Capítulo 52.-«Vienna» Ultravox.

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Todo se quemó

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Todo se quemó.

Mi vida ardió en llamas y yo estaba atada de manos y pies, sin poder defenderme o apagar el incendio.

Entonces me vi forzada a ver cómo el amor de mi vida se incendió, y cómo yo morí con él.

Y de aquellas cenizas nació una Giselle desconocida, nueva y rota.

Crecía en mí, y no era yo, esa mujer no era yo, no se sentía como yo, pero sólo estábamos esa Giselle y yo, solas.

Y jamás me sentí tan sola  y destrozada en mi vida. 

Después del funeral, del entierro, de los cantos y lamentos de millones personas, de mi familia y mis amigos, de Noah, de Brianna, de Lucía, volví a Los Ángeles, sin pisar ni una sola vez la casa en Nueva York, porque me negaba a volver por aquella puerta de nuevo. Nunca volvería a esa ciudad, me prometí. Esa ciudad, nuestra ciudad, en donde todo grita su nombre y su muerte, en donde él estaba enterrado, no, nunca volvería, porque volver significaba aceptar que él no volvería más.

Y no podía asimilar que no lo volvería a ver.

No podía asimilar que nunca volvería a sentirlo.

No podía asimilar que viviría todo el resto de mi vida adolorida y amputada, que no podría ver la luz de nuevo, ni sentir el calor de su toque contra mis mejillas, ni la suavidad de sus labios contra los míos. 

Caí en desgracia desde lo más alto del ser y la gracia, todo lo que tenía desapareció, me lo arrebataron de las manos, y ahora no quedaba nada más. Sólo silencio, dolor y añoranza.

Al llegar a nuestra casa en Los Ángeles, nunca me sentí tan alejada de la realidad.

Todo era silencio, y gris. Ahora el mundo estaba a blanco y negro.

El lobby estaba lleno de flores, cartas, canastas de fruta, Noah a mi lado, que no había hablado conmigo en todo el trayecto. 

—Tíralo todo, o regálalo, por favor, no me importa, pero no quiero ver nada de esto—le pedí y él asintió.

ESTÁBAMOS CONDENADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora