Capítulo Treinta y uno

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Narra Alejandro

En tres meses la vida puede cambiar, yo logre encontrar la rubia que por dos años busque y no solo eso, logre hacerla mi mujer y tan solo me bastó enamorarla, el problema fue que caí también en ese juego, lo cual no me molesta, porque ser suyo es un jodido privilegio.

—Cielo —salude cuando entre a la habitación, pero la encontré dormida de una forma extraña.

Así que decidí acercarme y noté que estaba teniendo una pesadilla, balbuceaba, sudaba y su respiración era errática.

—Tranquila cielo, estoy aquí —susurre mientras la movía.

—No es verdad —murmuró cuando se despertó.

—Calma y respira —Acaricie su cabello, pero se alejó para recostarse en el cabecero de la cama y hablarse a sí misma.

Es horrible ver como tu mujer se derrumba frente a tus ojos, porque desde antes de irnos a Santorini a estado extraño, como si algo la persiguiera y ayer obtuve mis respuestas, porque la encontré sentada en el patio con una botella de whisky, como si tuviera un voto de silencio, lo cual me hizo entender que algo si ocurre y que esos demonios del pasado estaban volviendo y quiero ayudarla, brindarle mi apoyo, que me permita ser su ancla a tierra. Porque ahora no está sola.

—Lo siento.

—No te disculpes, ahora somos un equipo, tú te derrumba, yo te sostengo.

Coloque mi mano encima de la suya, quería que se diera cuenta que no la dejaré sola, estaré a su lado en cada momento que crea derrumbarse.

—Me agrada esa idea —murmure mientras levantaba la cara, así que aproveché para limpiarle las lágrimas.

—Te traje el desayuno —Señalé la mesita y asintió.

Una bandeja, con tortilla de papa y limonada.

—Gracias por preocuparte, pero no es necesario.

—Cielo eres mi mujer, debo velar por ti —informe mientras colocaba un mechón detrás de su oreja.

De pronto se abalanzó contra mí, hundiendo su cara en mi pecho y dejando que todos esos recuerdos volvieran, y la verdad es que puede sentir su dolor, como su alma se estruja a cada momento y como le cuesta aceptar que ya no hay vuelta atrás.

Así que la apreté más contra mí, acaricie su cabello y le di su espacio, para que todo dentro de ella se calmara, pero sobre todo para que ahora se dejara guiar por la brújula de mi corazón y así llevarla a un punto de felicidad donde solo se concentre en el presente.

—Gracias tormenta —murmuro mientras se separaba de mí, así que limpié sus lágrimas.

—Se lo que es sentirse roto cielo, así que intentare ser la pieza que te falta.

—No es necesario Alejandro, puedo cuidarme sola —Me miro con reproche y levante las manos.

—Entiendo que tus batallas son tuyas, pero una ayuda no está de más.

—Bien —murmuró sin emoción mientras agarraba su desayuno.

Me esperé a que desayunara y aunque no quiso hablar más, no la forcé, igual el silencio era lo indicado en estos momentos. Los dos necesitamos calmar nuestros pensamientos.

—Descansa cielo —susurre mientras besaba su coronilla.

Se había acostado en mis piernas y le estaba acariciando el cabello, de apoco cerraba los ojos y su respiración se volvió más tranquila.

—Te lo permito —dijo mientras apretaba mi mano.

—¿Que?

—Conocer a mis demonios.

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