Capítulo 28.- «The Lucky One» Taylor Swift.

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Adoraba presentarme en escenarios, no importaba realmente lo grandes o pequeños que fuesen, era una sensación increíble

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Adoraba presentarme en escenarios, no importaba realmente lo grandes o pequeños que fuesen, era una sensación increíble. Escuchar los gritos al unísono, la emoción de la gente, en carne propia, las luces resplandecientes, los aplausos. La música retumbando debajo de mis pies, haciéndome sentir un pequeño temblor en las extremidades. Era como una droga, empezaba lento, con emoción e incertidumbre, y de pronto, estallaba, y sonreía como si mañana se fuesen a prohibir las sonrisas, reía, gritaba.

Los vestuarios eran una de mis partes favoritas; no había putos límites. Ni en el escenario, podría decir; "Quiero cien bailarines detrás mío, fuegos artificiales, luces por todos lados, globos, glitter, fuego" y todos asentían. Ahí, era la reina, tenía el poder y era la ley. Cantaba con fuerza, bailaba hasta que sentía que mis huesos iban a tronar y mis músculos derretirse, al terminar nadaba en sudor, los pulmones en carne viva, y sentía que no caminaría bien el resto de mis días, pero al otro día podía hacerlo, y mejor. 

Lo mejor era cantar, claro, y que las letras que había escrito en mis peores momentos fuesen repetidas una y otra vez, como un sigilo, cantadas por cientos y miles de personas al unísono. Sentir que no había nada más importante en ese momento que yo, y mi voz. No había nada mejor.

Pero todo terminaba, las giras, los conciertos, la locura, y de pronto regresaba a Los Ángeles, con Noah diciéndome todo el itinerario, las entrevistas, las reuniones, recitándome todo una y otra vez, una y otra vez, mientras subimos al auto que nos lleva a nuestras respectivas mansiones enormes en las que apenas y cabían nuestros deseos y nuestros egos.

No hay un minuto de descanso, aunque parezca haberlo, no lo hay, porque estás destinada a estar recluida en tu enorme casa, con la mirada de Tessa sobre ti, esperando a que cometas un error mínimo, y gritarlo a los oídos de Owen. Y cuando sales, para liberarte de esas miradas, éstas se multiplican al mil. No puedes pasear por el centro de la ciudad, tienes que tener guardias de seguridad, de lo contrario no podrías dar tres pasos libremente, pero cuando puedes librarte de ellos, la gente grita, y es agradable escuchar cuánto has influenciado y cuánto importas, pero a la vez, sabes que nada de lo que puedan decir puede sanarte enteramente, porque no saben tu verdadero yo.

ESTÁBAMOS CONDENADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora