho mejor que yo. Doy las gracias porque hayas sacado lo mejor de mí y de tu madre. Te quiero, hijo. Aquellas palabras. Aquellas dichosas palabras.

—Ahora no te pongas a llorar como un mocoso —añadió y se limpió las lágrimas.

—Lo siento. Culpa mía.

—Lo abracé—. Yo también te quiero, papá. Cuando nos separamos, volvió a frotarse los ojos y se sorbió la nariz.

—Una cosa más. Tu madre hizo algo la semana que naciste. Escribió muchas cartas para las ocasiones especiales. Hay una que quería darte el día de tu boda. Hay muchas más, para cuando cumpliste dieciséis, para tu graduación y esas cosas, pero lo estropeé y no te las di.

—Frunció el ceño y me miró con culpa. Estar sobrio era duro a veces. Tenía que enfrentarse a todos los errores que había cometido.

—No pasa nada, papá.

—Sí pasa, pero gracias. Te daré todas las cartas otro día. Hoy te toca esta. —Metió la mano en el bolsillo y la sacó. Del otro bolsillo sacó una cajita—. Se supone que tienes que darle algo a tu esposa, así que, si no tiene uno ya, esto valdrá. Abrí la caja y se me saltaron las lágrimas. —¿El anillo de mamá? —Sí. Pensé que a Katniss le gustaría.

—Le encantará. Gracias, papá.
—No hay de qué. Te dejaré para que leas la carta y te veré en la ceremonia. —Me abrazó otra vez y se dirigió a la puerta—. ¿Sabes qué? Esa chica no está tan mal.

—Sonrió y se encogió de hombros—. Para ser una Everdeen.

—Sí. —Me reí—. A mí también me cae bien.

—Trátala bien. Mientras estéis juntos, trátala bien. Se marchó, respiré hondo y abrí la carta de mi madre.

Mi querido Peeta:Hoy vas a unir tu vida a una mujer que espero que sea todo tu mundo. Dirás «sí, quiero» y ella hará lo mismo. Prometeréis amaros siempre, así que he pensado en darte algunos consejos sobre como querer a una mujer para ponértelo más fácil.

Se buenos con vuestros corazones. Algunos días se enfadará porque sí. Esos días, abrázala. Otros días, llorará. Abrázala más fuerte. Recuerda reír a carcajadas, hasta que cueste respirar. Dale la mano, incluso cuando no te lo pida. Dile que está preciosa cuando este enferma. Bailad juntos. Échala de menos cuando no esté. Dile que la quieres todos los días. Todos y cada uno de ellos. Quiérela, pero deja que vuele libre. Apoya sus sueños y que ella apoye los tuyos. Ved juntos los amaneceres y los atardeceres. Siempre que me necesites, me tendrás. Fui la primera mujer que tuvo el honor de quererte y, cuando ya no esté, cuando el sol se apague y las estrellas brillen, recuerda cuánto te quiero. La vida es preciosa desde que estás en ella, hijo. Disfruta de este momento. Disfruta de cada día. Este es tu final feliz.

Te quiero, Peeta.
Por y para siempre.Mamá.

—¿Me concedes un minuto?Me volví y me encontré con Samuel, también con traje y corbata. Asentí, entró en la habitación y se me acercó. —¿Estás nervioso? —Sí, pero estoy listo.

—Bien. Verás, Peeta, he pensado mucho en qué decirte hoy y como hablarte, pero no me salen las palabras. Así que solo te daré la en horabuena y las gracias por tratar a mi hija como lo haces.

—Es mi mejor amiga.

—Y tú su mejor amigo.
—Se le llenaron los ojos de lágrimas y asintió—.No dejes que eso cambie.

—No lo haré. Se dio la vuelta para irse, pero se paró.

—Tu madre estaría muy orgullosa de la persona en la que te has convertido. Aquello significó mucho para mí. —¿Samuel?—¿Sí?Respiré hondo.

—Lo entiendo, entiendo que te enamorases de mi madre. Yo también la quería. —Le sonreí y esperé que comprendiera que lo perdonaba—. ¿Cómo no hacerlo?Se acercó y me abrazó. Noté su dolor; el dolor por haber perdido al amor de su vida. Comprendí que aquello siempre lo perseguiría, por tanto, no necesitaba mi odio. Ya tenía el corazón roto. Nadie sería tan duro con él como lo era consigo mismo, así que lo liberé.

—Gracias, Peeta.

—Por y para siempre. 

Para siempre (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora