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Creyó que despertaría en el bosque, en medio de la gran marca del suelo, pero no. Unas mantas envolvían su cuerpo y unas líneas de luz entraban por lo que parecía una ventana.
- ¿Alaska? - la señora Walker estaba tras la puerta, al parecer, preocupada.
- Estoy bien. Ahora salgo.
El señor Walker ya estaba en la mesa, con su café bien cargado y su pipa humeando. No leía el periódico ni escuchaba la radio, observaba las líneas de la mesa de madera sin pestañear apenas.
- Hola. Buenos días.
La voz de Alaska parecía un susurro y aún más cuando Christian Walker se levantó dando un golpe en la mesa.
- ¡¿Qué hacías anoche allí?! ¡¿No te dijimos que ése lugar era prohibido, que solamente podías ir hasta la montaña?!
- Lo...siento. Fui allí por error. Pero aún sigo sin entender porque no puedo ir.
- ¡No quieras saberlo todo sin casi sbaer andar! Nada más tienes quince años, eres muy joven para... Ciertas cosas.
- Casi dieciséis.
- Muy pequeña- opinó Samantha Walker.
- Dime, por favor, que es la ¡única vez que fuiste a ese lugar!
- Sí, creo que sí, aunque... Sentí que lo conocía de antes.
Alaska creyó percibir como los señores Walker se miraban con precaución y una pizca de miedo.
- No digas bobadas- bramó Christian- no tuviste antes. Estuviste en coma después del incendio.
- ¿Entonces qué es lo que no puedo saber?
Samantha carraspeó y tocó un hombro cariñosamente a Alaska.
- Te encontramos en aquel lugar a la edad de seis años. Conectada a unas máquinas y con unos informes desordenados por la cama. Esos informes confirmaban tu coma. Y después te llevamos con nosotros y despertaste al día siguiente.
Christian estaba incómodo, pegando puntapiés a su mujer conforme ésta hablaba.
- Pero si fue un incendio... No tiene sentido, Sam.
- En efecto. Fue un incendio, pero milagrosamente tú sobreviviste.
- Alaska, te hemos apuntado a una escuela. Empiezas el próximo lunes, vete a comprar el material.
El señor Walker estaba incómodo y ni tan siquiera miraba a su mujer. Le dio dinero a Alaska advirtiéndole con la mirada que no fuese a aquel sitio.
- Samantha- gruñó Christian.
Alaska salió y tuvo un impulso de quedarse escuchando tras la puerta, pero se arrepintió antes de cerrarla por el tono de voz del señor Walker.

- No tenías que haber hablado tanto.
- Quiere saber. No es malo querer saber la verdad de su historia.
- Tú sabes que es muy pequeña, querida. No podría asimilarlo ni entenderlo.
- De todas formas he sido muy cauta.
- No lo suficiente.
Y el señor Walker esa noche, salió dando un portazo.
Samantha lloraba desconsolada y Alaska, agazapada y escondida entre las sábanas se preguntaba el por qué y el cómo de toda su existencia.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora