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Lo que pareció una eternidad después, Alaska volvió a mirar a su alrededor y también volvió a levantarse, con dificultad. Cuando volvió por el camino, al rato, unas grandes gotas empezaron a caer sobre Alaska, primero despacio y después rápidamente y con brusquedad.
Alaska que no tenía nada con que cubrirse, sorteaba árboles y maleza, recorriendo a paso rápido y a veces corriendo el camino ya fangoso. Y entonces fue cuando empezó a hundirse. Y con los pies dentro del barro, notó una especie de enredaderas, arrastrándola con una fuerza mayúscula que juraría no había sentido nunca antes. Alaska blandía la varita y volvía a apuntar al suelo,con el pulso temblando, con el corazón volando, pero no lograba efecto, nada.
Se estaba hundiendo.
Y entonces fue cuando volvió el fuego. Grandes bolas y tiras finas y anchas de fuego que se aproximaban veloces y furiosas a Alaska, impactando tan cerca de ella como les era posible pues de nuevo, las llamas no lograban alcanzarla.
Alaska intentaba salir y a ratos tenía que quedarse muy quieta porque se le agotaban las fuerzas y se hundía todavía más adentro. Veía como todo a su alrededor, moría bajo las llamas pero su cuerpo aún no lo rozaban. Sentía frío, aunque el calor de éstas de vez en cuando si era notable. Cuanto más tiempo permanecía allí más se hundía, daba igual todos sus esfuerzos o cada vez que se relajaba, todo era en vano.
Los dragones rugían con bravura y Alaska sintió como su cuerpo se estremeció, ya recubierto de enredaderas hasta las axilas, cansada, jadeante y casi hundida en el barro del todo, la vista se le nublaba y se volvía borrosa. Se guió por su oído y los dragones ya no rugían, pero sus grandes pisadas hacian retumbar a Alaska, que seguía hundida, haciendo toda la fuerza posible para quedarse ahí, sin hundirse más. Su cabeza también retumbaba. La varita estaba vibrando en su mano temblorosa y el colgante, enrollado en su muñeca, ahora quemaba como el fuego.  Y brillaba. Alaska se frotó los ojos y entonces pudo ver a los cuatro grandes dragones a su lado, mirándola.
Después dos de ellos miraron el fuego que de nuevo, la había rodeado y éste fue desapareciendo. "Sin duda los dragones quieren acabar personalmente conmigo" pensaba todo el rato Alaska, sin embargo mientras los dos disipaban el fuego los otros dos engancharon a Alaska por sus brazos y emprendieron vuelo, levantándola, llevándosela lejos.
Alaska sentía que iban a arrancar media parte de su cuerpo, que con los dragones solo iba parte de su pecho y su cabeza, pero vio entonces sus piernas, inertes, tambaleándose como sin vida, llenas de barro y enredaderas que al parecer se habían resistido a abandonarla, a dejarla.
Los dragones rugían pero era distinto, no parecían enfadados. La estaban ayudando y no solo eso, acababan de salvar su vida. Tras un largo vuelo, dejaron suavemente a Alaska en la hierba. Aquel lugar sí tenía vida. El sol relucía aunque ya no tanto. Debía ser final de tarde. Alaska se sentía cansada y mareada mientras recorría trastabillando el camino. Aún no sabía donde estaba y fue entonces cuando unas manos envolvieron sus hombros.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora