Capítulo Veintinueve

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Dos días después descubrí que la vida puede cambiar es cuestión de minutos, porque cuando decidí arriesgarme a ese terreno desconocido no sabía lo que podía pasar, pero logramos entendernos sin la necesidad de un sustantivo y ahora que queremos dárselo es porque sabemos que estamos listos para ese paso, porque tres meses fueron suficientes para enamorarnos del otro.

—Hola cielo —saludo Alejandro mientras me abrazaba por la cintura y me daba un beso en el cuello.

—¿Dónde andabas? —pregunte un poco curiosa.

Después del almuerzo había desaparecido y no me molesta que salga, si no que no avise.

—Estaba resolviendo un asunto —respondió mientras colocaba al frente de mí una caja de terciopelo roja.

—Gracias tormenta —Me voltee para mirarlo y abrió la caja.

Era una hermosa pulsera de dimanantes pequeños con un escrito adelante que decía "Mi cielo" y solo puedo decir que eran hermosos estos detalles que tenía conmigo.

—Todo para mi reina.

Lo agarre del cuello de su camisa para atraerlo a mí y poder besarlo a nuestro ritmo, ese que solo conocemos cuando cerramos la puerta, donde demostramos nuestros más profundos deseos.

—Haría lo mismo por ti.

—Y tengo algo más.

—¿Hay algo especial hoy?

—Apenas empiezo cielo —confesó mientras su mirada azulada se volvió más intensa.

—¿Qué? —pregunte bastante confundida.

—Ve arreglarte, te espero aquí.

—Misterioso.

Lo mire un poco molesta, pero igual me di la vuelta para irme hacia nuestro cuarto y aunque no tenía idea de que ponerme, sabía que cualquier cosa lo volvería loco.

Así que elegí un vestido azulado pegado al cuerpo, arruchado, de tirantes y no tan corto, con unas sandalias grises con trasparencia. En el cabello me hice ondas y me maquille un poco los ojos, además de un labial mate color nude y sin falta me coloque los accesorios, el anillo junto la pulsera que me regalo y un hermoso collar pegado al cuello.

 En el cabello me hice ondas y me maquille un poco los ojos, además de un labial mate color nude y sin falta me coloque los accesorios, el anillo junto la pulsera que me regalo y un hermoso collar pegado al cuello

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—Qué mujer tan hermosa —halago mientras me agarraba la mano y me daba una vuelta.

—Gracias, lo sé.

—Nos vamos —Me ofreció su brazo y lo acepte.

—¿A dónde caballero?

—A una cita cielo —respondió con una sonrisa encantadora.

Salimos de la casa no sin antes despedirnos de las niñas y dejarlas a cargo de los guardaespaldas, aunque con lo sobreprotector que es Alejandro las vigilara con las cámaras cada segundo.

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