Eran las cuatro y media de la madrugada cuando Alaska salía silenciosamente por la puerta de la casa de los Walker. Hacía frío y estaba nevando pero Alaska llevaba su chaqueta más gruesa y su bufanda más larga. Recorrió su camino de siempre, con la mirada hacia abajo y las manos metidas en los bolsillos, en su derecha, apretaba con fuerza el colgante.
El camino se le hizo más largo que nunca y sentía que algo la seguía, vigilando cada uno de sus movimientos, escuchando cada uno de sus suspiros.
Se empezó a dar cuenta cuando estaba pasando junto al lago, de que ya no estaba nevando. Y cuando vio el lugar, el sitio prohibido, el bosquecillo y todo lo que le rodeaba observó que ahí parecía que no había nevado en absoluto.
Dejó sus mojadas huellas en el camino seco mientras avanzaba hasta el hueco de la casa. Se sentó y agarro aún más fuerte el colgante que en el camino que ya empezaba a calentarse. Cuando se hubo sentado el colgante ya ardía y lo miró y miró sin obtener respuesta.
Solo un calor abrasando su mano que se extendía por todo su cuerpo. Miró a su alrededor y no parecía tampoco ocurrir nada extraño hasta que se percató en la marca. De nuevo, ésta parecía reciente.
Ardía, pensó Alaska. "Como el colgante." Pensó después. Pero no ocurría nada.
Al rato, sentía una extraña sensación bajo su cuerpo aún tendido en el lugar, con la mano aferrada al colgante.
Cuando se la vio, estaba roja, en carne viva pero sin embargo ya no la ardía.
Ya no quemaba. Y la marca del suelo ya era casi imposible de ver.Unos pasos empezaron a adentrarse en el bosque, tras salir del viejo árbol y observaban a Alaska mientras avanzaban por la espesura de éste.
Ella lo oyó pero sintió que ésa era la señal y ni se inmutó, movida por una valentía que hasta a ella le sorprendía, se quedó ahí, agarrando aún más fuerte el ardiente colgante.
Unas pequeñas sombras salieron de la maleza y se convirtió en una cuando emergió de ellas.
- ¡Zuzu!
- Señorita Black no debería estar aquí, no debería haber venido.
Alaska escondió el colgante rápidamente mientras se acercaba a la elfina-duende.
- Estaba intentando despejarme.
- El caso es que no puedes irte a tu casa. No ahora. Estan buscándola señorita.
- ¿Qué hago Zuzu?
- Ven conmigo.
Y empezó a correr con Alaska agarrada a su manita. Llegaron a un pequeño árbol. La elfina-duende empezó a apartar las hojas y apareció lo que parecía una puerta. Entraron en él. Era una mini casa, bastante acogedora. Tenía su cocina, salón y dormitorio en una sola sala pero estaba muy bonito y decorado, tenía un toque de la elfina y Alaska se sintió bien al instante.
- Quizá no sea lo mejor y no estés muy cómoda ni tan siquiera es de tu tamaño, pero aquí nadie te encontrará.
- ¿Cuánto he de estar aquí?
- Éso he de decírtelo yo, en el momento adecuado. No te lo tomes a mal señorita Black, es que aún siguen aquí. Lo siento.
Alaska entendió y se sentó en medio después de que la elfina apartase algunas cosas y varios muebles.
Zuzu le dió a Alaska una tetera para que bebiese algo y ella lo tomó en una pequeña taza.
- Y bueno señorita Black, ¿qué la traía en realidad por aquí?
Alaska sintió que ella sabía el porqué estaba ahí o al menos intuía que estaba mintiendo.
- Quiero saber todo cuanto pueda. No recuerdo nada, sólo a partir de los seis años.
- Lo sé señorita. Pero tienes que entender que no todo en esta vida en querer saber, a veces basta con entender los pequeños detalles que nos da la vida.
- No sé quien son mis padres. No sé cómo... No sé nada de mi pasado.
- Para el futuro a veces no se necesita el pasado, sobretodo si nos centramos demasiado en el, y nos olvidamos de que vivimos ahora, no ayer.
Alaska no habló. La miraba y después al suelo, y no sabía cómo hacer para encontrar palabras a éso. En parte...era lo más sentido que la habían dicho y sabía que tenía parte de razón. Y por otro lado, no sabía que decir.
- Alaska... Helena y John estarían muy orgullosos de ti y seguro que, allí donde se encuentren, lo están. No tienes que preocuparte por quien fueron y menos por como fueron. Quédate con que, de alguna manera...tú sigues aquí y es gracias a ellos. No hace falta que me respondas señorita, porque sólo con mirar tus ojos puedo ver que mis palabras han calado en ti.
Alaska apartó rápidamente la mirada y sintió que la elfina-duende le leía el pensamiento. No hablaron mucho más, no pasó mucho tiempo hasta que la elfina dijo:
- Ya no hay peligro Alaska Black. Ya podemos irnos. Voy a acompañarte hasta la montaña, a partir de ahí tendrás que seguir tú sola ya que puede verme alguien. Aunque no todos...- y guiñó uno de sus grandes ojos.Tras llegar a las montañas, la elfina-duende se despidió de Alaska y cuando esta se dió la vuelta para ver a Zuzu marchar, había desaparecido.
Para cuando Alaska llegó a casa eran las ocho de la mañana y entró en la casa, de nuevo sin hacer ruidos, yendo deprisa a su habitación para encerrarse y dormir un largo rato. Estaba cansada. Tenía muchas cosas que asimilar todavía, mucho que pensar, cuestionar y quizá con suerte, entender. Sobre todo había dos nombres que no dejaron de rondar su mente y que ella creía y seguramente así fuese, rondarían siempre;
Helena y John Black.
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AMNESIA
Fantasy"- Te vas a llamar Alaska, pero vas a seguir conservando tu apellido, que es Black. De momento no podemos decirte más, pequeña.-"