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Alaska gritaba y era todo lo que se escuchaba ya que las voces se habían apagado mientras el elfo-duende y Alaska caían y caían.
    - Estamos en el árbol Alaska...
Ozloc gritaba como podía.
    - Alaska, agarra fuerte tu varita...
Al caer, ambos se dieron un buen golpe y acabaron sentados en la hierba. Estaban dentro del árbol pero era como otro mundo. Aunque era el lugar con más vida al que habían ido últimamente, conforme avanzaban veían las huellas de que ellos habían pasado por aquí.
    - ¡Señorita Young!- esa vez, fue Ozloc el que llamaba a Violet, advirtiendo con la mano y la mirada a Alaska de que ella no hiciera lo mismo.
No ocurría nada. Nadie aparecía. No se escuchaba nada, ni tan siquiera los pasos y las respiraciones nerviosas de Ozloc y Alaska,y ésta última empezaba a ponerse nerviosa hasta que empezaron a escuchar golpes metálicos y constantes.
    - ¿Violet Young? - volvió a repetir el elfo-duende, agrrando su larga oreja para averiguar de donde provenía.
Saltó en el sitio de repente estaba corriendo. Alaska le siguió como pudo y llegaro a una gran montaña de rocas en la que, arriba del todo, Violet Young, atada y con una mordaza, intentaba tirar algunos objetos que debía haber ahí arriba. Alaska miró a Ozloc insistente y llamó a Violet con desesperación pero ésta no les escuchaba. No los había ni visto.
    - Tenemos que subir Ozloc.
    - Pero tenemos que tener cuidado señorita, esta montaña me temo que no será normal.
Ozloc no se equivocaba, cada vez que pisaban una roca distinta se escuchaban siseos y a los pocos segundos, serpientes de varias cabezas salían de ellos, soltando silbidos y escupiendo veneno.
    - Por suerte, esto a nosotros no nos afecta - dijo Ozloc quitándose con aprensión un líquido marrón de la cara.
Alaska y el elfo subieron con muchas dificultades, y cada vez que creían llegar, aún les faltaba otro trecho.
Al fin llegaron y vieron a Violet atada nada menos que con serpientes.
Estás la rodeaban el cuerpo entero, se enroscaban en su cuello y ataban sus manos con sus largos cuerpos a un árbol.
Alaska se acercó y todas la bufaron, soltando veneno a su paso. Alaska gruñía mientras se lo quitaba, como había hecho antes Ozloc. Violet ya no estaba tirando cosas , si no dormida.
    - ¡A ella el veneno si la afecta!
    - Si Alaska.
    - Tenemos que...
    - ¡Salir ya...!
Unas voces graves se acercaban entonces, con unos fuertes pasos a su vez.
     - ¡No sin Violet!
Alaska blandió su varita de nuevo, mirando fijamente cada cabeza de cada serpiente que seguía mirándola como a su futura presa, bufando y silbando.
Alaska no se acobardó, ni tampoco retrocedió, las miró más intensamente y pensó en que sólo quería que Violet no estuviese ahí, aprisionada.
Y entonces ésta cayó al suelo.
Alaska se fijó en lo que acababa de ocurrir. Las serpientes estaban tumbadas, algunas emitían tristes y leves silbidos para luego no hacer nada más y Violet estaba tumbada en las raíces del árbol, aún inconsciente por el veneno. Alaska corrió a ella guardandose la varita en el bolsillo y  Ozloc se acercó corriendo a ambas.

Entonces se encontraban en casa de Ozloc y Violet estaba entonces tendida en una cama, con los ojos cerrados y el corazón latiendo muy levemente y cada varios minutos.
    - ¿Cómo...?
Ozloc entraba en ése instante con un brebaje de color verde oscuro.
    - Necesito que beba esto.
Alaska peleó con una Violet inerte hasta que consiguió que se acabara todo el brebaje que, suponía, era otra poción.
Al rato, largo, Violet empezaba a mover los dedos, pero no fue hasta dos horas después que ella, abrió los ojos y volvió a estar consciente. Su cara de sorpresa al ver a Alaska como Ozloc fue mayúscula y ésta se tocaba nerviosa la nuca, sin saber qué decir.
Ozloc tuvo que relatar la azaña de su rescate y después le dijo a Violet que concretamente en una hora Alaska volvería a ser la de siempre porque ya habría pasado un día entero desde que la tomó y es lo que duraba el efecto.
    - Ozloc... - Alaska tenía en su mano la varita que el elfo le había proporcionado y estaba devolviéndola a su dueño.
Él, la miró sonriente, agradecido y volvió a guardarla de donde la sacó, su gran gabardina negra.
Alaska y Violet se sentaron a comer algo por petición de Ozloc y cuando estaban empezando el postre aparecieron Zuzu y Arwen, aplaudiendo, gritando de felicidad y bailando.
Alaska y Violet se sumaron a la fiesta de los elfo-duendes, al fin y al cabo, todo estaba bien, estaban vivas.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora