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Pasada la medianoche, varios búhos ululaban a lo lejos, algunos lobos aullaban bajo la gran luna y Alaska, Zuzu y Nicholas seguían ahí, mirando el laberinto. Unos potentes truenos inundaron de ruido la zona y unos rayos cruzaron el cielo durante varios minutos, sin descanso. El bosque comenzó a abrirse por diferentes zonas y Nicholas, tras un grito de aviso, echó a correr con Alaska y la elfina a su lado.
El bosque se seguía abriendo a su paso, sin embargo se cerraba por otros.
Nicholas sorteaba ramas trampas y trampillas que se abrían al mínimo roce. Alaska y la elfina corrían tras el, pisando con cuidado donde el pisaba. Tras atravesar otra hilera de árboles, estos, se cerraron. Estaban en un bosque cerrado y amplió, oscuro y silencioso.
Avanzaban por el con la mayor precaución posible, con las varitas en mano, atendiendo a cada detalle.
Todo parecía abandonado, solo sus pisadas lo llenaban todo, hasta que, uno de los árboles empezó a estirar fieramente sus ramas, acercándose a Alaska y a Zuzu. Sus hojas caían tras la embestidas y ambas con ayuda de Nicholas intentaban calmar algo que parecía imposible. El árbol rugía a menudo y continuaba zarandeando sus hojas, que caían lentas al suelo enbarrado. Algunas ramas caían furiosas, cerca de Nicholas, que tenía que apartarse y seguir ayudando a la elfina y a Alaska.
Cuando ese árbol pareció cansarse, y pudieron seguir andando, todos los demás resurgieron y volvieron a embestir contra los tres.
Cuanto más avanzaban, más era la oscuridad que los absorbía y los árboles parecían extenderse hasta arriba, cubriendo incluso el cielo, que ya no se podía ver, como una vez recordó Alaska, estremeciendose.
De los arbustos salieron varios gnomos. Alaska gritó pero luego se tranquilizó hasta que uno de estos, arremetió contra ella haciéndola caer un par de metros. El gnomo se acercó a Zuzu y fue cuando Alaska reaccionó apuntando con su varita y viendo a la criatura caer, cerrar los ojos y dejar de respirar.
Zuzu corrió a abrazar a Alaska, ambas, con lágrimas en los ojos.
Mientras, unos cuantos gnomos estaban tendidos alrededor del director, que jadeaba y seguía blandiendo la varita.
El bosque se abrió de nuevo, dejando ver un campo de flores con un camino de piedras estrecho y vallado.
Con algunas ramas entre las ropas, continuaron el camino. Se escuchaban pasos en la hierba contantes, animales, murmullos... No obstante, no miraron atrás. No hablaron. El camino se alargaba y se empezaron a sentir agotados y agobiados. Notaban que alguien los había seguido hasta allí y en sus miradas se notaba la inquietud de qué sería lo siguiente que estaría esperando.
Cuando el estrecho camino empezó a empinarse empezaron a escuchar gritos a lo lejos. Después voces, estridentes, graves, fuertes. Luego nada. Nicholas miró a Alaska, y todos suspiraron para cambiar de camino. Los gritos sonaban tras éste y una gran montaña. El director interrumpió el silencio:
- ¿Sabes qué montaña es Alaska?
- Me...suena.
- Es la montaña mayor, Alaska donde Arwen te dejó varias veces...- dijo Zuzu entonces.
- En efecto Zuzu.- Dijo sonriendo Nicholas.
Todos se dirigían ya allí cuando las voces y los gritos comenzaron de nuevo, ésta vez más fuertes, aunque aún lejos.
Sentían auténtico miedo y Alaska no dejaba de pensar en Violet. En que esos eran sus gritos. Quería que no fuese así, deseaba estar equivocada, pero sentía, por desgracia y con todas sus fuerzas, que si eran sus gritos. No dejó de pensarlo todo el camino y la montaña fue más difícil de pasar que otras veces. Por momentos Alaska sintió que escalaba. El aire se volvía más denso y Alaska sintió todo lo que otras veces no.
Se estremeció. Zuzu la abrazó y Nicholas pasó su brazo por su hombro.
- Todo saldrá bien Alaska. Te lo juro.
- Yo también te lo prometo, ¡mi personita!

Les costaba respirar. Cuanto más subían más les quedaba como tantas veces. La montaña no se parecía en nada a lo habitual, y según Zuzu, estaban por otro lado. Siseos y murmullos llenaban todo a su paso y Alaska no llegaba a acostumbrarse. Tenía miedo. Los gritos no cesaban y en ocasiones parecían clamar su propio nombre. Seguian subiendo la montaña que parecía más dura conforme iban avanzando. Las ramas se movían y Alaska veía como algunas se dirigían a ellos. Había pequeños riachuelos y de ellos salían serpientes siseantes, arrastrandose, acercándose a ellos, desafiantes. Los búhos ulularon de nuevo, esta vez más cerca, como burlándose de su situación. Alaska sintió pavor cuando dos pequeños lobos aparecieron, gruñendo y salivando, ante ellos. Nicholas se puso alerta, delante de la elfina y de Alaska, apuntando hacia ellos con su varita.
- Son lobos pequeños director...
- No Alaska. No.
Alaska se fue a acercar a uno, cuando Nicholas le agarró del brazo y uno de los lobos comenzó a aumentar de tamaño. Cuando se convirtió en un lobo enorme, del tamaño de un gigante, el otro lobo hizo lo mismo. Cuando uno se estaba abalanzando sobre Nicholas el otro se acercaba lentamente a Zuzu y Alaska , y ésta última que no vio al lobo dirigirse a ellas, se antepuso ante el director y apuntó con su varita haciendo que el lobo y ella salieran despedidos varios metros. El otro lobo, que no había logrado ver a la elfina Zuzu, solo la pudo sentir, se acercó entonces a Nicholas que lanzaba hechizos a otro tercer lobo, aún pequeño que había entrado en ese momento. El director cayó con el gran lobo encima. Alaska, aún en el suelo, dolorida, mareada y con la vista borrosa, buscó al lobo que la había atacado, pero éste subía por la montaña, con el rabo entre las piernas y el pelo erizado, entonces, oyó el grito de Zuzu y vio como el gran lobo estaba sobre Nicholas, dando zarpazos e intentando morder. El director había perdido su varita. La entró un escalofrío al acordarse de la batalla en la que murió Ozloc. La varita del director también estaba lejos y éste no la alcanzaba. Ozloc dio su vida por él.
Alaska se levantó corriendo y fue donde Nicholas lanzando un hechizo al gran lobo que seguía sobre su cuerpo.
Se giró y vio a Alaska, se abalanzó sobre ella y, a centímetros de caer sobre ella como hacia momentos había hecho con Nicholas, se quedó ahí levitando, sobre Alaska. Y fue cuando vio el motivo.
Zuzu, con varita en una mano y la otra extendida ante ella, apuntaba al lobo que quedó congelado y levitando, para después hacerlo caer montaña abajo.
Alaska y Zuzu corrieron al director. Estaba dolorido, con varias heridas y magulladuras. Sangraba mucho, su respiración volvía a entrecortarse, a ser poco constante y débil. Alaska se asustó y quiso llorar. No podía perderlo a el cuando ni tan siquiera estaba segura de no haber perdido a Violet. Volvió a temblar y cayó de rodillas junto al director. Se dejó llevar y acabó sobre su pecho, llorando. Zuzu la abrazaba constantemente. Todo volvía a ser silencioso en el bosque, exceptuando por el llanto de Alaska, hasta que ésta, en su cabeza, volvió a escuchar una voz.
- No se va a morir Alaska.
Su padre, Jonh, la hablaba de nuevo, aunque ella seguía temiendo lo peor, se levantó, miró a Nicholas y suspiró.
- Zuzu...
- ¿Ya está bien señorita? Me supuse que querría desahogarse...
- Tú seguro que me lees la mente.
- ¡Eres mi personita!
Zuzu la abrazó y volvió a fijarse en el director. Estaba pálido. Su respiración era breve. Leve. Zuzu agitó la varita y la pasó por su cuerpo, haciendo incapié en las heridas. El director se estremeció y después sus ojos se cerraron y su respiración se paró.
- ¡¿Qué?! No, no, no...
- Alaska...
- No, no, no...
Volvió a lado del director, lloró por el. No escuchaba a Zuzu. Solo oía como el corazón del director se había parado frente a ella, como otra persona querida, otra persona inocente, se había ido. No salió de su burbuja hasta que Zuzu la tocó el hombro.
- Va a estar bien.
- No va a estar bien... No va a estar.
- No Alaska, no....
Sin embargo Alaska no podía escuchar nada más y siguió llorando durante horas junto al cuerpo de Nicholas. Zuzu por su parte, no se apartó de ella en ningún momento. Alaska se quedó dormida entre sus propias lágrimas y su elfina la abrazó toda la noche para que no tuviera frío.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora