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No había nadie en la casa de los Walker cuando Alaska entró jadeando y sudando.
  - ¡Señores Walker!
Nadie respondía. Alaska no entendía como habían desaparecido de un momento a otro. No comprendía porque al día siguiente tampoco estaban.
Y se preguntó eso cuatro días más.
Una noche, escuchó la puerta y pasos y Alaska se armó con lo que pudo pillar más rápido en su habitación. Asomó la cabeza por el marco de la puerta, con el paraguas en mano.
  - ¿¡Alaska qué haces!?
  - ¡¿Qué hacéis vosotros?! ¿¡Dónde estabas!?
  - Tuvimos que hacer un viaje. Estamos agotados, vamos a dormir Alaska...
  - Pero Sam...
Los señores Walker desaparecieron tras la puerta de su habitación y Alaska se quedó ahí, plantada, mirando.

Alaska no se cruzó con los señores Walker ni aunque ella misma provocase el encuentro. O no salían de su habitación o lo hacían cuando ésta dormía porque Alaska no volvió a verles durante cuatro días más.
  - Buenos días querida.
Samantha tomaba café una mañana. Alaska no entendía como podía cambiar todo tan rápido, como de no estar, aparecían y pasaban a no hablarla y ahora volvían a hacerlo, como que nada.
  - Sam, me voy a ir hoy con Violet a dar una vuelta. Desde que... Bueno no estabáis la primera noche no la he vuelto a ver.
  - Pero...ése día tampoco, ¿verdad?
Alaska casi se delata.
  - Claramente no. Oí un ruido, salí y ya no había nadie. No pude dormir en toda la noche y estuve esperándolos en la cocina.
  - Lo sentimos Alaska.
Y se marchó al jardín, sin decirla nada más, sin volver a hablarla el resto del día.
El señor Walker tampoco la dirigía mucho la palabra y cuando lo hacía se le notaba más huraño que nunca, incluso a ratos Alaska pensaba que éste la odiaba.

  - Alaska, anoche... Pasó algo.
  - ¡¿Qué?!
  - Estaba dormida y escuché un ruido. Me levanté y vi a alguien agazapado en la esquina de mi armario. Di, con mucho miedo, la luz y estaba Ozloc ahí. Me miró con sus enormes ojos y me dijo que lo que tú buscabas ya no podía estar en la escuela porque el mismo te lo puso en el armario.
  - La piedra... Pero eso es imposible.
  - Hay más. Me dio esto y me dijo que lo abrieras cuando estuvieses junto a la piedra.
Alaska se guardó el pequeño sobre en el bolsillo y ambas pasearon toda la mañana, intentando distraerse de todas las formas posibles.
Cuando se estaban despidiendo Alaska recordó el sobre y tuvo ganas de llegar y abrirlo. Volvió a encontrarse corriendo por el camino hasta su casa, trastabillando y evitando caer por el hielo y la nieve, y cuando atravesó el jardín y se quitó las botas en la entrada, corrió a su habitación y cerró lo mejor que pudo.
Abrió el armario y entonces no supo que hacer. Ahora había dos piedras idénticas y Alaska no tocó ninguna. Se sentó junto al armario y abrió el sobre.
" Alaska:
Debes agarrar el colgante y cuando tus manos ardan, debes coger ambas piedras. La que logré acabar con el dolor de tu mano, será. Entonces tendrás que romperla. Arrojala al suelo, sólo tienes una oportunidad, tienes que partirla bien, por la mitad, de forma que aparecerá una piedra más pequeña, roja. Te servirá de ayuda...en su momento. "
Alaska no entendió nada, aún así, las cosas no tenían sentido y empezaba a verlo. La anotación del libro vino a su cabeza.
  - ¡Ozloc no encaja! ¿Por qué una frase sobre saber ver algo iba a proporcionarme esto?
El elfo-duende no aparecía...
  - ¡Ozloc!
Alaska lo llamaba desesperada, con lágrimas en los ojos sin obetener respuesta hasta que éste, de la nada, salió por el hueco del armario.
  - Alaska... Por fin lo has comprendido. Pero... A su vez no.
Ozloc la miró un buen rato, sin volver a decir nada hasta que Alaska, nerviosa, empezó a mirarle, abriendo mucho los ojos, como pidiéndole que siguiera.
Él suspiró y tardó otros minutos más antes de volver a hablar:
  - La anotación no tiene nada que ver con la piedra, en efecto. Pero tú pensaste en la escuela, lo ves como un lugar mágico, y sientes que desde que vas allí eres capaz de ver todo lo que antes no y lo que nadie puede. Y es verdad Alaska. Pocos pueden verme a mi, por ejemplo. Pero la piedra...es otro enigma que tenías que resolver. Tenías que encontrarla tarde o temprano y lo has logrado sin que nadie te dijera de su existencia, guiándote por una frase.
  - Pero...la piedra...Ozloc no entiendo.
  - Ahora no le ves utilidad, lo sé. Pero en su momento verás que gran impacto va a tener en ti su revelación o su gran atuda... Adiós, Alaska.
Y se esfumó.
Alaska sabía lo que tenía que hacer y así lo hizo. Abrió con dificultades el cajón puesto que estaba temblando y agarró con fuerza en colgante, pensando en aquel lugar de nuevo, en el hueco, en el árbol, en los estallidos...
El colgante ardió en sus manos y ésta esperó y esperó.
Lo volvió a dejar donde estaba y agarró la primera piedra. No sentía nada nuevo, le ardía más la mano, le quemaba hasta el hombro y se iba impregnando en todo su cuerpo. Gritó y abrió por instinto la mano, haciendo que la piedra cayera. Pero esta no se rompió. Estaba intacta.
Alaska cogió la otra. Al agarrarla fuerte notó una agradable sensación, también colandose en su cuerpo, como si entrase por su piel hasta llegar a sus venas y desde ahí, se fuese esparciendo por cada parte. Notó que el calor de su cuerpo iba yéndose y su mano, dolorida, ya no lo estaba tanto. Hasta que dejó de estarlo y supo que ésa era la piedra y también lo que debía hacer.
"Sólo hay una oportunidad." Se le repetía en la cabeza constantemente pero ella tenía un punto de la habitación fijo y allí apuntó.
En la esquina del cajón donde guardaba el colgante estalló en añicos la piedra y, tal como le había dicho Ozloc, de ella cayó una más pequeña de un color rojo intenso. Alaska la recogió y también la puso en el cajón. Pero no junto al colgante. Lo intentó alejar todo cuanto pudo y antes de cerrarlo la piedra roja la tentaba a mirarla, a preguntarse.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora