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Estuvo tres días mirando el colgante casi todo el día, releyendo las palabras de sus padres, sonriendo y llorando a veces. Al cuarto día, Violet se presentó en su habitación.
- Alaska...
- Ven, corre. Entra y cierra.
Durante una hora estuvo contándole a Violet todos los detalles y palabras del director Nicholas así como lo que apareció en el colgante. Alaska extrañaba contarle cosas a Violet, ver como sus expresiones faciales variaban de sorpresa a terror, o a confusión. La extrañaba a ella en realidad y sin más cuando acabó su relato, la abrazó.
Estuvieron otro rato como en los viejos tiempos, leyendo y comentando miles de historias hasta que Violet la miró.
- Alaska. ¿Sabes que ahora no te queda nada para saberlo todo, verdad?- Alaska asintió- ¿Y eres consciente de que tienes que indagar un poco más, cierto?
Volvió a asentir mirando a Violet y después mirando a la alfombra.
Después ambas se abrazaron y Violet desapareció tras la puerta. Alaska hizo lo mismo minutos más tarde, después de coger el colgante y la varita y ponerse el anillo y la chaqueta.
El camino fue más largo que de costumbre y para cuando llegó al hueco de la vieja casa Black, que seguía intacto porque no habían podido empezar la construcción de la nueva o eso es lo que le dijeron, ya había anochecido. Se dijo, mientras se sentaba en medio de la marca, que la siguiente pregunta para Nicholas sería sobre eso.
Bajo el cobijo de los árboles en medio de la gran marca de la casa, Alaska se sentía extraña, no como en casa, como otras veces. Entonces se acordó de Violet y de que aquí nunca se sintió del todo cómoda. Empezó a notar que su cabeza y cuerpo la pesaban, como que algo la tiraba hacia abajo sin acabar de moverla realmente, pero era una gran fuerza. El aire empezó a moverse, agitando las copas de los árboles y a la misma Alaska, que sacó su varita desafiante y apretó el colgante con la otra mano. El aire arrastraba y hacía volar ramas y hojas del suelo, sin embargo aunque Alaska sentía que también iba a llevársela a ella, no pasó.
Se quedó ahí mirando con miedo, a todas las direcciones, asustada y nerviosa, aún con la varita en mano hasta que todo se tornó oscuro.
Fueron sólo unos momentos hasta que la luz volvió pero, en esos instantes, Alaska volvió a ver a sus padres, gritando, blandiendo sus varitas furiosos y temerosos, protegiéndola a ella, que estaba detrás, a veces dormida otras despierta, gritando, sus padres peleaban contra voces y luces azules, hasta que sus formas desaparecían y entonces volvió a ver el bosque, el cual se fue transformando. El lago desapareció y ya no pareciera estar en el hueco de la casa de los Black. Sin embargo por más que miraba a su alrededor seguía viendo el bosque transformándose lentamente. Alaska gritó pero no fue ella, era el recuerdo de lo que un día fue.
Y de nuevo, oscuridad.

Cuando la luz volvió a iluminar la vista de Alaska y el lugar donde estaba, se encontró entre cuatro paredes, todas ellas de madera. El suelo crujía sin que ella se moviese y cuando tuvo el valor de hacerlo, pareciese que el suelo iba a hundirse con ella. No había puerta ninguna y sin saber porque, apuntó con su varita a cada pared hasta que, en una esquina apareció una especie de puerta. Era pequeña más o menos de la altura de Zuzu y Alaska tuvo que agacharse para pasar por ella. Se encontró en otra sala, aún más grande que la anterior,con un techo altísimo y abovedado, con una gran vidriera de colores y formas abstractas y sin sentido aparente. No había nada, sin embargo se escuchaba agua por todas partes. Alaska caminaba por la habitación, alerta, aún blandiendo su varita y sus pasos resonaban mientras el suelo crujía.
Un gran estruendo retumbó en la madera y Alaska juró que todo iba a venirse abajo, sin embargo, de las paredes empezaron a salir grandes grifos de los que brotaba el agua con tanta intensidad y abundancia que Alaska se vio cubierta hasta las rodillas en cuestión de minutos. Apuntaba con su varita histérica, intentando que pasara algo, pero no podia dejar de ver como llegaba su final. Se repetía que no podía morir así, entre cuatro paredes y un techo alto, ahogada. El agua ya la llegaba a la cintura cuando desistió con la varita y buscó la forma de subir a lo alto del techo. Quería romper la bóveda aunque presentía que no iba a ser coser y cantar. Saltaba como podía intentando alcanzar los grifos, se llegó a subir apoyándose en las grietas de las paredes pero acababa cayendo. No sabía nadar, se repetía constantemente y el agua le llegaba por el pecho. Alaska respiraba con dificultad por el estado de ansiedad en el que se encontraba. No había forma de subir, definitivamente moriría allí. Apuntó con la varita a la vidriera, sin fe, y ésta no se rompió. El agua ya estaba casi por el cuello y Alaska, antes de que éste la llenase sintió como sus ojos se cerraban, pero estaba consciente. Apretaba la varita y el colgante con la otra mano. No se estaba ahogando. Era una sensación extraña pero seguía viva.
Notaba como ascendía y como algo frío la golpeaba y la apretaba. Estaba en la bóveda. Sus ojos se abrieron de inmediato y entonces volvió a apuntar con su varita. No se rompió. Alaska quiso gritar, llorar y quedarse ahí esperando su último aliento. Seguía flotando su varita tocó la vidriera. Ella solo pensaba en lo desgraciada que había sido su existencia y de que encima se la habría estropeado a otras personas inocentes que no tenían que estar en esto. Alaska se sentía tan vacía... Y si no estuviese bajo el agua notaría las lágrimas cayendo por su rostro.
De pronto una luz iluminó la vidriera y ésta se huzo añicos, haciendo que el agua se derramase por ella. Alaska se agarró como pudo para no salir despedida y sin embargo, pasó igual.
Cayó de bruces y estaba en otra habitación, aún mojada, temblorosa y agobiada por todo lo que acababa de vivir, en una habitación el triple de grande que la anterior, le esperaba un gran dragón, mirandola con furia, respirando con fuerza y golpeando el suelo con sus patas. Le entraban tic en las alas y de vez en cuando las movía tanto que pareciese despegar. Alaska buscó la puerta, pero tampoco había. Volvió a apuntar a cada pared pero el dragón lo tomó a mal y empezó a escupir fuego a una Alaska desprevenida, que solamente estaba buscando una salida. La hizo caer varios metros. El dragón voló hacia ella mientras el fuego escapaba de el, casi tan furioso. Alaska gritaba y gimoteaba pero el dragón no tenía piedad, persiguió a Alaska por toda la sala, volando sobre ella y junto a ella. Alaska esquivaba las llamas como no pensaba que sería capaz mientras con la varita apuntaba hacia el fuego, que se hacía humo hasta que se disipaba del todo.
El fuego parecía controlable, sin embargo el dragón parecía haber sido entrenado para éste momento y su mirada fija perseguía a Alaska allí donde ella fuese, incluso antes de que ella se moviera. En varias ocasiones sintió que ése sí era el final, el fuego la alcanzaba por instantes y ella seguía corriendo intentando esconderse en las pocas columnas que había, pero el dragón seguía siendo más rápido.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora