Prólogo

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Un estruendo prologado y un gran rayo de luz azulada cruzó el cielo y de la casa de los Black no quedó más que el recuerdo de su existencia y el hueco dónde antes se hallaba. A las afueras de un pueblecito, al final del bosque, cruzando una enorme montaña, pasando un pequeño riachuelo y después del valle, en un claro del bosque junto a un lago, un jardín descuidado y la sombra de lo que fue una casa. Aquella noche sólo hubo tres personas que pisaron el lugar, que pudieron ser presentes de la destrucción. Pero sólo se sabía de dos. Una pareja de ancianos que solían pasear cuando caía el sol. Vieron el rayo de luz y el estruendo los hizo caer al suelo aquella noche poco estrellada. Se acercaron a la casa, pero ésta ya era inexistente. No hablaron y apenas se diriguieron miradas. Sólo una, al percatarse de un montón de mantas sucias y un colchón apolillado que había en medio de donde antes, estaba la casa y donde aún, se veía la marca. Las mantas estaban calientes y dentro de ellas, lo primero que vieron fue un cabello muy rubio y muy largo. Era una niña, no muy pequeña pero tampoco alcanzaba los diez. Su cara era morena y su piel muy suave pero ésta, estaba helada. La envolvieron con sus abrigos y se adentraron en el bosque de nuevo.

Los días siguientes, la niña ya estaba bien. No recordaba nada y aparentemente tampoco recordaba su pasado, los seis años anteriores habían quedado igual que la vieja casa: en ruinas.
- Te vas a llamar Alaska. Pero seguirás conservando tu apellido, que es Black- dijo la mujer una mañana mientras peinaba su largo cabello.
- Pero yo creí... ¿Ustedes no son familia mía?
- Sólo podemos decirte eso. Por el momento- intevino el hombre, cojeando por la puerta, con la cachaba a cuestas y fumando de una gran pipa.
Y Alaska no preguntó más porque sabía que sería en vano.

De los Black y de la vieja casa, no se volvió a saber nada desde el rayo azul y los pocos curiosos que había en el pueblo se acercaban a ver si era cierto que la casa, de un instante a otro, había desaparecido sencillamente.
Alaska solía ser de esos curiosos. La primera vez, fue allí por error. Acabó allí sin saber, sin querer o quizá ambas. Pero sólo con ver el lugar, el primer instante, supo que algo lo unía a el, aunque fuese incapaz de saber qué.
Se sentaba en el hueco de la casa, donde se imaginana que años atrás habría corrido, saltado y jugado, pero sin recordarlo ahora, y simplemente observaba cada rincón. Se fijaba en como en el suelo había una marca que, si tardaba muchos meses en volver, ésta se había borrado un poco más. Pasaba tanto allí, que daba tiempo a dar pie a su fantasía. Se imaginaba qué habría pasado allí, inventaba historias sobre dragones y valientes magos y brujas montados sobre él, peleando entre hechizos y fuego. Se pensaba que la marca del suelo, fue antaño un castillo y que, al no estar, el dragón habría ganado aquella batalla. Pero las horas pasaban y la noche llegaba y en una de ellas vio un rayo de luz azulado.
Sintió que lo había visto antes.
Que lo había vivido en otro momento.
Un ruido ensombrecedor que, por un momento, hizo que Alaska se acordara de el dragón de sus historias.
Y luego nada.

- Todavía no se ha despertado.
- De todas formas...tu ¿en verdad crees que esta criatura va a servirte de algo?- dijo una voz grave.
- Ella es la hija de los Black, ¿quién si no?
- ¡Quietos! Aún no. Son órdenes. Tengo que llevármela - ésa última voz era muy familiar pero Alaska no podía moverse-.
Unos brazos la cogieron y notó el frío en su rostro.
- ¡Vuelve, capullo traidor!
- 10 años, Brown. Sólo éso.
- ¡Desde que la encontrasteis, acuérdate!
Unas cuantas voces se quejaban y gruñían, otras daban golpes y soltaban insultos e improperios. Pero Alaska sólo oía las pisadas en el asfalto y lo que seguramente no debía haber oído.
Diez años...

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora