Capítulo 27.-«Dog Days Are Over» Florence + The Machine.

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Corrí hacia el closet que unía su habitación con la mía; eran las 3;30 de la mañana, tenía tan sólo unas horas para terminar de empacar mi vida y largarme antes de que despertase y recordase todo, si es que lo recordaba

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Corrí hacia el closet que unía su habitación con la mía; eran las 3;30 de la mañana, tenía tan sólo unas horas para terminar de empacar mi vida y largarme antes de que despertase y recordase todo, si es que lo recordaba. 

Hacía días que había tomado toda la ropa imprescindible, todas mis maletas y empezado a empacar, pero aún faltaba bastante, así que con rapidez seguí empacando, metiendo camisa tras camisa, vestido tras vestido, pantalón tras pantalón, calceta tras calceta, maquillaje tras maquillaje, zapato tras zapato.

Tomé mi pulsera, que se encontraba escondida en una caja de zapatos y me la puse. Me cambié aquel vestido por ropa más cómoda y la chaqueta que me regaló Demian para después mandarle mensajes a Noah, avisándole que por favor viniese ya por mí, como estaba planeado, porque temía que Owen despertase. 

Me daba pavor, él tenía el sueño ligero, y cuando bebía tanto siempre se levantaba al baño, además después de aquel primer golpe, realmente temí por lo que me haría en el momento en que se enterase de lo que había firmado, y lo que yo había hecho con aquel spray de pintura negro, pintando las paredes de mi habitación con la frase: "Sí estoy hecha para la paz", refutando aquella frase que me dijo cuando me alejó de Amy, y que me repetía una y otra vez en mi peores pesadillas. 

Y quizá también apuñalé aquel sofá importantísimo que tenía y que era más viejo y caro que él y yo juntos, y quizá pinté un poco de las pinturas que él adoraba y valían millones con quizá muchos penes por todas partes y "Jódete" en todo. Quizá también destrocé su armario con toda aquella ropa de diseñador, pero eso no lo voy a confirmar, sólo diré que quizá pasó.

Bajé maleta tras maleta, guardándolas en mi auto, el mío, el que compré con mi propio dinero y quizá ponché todas las llantas de los autos que él me había regalado además de los suyos, y quizá los llené de pintura y escribí "Jódete", hasta que Noah llegó en un taxi, con su laptop en mano y subió a mi auto, para empezar a cambiar todas las contraseñas de mis redes sociales y tarjetas. Todo. 

—¿No pudiste hacerlo en tu casa?— susurré y él negó.

—Tenía que esperar a que estuviese dormido, todas las notificaciones de los cambios le llegan a su correo—asentí.

ESTÁBAMOS CONDENADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora