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Las horas pasaban rápidamente aunque los días a veces no tanto como ella creía en ciertos momentos. Alaska estuvo ayudando en el jardín. Había que cortarlo y arreglar varias zonas y ella lo hizo encantada.
En verdad lo único que necesitaba era algo en lo que tener la mente ocupada para no pensar demasiado así que al día siguiente de arreglar el jardín, se ofreció a limpiar las chimeneas de la casa y la señora Walker estaba encantada, pero aún así, a ratos iba a ayudarla.
Estuvo ayudando en todo lo que pudo; plantó en el huerto, recogió huevos cada mañana del gallinero, regó las plantas y el jardín a menudo y recogió uvas de las parras. Acababa tan agotada que dormía profundamente sin ningún problema y poco a poco fue recuperándose de ése cansancio y volviendo a ser la Alaska de siempre.
No había vuelto a ver a Violet pero sin embargo la mandó una mañana un paquete que contenía una carta y un pastel de carne. En la carta la decía que aunque faltaban cinco días para su cumpleaños era un regalo adelantado y le contaba que había llegado de estar dos días con sus abuelos maternos.
Tomó el pastel de carne en la hora de comer y estaba delicioso. Se dijo que escribiría a Violet para agradecerle aquel detalle al día siguiente, y se puso a fregar los platos pensando una forma de agradecérselo de verdad.
Esa noche pasó volando. Fue como tumbarse a la cama y levantarse. Y ya se encontraba en la cocina, desayunado cuando se acordó de Violet y de que debía escribirle.
Y así lo hizo. Escribió una carta en la que redactaba lo ocupada que había estado y le agradecía todo de nuevo. Le añadió unas magdalenas de chocolate que hizo esa misma mañana. Lo envolvió con cuidado y se lo entregó a Christian para que se la hiciera llegar y después volvió a ponerse tareas para seguir distrayendo su mente ocupada.

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