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Se encontraba en una gran sala. Tenía los techos altos, abovedados y llenos de pinturas coloridas. Las columnas eran espejos y estaban por toda la sala. Las pisadas de Alaska retumbaban en la gran habitación y hasta su respiración se escuchaba, haciéndose eco. Caminaba atenta, mirando cada detalle. No había nada. No había nadie. Al final de la estancia, había una puerta tras la cual había otra sala un poco más pequeña pero igual adornada, era mas larga que ancha y en el suelo se extendía una alfombra blanca, al acabarse ésta, había un altar , tres escaleras y un enorme trono rojo oscuro.
Alaska gruñó. Estaba todo vacío.
Dio la vuelta murmurando y refunfuñando.
- ¿Quién osa...? ¡Alto, mortal!
Un gran dragón negro estaba sentado en el trono, con una corona plateada llena de diamantes azules. Miraba a Alaska con una sonrisa burlona y entonces cambió su rostro. Frunció el ceño, o eso pareció y dejó de sonreír.
- Alaska Black tienes que irte.
El dragón negro susurraba.
- Tienes que irte Alaska y a mi no me pueden pillar aquí, ayudándote. Vete.
- No me ayudes entonces. Yo tengo que encontrar a Nicholas.
- O te vas o tendré que matarte.
- ¿Por qué ibas a hacerlo?
- Estoy creado para eso. Para tu destrucción. Pero no quisiera.
- Si no quieres, no lo hagas.
El dragón gruñó y al hacerlo, salió fuego que quemó la alfombra hasta disiparse a centímetros de Alaska. Se levantó del trono y la miró  furioso.
- Te lo estoy diciendo por las buenas.
- Mire... Tengo que encontrar a Nicholas.
Alaska entonces se rompió. No podía dejar de pensar que había sufrido todo aquello para nada, en vano. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas, se caían por su barbilla y algunas se mezclaban con su abrigo.
- Corres peligro.
- Déjeme pasar. Nunca diré que fue usted. Nunca lo sabrán.
- Ellos si...
- Sam me ayudará, confíe en mi.
El dragón volvió a gruñir y a soltar fuego. Miró a Alaska con pena y se volvió a sentar.
Alaska lo entendió y pasó corriendo detrás de el donde había otra puerta.
Al abrirla volvió a notar de nuevo como caía. Gritó, tanto que sintió que se desgarraba la garganta mientras seguía cayendo.

Cuando cayó, de golpe y del todo, no pudo ver ni sus zapatos. Todo estaba oscuro. La cabeza de Alaska empezó a retumbar mientras cerraba los ojos con fuerza.
Unas voces feroces inundaron la sala.
- Ya eres nuestra. Mucho más tiempo del que nos gustaría pero... Al fin.
A Alaska la recorrió un escalofrío de arriba abajo y sintió más miedo del que había sentido jamás. Una mano, que sin embargo no puede ver, pero si notar, agarró su hombro tras esas palabras.
Alaska se soltó y entonces otras la agarraron de los pies y manos, haciéndola levitar. Alaska gritó. Blandió su varita de nuevo y elevándose por su cuenta, se alejó a la otra parte de lo que parecía otra gran sala con más columnas que la primera. Cuando su cuerpo tocó el suelo, la sala oscura, se llenó de luz. No había nadie, pero las voces no cesaban. Volvían a acercarse. La sala tenía siete columnas a cada lado.
Alaska notó de nuevo como la agarraban. Apuntó su varita a la nada y las voces y gritos se estremecieron.
- No estás sola, Alaska.
Esa voz. Sus padres. En su mente.
Gritó y apuntó a varios lugares con su varita, de nuevo, de ella salieron rayos azul celeste y volvieron a Alaska en un azul más oscuro. Gritó. Las voces también. Un gran estruendo volvió a inundar la sala, y otro. Y otro más. La cabeza de Alaska daba vueltas preguntándose tanto y su vista se iba volviendo más borrosa, mientras avanzaba entre las columnas, ayudándose de ellas para evitar alguno de los hechizos que la lanzaban con furia. Alaska gritaba, cada vez más temerosa, viendo más pronto que tarde, su fin. Empezó a preguntarse como sería todo después de la muerte, qué habría.
Empezó a pensar como moriría y si realmente morir así, de ésta forma, merecía realmente la pena. Si haber pasado tantas penurias para encontrar a Nicholas habían servido para algo. Empezó a imaginarse muerta, desfalleciendo. Sintiendo su cuerpo paralizarse y congerlarse. Sus latidos se volverían cada vez más lentos, o simplemente se pararían, de golpe. Los estallidos seguían llenándolo y llevándose todo a su paso. Alaska seguía sin entender cómo seguía ahí como estaba, y aguantando todo eso. Y entonces su mente se nubló también, se puso en blanco y los grandes golpes resonaron también en su cabeza, lo hicieron tantas veces hasta que, después de uno aún mas fuerte, el techo se soltó y salió por los aires. Tras el, dos dragones miraban fijamente a Alaska, el que había tirado el tejado, sonreía burlonamente. Los dos, soltaron fuego y se abalanzaron sobre ella, que volvió a correr, a evitar rayos azules y bolas de fuego y a lanzar hechizos. Nada servía. Los dragones eran más fieros que nunca y arremetían con ella con toda la fuerza que podían, sin piedad. Alaska estaba agotada y sentía que iba a caer, su corazón no podía ir más rápido y sus piernas y cuerpo, temblaban con brutalidad. Sin embargo seguía recordándose porque había ido allí. Porque había pasado tanto. Por quién.
Por Nicholas.
De sus ojos caían grandes lágrimas.
La cabeza volvió a dolerla y entonces algo la envolvía, como la llevaba.
Lo último que vio antes de cerrar los ojos fueron esas dichosas luces azules.

AMNESIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora