Capítulo 39.- «Only Exception» Paramore.

131 8 9
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sé lo que están pensando, sé que piensan que nuestro amor fue demasiado rápido, de pronto, como una revelación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sé lo que están pensando, sé que piensan que nuestro amor fue demasiado rápido, de pronto, como una revelación. Casi irreal, pero yo estaba ahí, y él estaba ahí, lo recuerdo muy bien, sus miradas y sus caricias, su risa estallando en mi oído, los besos, el amor. Yo estaba ahí, y regreso ahí más veces de las que me gustaría admitir, siempre intento comprender cómo es que pasó, como por milagro fuimos tan felices, cómo es que... todo estaba bien. 

Los dos nos aferramos al otro con fuerza en la lobreguez, porque desde que nos vimos por primera vez ambos nos reconocimos en la oscuridad, su cuerpo brillaba resplandeciente en la opacidad de la vida. Lo reconocí al otro lado, porque un lazo dorado me ataba a él a partir de mi muñeca, y ese lazo fue tan ancho, y tan largo que terminó enredado en mi pecho, y en el suyo, recorriendo cada parte de mi cuerpo, atándome a él, desde el inicio. Almas gemelas, lo llamarían algunos, amor de mi vida, el elegido, el único. Él, que hacía que todo a mi alrededor se detuviese y me quitaba la respiración con cada mirada.

Una parte de mí siempre sintió que nos pertenecíamos de formas inefables, lo negué porque creí estar loca o sufrir una pesada y delirante erotomanía, pero él me lo confirmó, diciéndome que una parte de él siempre volvía a mí, que no había un sólo día en el que no se preguntara cómo es que estaba, que siempre volvía a mí, siempre.

Saber eso me derritió el corazón, porque ni siquiera estaba enamorado, o no al inicio, sólo le preocupaba demasiado, y él no sabía por qué. Sólo pasaba.

Aquellas noches nos acurrucamos contra el otro y aunque hiciera muchísimo calor, no me separaba de él ni un milímetro, ni siquiera para levantarme y controlar el aire acondicionado. 

Él dormía plácidamente, desnudo, bajo las sábanas, y yo lo miraba como una loca acosadora, porque lo adoraba y al otro lado de la habitación, en el sofá, estaba el zorro gigante, que me hacía reír muchísimo.

Él despertó, y yo me asusté un poco.

—Tengo una tonada, espera—es lo único que dijo, medio adormilado, levantándose y tomando su celular con rapidez.

Nunca lo había visto en modo compositor, pero fue impresionante a la par de sencillo, sólo empezaba a tararear la tonada y lo grababa como una nota de voz en su celular, al otro día, o en ese mismo instante bajaba a la habitación de los instrumentos, su favorito siempre fue el piano, y en la casa de Nueva York tenía un Wurlitzer totalmente negro, lo tocaba, escribía, borraba, escribía, borraba, lo volvía a hacer, volvía a empezar. Era mágico, casi como ver una canción morir y renacer una y otra vez.

ESTÁBAMOS CONDENADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora