Capítulo 50.-«What a Difference a Day Makes» Dinah Washington.

135 6 16
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Lo notaron?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Lo notaron?

¿El cómo evito a toda costa llegar a ese punto?

¿El cómo me envuelvo en seda y gasas, una y otra vez, disfrutando y retorciéndome de dicha en mis mejores recuerdos? Podría vivir aquí por siempre, con los ojos cerrados, las memorias volviendo a mí, una sonrisa en mi cara y lágrimas saladas cayendo suavemente contra mis mejillas. Momificada, en el pasado, pudriéndome lentamente y viviendo millones de años de esta forma, con la piel pegada a mis huesos, sin morir, pero tampoco viviendo per se. Eternamente, en ese limbo embriagador de memorias y el pasado, rigiéndome por sus reglas.

Me tengo que obligar a deshacerme de este laberinto engañoso que es mi mente, de estos hilos y telas enredándose en mí y hechizándome, convirtiéndome en un fantasma. Tengo que arrancar todo de mí y concentrarme, tengo que soltar mi momificación por un momento, aclarar mi mente.

Concéntrate.

Nuestro final no es feliz.

Se los advertí desde un inicio, me lo advertí a mí misma, porque no importa cuánto luche o cuánto recuerde, el final siempre será el mismo. Así que, después de ese pequeño arcoíris en medio de la tormenta, debemos de continuar, lo saben, ¿Verdad? bueno, ahora convénzanme a mí y ayúdenme a soltar ese espacio pacífico, por favor. 

Tómenme del brazo y háganme salir, oblíguenme, porque podría contar millones de anécdotas de felicidad al lado suyo, como cuando pasamos aquellas vacaciones en Escocia y no paramos de bailar como unos locos en medio de aquel pueblo junto con los locales, o en aquel valle completamente verde y lleno de flores silvestres, tomados de los brazos y girando como unos locos, cerrando los ojos y gritando. Parecía un sueño.

—¡NO ME VAYAS A SOLTAR!—gritaba yo, riéndome.

—¡¿QUIÉN ME CREES?!—sentí que mis manos se resbalaban y chillé.

—¡DEMIAN, NI SE TE OCURRA!

—¡ME SUDAN LAS MANOS!—apretó con fuerza y yo me reí.

—¡CONTRÓLATE!

—¡NO ES ALGO QUE PUEDA CONTROLAR!

Y él siempre me terminaba soltando, siempre. 

Caía de espaldas contra el césped, riéndome y maldiciéndolo. 

ESTÁBAMOS CONDENADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora