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Los días desde entonces pasaron volando. Un fin de semana, se quedó en casa de Violet. Hacía otro mes del fallecimiento de su padre y tanto ella como su madre estaban dolidas y derrotadas. A ratos sólo se sentían vacías y en otros simplemente no veían salida ni motivos para seguir. Se sentían perdidas la mayor parte del tiempo.
Alaska, continuando con la tradición, las leyó toda la noche, hasta que ambas se durmieron esbozando una sonrisa medio triste y medio agradecida.
La mañana siguiente, unos dulces susurros la despertaron entre susurros. Alice la miraba, intentando sonreír, con los ojos hinchados y rojos. Entre susurros, dijo:
   - Violet sigue dormida en el sofá. Tengo que hablar contigo Alaska. Voy a ir al grano. Tus padres... Yo los conocí a los dos. Sé que eso ya lo sabes, que te lo dijo Violet pero ella no sabe ni la mitad, naturalmente. El caso es que con tu madre creé un gran vínculo. Pasó algo como contigo y con mi hija. Yo sabía que Helena tenía algo raro pero muy especial y me encandiló. Fue genial estar con ella pero...no saber que murieron y cómo fue uno de los grandes palos de mi vida. Fui corriendo a buscarte porque sabía que había tenido una hija, sin embargo tú ya no estabas. Tuve que olvidarme de todo, pensando que eran cosas mías. Imaginaciones. Que tú estarías a cargo de alguien o que quizá que tus padres murieron eran meras habladurías. Cuando Violet te conoció supe que todo fue real. Que tú fuiste real. Que el mundo de los Black no eran imaginaciones de mi yo de niña. Y temí por ti. Por no saber si seguías viva.
    - Alice...
La mujer secó sus lágrimas, hizo un ruido con la nariz y levantó la mano antes de continuar:
    - Te quiero como una hija Alaska. Lo has notado tanto como el resto. Quizá no te vi crecer, quizá me costó encontrarte e incluso quizá llegué a pensar que nunca existieron los Black. Pero ojalá haber podido cuidarte desde siempre, ojalá no te hubieran encontrado ellos antes que nadie. Todo habría sido muy diferente.
Alaska sonrió y entonces con la voz rota, dijo:
    - No se preocupe Alice, desde que me conoció hizo todo por mi. Eso es...increíble y dice mucho de usted. No la voy a olvidar nunca.
Ambas se abrazaron. Alice sollozó y después salieron juntas a despertar a Violet y a hacer el desayuno.
El director Nicholas fue a comer esa mañana.
Alaska se sintió bien todo el día y toda la tarde, hasta después de cenar e irse a dormir, ya en la escuela que era como una casa para ella a estas alturas. Sin embargo subiendo las escaleras de la torre, se mareaba. Todo la daba vueltas y no supo como pudo llegar a su cama sin caer antes.

La mañana siguiente el canto de varios pájaros la hizo remplantearse su situación actual. Seguía en la torre. Pero se acordó de la casa de los Walker, sin embargo automáticamente sonrió cuando vio que Nicholas estaba a su lado, sonriente, y con un paquete en las manos que le tendió mientras murmuraba.
   - Buenos días Alaska. No es un día especial pero...
Alaska lo desenvolvió con prisas y con cuidado, sin dejar de sonreír. Sin dejar de pensar que tenía al mejor director de la mejor escuela de todo su pueblo, no por sus regalos si no por su conexión. Aparto el último trozo de papel y descubrió un gran libro lleno de color y con muchas páginas y Alaska casi gritó, encantada.
Abrazó al director. Era extraño, pero al abrazarle era como abrazar a Zuzu o Violet. Se sentía bien. Como si fuese un amigo. Porque lo era.
Desayunaron en la gran mesa, Alaska ese día tenía bastante apetito y cogió todo lo que pudo. Después todo desapareció como siempre. Alaska entiedas recordó la casa de Ozloc y sintió como las lágrimas se agolpaban en sus ojos sin llegar a desbordarse. Ese gran elfo había removido cada corazón de cada ser que había conocido, a ella en especial y pensaba en el a diario, a veces con sonrisas por haberle conocido y otras con lágrimas por haberlo perdido.

Ya estaban a mitad de tarde. El sol se estaba escondiendo y Nicholas sonriendo y guiñando un ojo, miró a Alaska y la dijo:
    - Si quieres puedes ir a leer tu nuevo libro.
Alaska sonrió y entusiasmada, corrió a su habitación. Pasó páginas y páginas durante horas sin sarse cuenta de que el tiempo voló hasta que tocaba cenar.
De nuevo la mesa se llenó al sentarse y se vacío al levantarse. Alaska seguía maravillada con todo aquello, con su nueva vida. Seguía sin creerse su suerte pero sí sentía que era merecedora de todo aquello después del mal que la había aguardado y tocado. Porque esto, si era vida. Porque ahora sí emoezaba a vivir.
Antes de dormir, acabó leyendo otra vez y se sumergió tanto en la historia que no escuchó los pájaros, que no vio la hora.
Casi de madrugada fue cuando se durmió con el libro en sus piernas y la luz entrando poco a poco por el ventanal.
Despertó y el libro seguía abierto, pero en otra página. Aún no era de día, solo estaba amaneciendo. Alaska volvió a mirar el libro. Buscaba la última página donde se había quedado. Leía las palabras, necesitando encontrar una guía. No recordaba, para no variar y pensó que su vida era un bucle. Entre alguna página se encontró varias flechas y en medio de todas, había un sobre fino que antes creía no haber visto. Alaska, con la mano temblorosa, lo cogió. Parecía incluso que sólo fuese eso, un sobre. Sin nada más. Pero, al abrirlo, este mostraba un papel. Estaba doblado cuidadosamente y parecía antiguo aunque estaba bien conservado.
Era un hoja entera con una sola frase.
" Pronto casi todo se sabrá. "
No había firma ni marcas, ni nada, solamente ésa simple frase. Alaska se temió lo peor al instante. Cerró el libro de golpe, jadeando y sudando, con el sobre y la hoja dentro, lo dejó en la mesilla y temblando se volvió a tumbar en la cama. La costó tanto dormirse después de aquello que pensaba que no lo lograría. La cabeza la dolía y el cuerpo le sentía frío. Y cuando se despertó y bajó a desayunar los dolores no habían mejorado. Nicholas ya estaba sonriente con la mesa puesta y cambió su gesto al ver a Alaska tan ojerosa y con mala cara.
Le dio varias tomas al día de una de sus pociones, que afortunadamente para Alaska sabía a fresa. A mitad de tarde, todo cesó y volvió a sentirse bien.
Antes de cenar Alaska volvía a estar leyendo, acabando y empezando nuevas historias en las que sumerjer su mente, cuando la pareció escuchar la voz de Zuzu, pero sin embargo no pensó en ello porque realmente también creía que eran imaginaciones suyas y siguió a lo suyo. Alaska bajaba a la hora de la cena por la torre, y casi al final de las escaleras, confirmó que sí había escuchado a Zuzu. Hablaba con Nicholas.
   - Ven mañana entonces Zuzu, la verdad que tienes toda la razón...
Alaska apareció justo entonces y la elfina la abrazó.
   - ¡Alaska, Alaska! ¡Mañana vengo aquí! ¡Contigo!
Y desapareció en una nube de humo.
Nicholas, que miraba feliz donde se encontraba la elfina, miró sonriente a Alaska y dijo:
    - ¿Dónde mejor va a estar Zuzu, que con su personita, como ella te llama?
Alaska sonrió aún más ampliamente. Miraba al director alejándose y sentía que era una de esas personas que habían marcado su vida y que lo harían siempre. Cada vez que lo veía sonreír o decir alguna de sus frases o referencias a Harry Potter, Alaska sentía una familiaridad que no entendía pero la agradaba. Igual que con Violet o sus padres, o los elfo-duendes. Nicholas la cuidaba, lo había hecho desde siempre, sin importarle nada. Había mandando a Ozloc y a Zuzu a su lado. A Arwen  había ayudado a sus padres con plan y había formado parte de su elaboración.  Alaska le debía todo a ese hombre que cada día era más mayor pero parecía más joven.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora