CAPÍTULO 23

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22 DE OCTUBRE DE 1050

LONDRES

—Muy bien, señora, siga pujando— una mujer de la clase alta se encontraba pariendo a su primer hijo. La mujer gritaba del dolor mientras pujaba para poder dar a luz.

Después de varios intentos, el pequeño bebé nació, pero eso no terminó ahí, ya que la mujer esperaba a un hijo más. La mujer comenzó a gritar y a pujar de nuevo —¿Qué sucede?— la partera se encontraba algo confundida. Nunca en su vida había recibido a dos bebés de una sola mujer. Después de un largo trabajo, una pequeña recién nacida comenzó a llorar. —Es un milagro, señora— dijo la partera dándole a los recién nacidos en los brazos a la mujer.

—Mis hijos— la mujer sonrió y besó la frente de ambos bebés.

La partera tomó a los bebés de nuevo y los llevó a recostar a su cuna. Después el esposo de la mujer, entró y se acercó a la madre que se encontraba descansando en su cama —Mi amada—. Se sentó a un costado de ella y le tomó la mano —¿Cómo se encuentra nuestro hijo?

—Nuestros— lo corrigió —Tuvimos dos hermosos bebes.

—¿En serio?— preguntó entusiasmado. La mujer asintió y dirigió su mirada hacia la cuna que se encontraba al lado de la ventana. El hombre se puso de pie y se acercó a la cuna para que pudiera ver a sus pequeños bebés. —Son bellísimos.

El tiempo pasó y los pequeños crecieron hasta cumplir diez años —Adeline, Connor. Es hora del desayuno— dijo la madre de ambos niños desde las escaleras de la enorme mansión.

Los pequeños bajaron corriendo y riendo. Ambos vestidos con ropas del mismo color —Buenos días, madre— saludaron ambos al mismo tiempo.

—Buenos días, pequeños— dijo la madre acariciando la cabeza de ambos pequeños. —¿Cómo durmieron?— preguntó y se sentó en una de las sillas de la enorme mesa.

—Buenos días, mi amada— el hombre saludó a la mujer, se acercó a ella y le dio un beso en los labios.

—Buenos días para ti también— ella respondió mientras el hombre se sentó en otra de las sillas junto a ella.

La cocinera sirvió el desayuno y luego la familia comenzó a comer tranquilamente.

—Saben, ¿Qué día es hoy?— la mujer miró a sus hijos.

—No— ambos respondieron desanimados.

—Pues les diré, hoy es su cumpleaños y por tal motivo iremos a la ciudad a comprar todo lo que ustedes quieran— la mujer explicó con alegría.

—Y ¿Padre vendrá también?— el pequeño Connor preguntó.

—Por supuesto— respondió el hombre y el niño sonrió alegremente.  

Después de que terminaran de comer el desayuno, todos se alistaron y subieron al carruaje que los llevaría a la ciudad. —Hemos llegado, señor.

Todos bajaron del carruaje y comenzaron a caminar por las calles de la enorme ciudad. Mientras caminaban y visitaban los puestos de los comerciantes que vendían cosas traídas de altamar, compraron muchas cosas, como juguetes y ropas finas para los pequeños.

(...)

A la semana de haber cumplido los diez años, los dos pequeños enfermaron de gravedad y ningún doctor les daba un motivo claro de su padecimiento. —Las criadas me contaron sobre una mujer que cura todo tipo de enfermedades— dijo la mujer a su esposo. Ella estaba desesperada, veía sufrir a sus pequeños y no sabía qué hacer para poder ayudarlos.

—Lo sé, mi amada. Pero esa mujer utiliza hechicería— el hombre se encontraba leyendo unos papeles —Sabes perfectamente que el Rey prohibió todo eso— dejó de leer y la miró —Nos meteremos en un gran lio si traemos a esa mujer a casa.

—Entonces, ¿Dejarás morir a tus hijos?— cuestionó la mujer.

—No, es solo que romperíamos las leyes dictadas por el Rey.

—Ni siquiera sabrá que hemos contactado a esa mujer— se acercó al hombre —Lo mantendremos en secreto.

—Entonces si es por salvar a mis hijos, haré lo que sea necesario— el hombre se levantó de la silla en la que se encontraba sentado. —Iré a ver a esa mujer— caminó hasta la puerta y salió de la habitación.

—¿Va a salir? ¿Quiere que preparemos el carruaje?— preguntó una de las criadas de la casa.

—No será necesario— el hombre salió apurado de la casa y luego se dirigió a la casa de la bruja.

Al llegar, tocó la puerta un par de veces y después del quinto intento, una mujer hermosa y joven, salió a recibir al hombre —Señor John, lo esperaba— dijo la mujer en cuanto vio que el hombre se descubrió la cabeza —Pase, yo sé a lo que viene.

—Escúchame muy bien. Te daré todo lo que me pidas con tal de que salves a mis hijos y mantengas en secreto que estuve aquí.

—Bueno, pues mi silencio cuesta— se acercó al hombre —He escuchado que su familia es una de las más adineradas de toda la ciudad, así que quiero quince lingotes de oro.

—Tenga por seguro de que los recibirá, así que por favor. Salve a mis hijos.

—Entonces, guíeme hasta ellos. Yo los salvaré de la muerte.

Después del trato, el hombre llevó a la bruja a la mansión en donde los pequeños se encontraban moribundos.

—Necesito estar a solas con los niños— habló la mujer —No puedo hacer mi trabajo si me miran y estos pequeños están a punto de morir— los padres solo obedecieron a la mujer y salieron de la habitación.

La mujer recordó las palabras de su madre: "si no estarás en el trono entonces busca a alguien que supla tu lugar". La mujer se aseguró de convertir a los pequeños en miembros de su raza. Convirtió al pequeño en un vampiro y a la pequeña, la cual la supliría en el futuro, la convirtió en un licántropo.

Sus habilidades no se mostraron en el momento, sino que, al cumplir la madurez, ellos comenzaron con su "maldición". Ellos creían que la bruja los había maldecido convirtiéndolos en lo que ahora eran.

Cuando el Rey se enteró de eso, acusó a ambos hermanos de brujería y pagaron el precio por haber roto las leyes impuestas en el reino. A ambos se les consideró como brujos, así que el castigo por sus crímenes sería morir en la hoguera. Se les dictó su sentencia y luego, delante de todo el pueblo, fueron quemados vivos.

Los gritos de delirio de la mujer se escucharon retumbar por toda la plaza, hasta que, después de varios minutos, murió gracias a las quemaduras intensas. En cambio, el hombre ni siquiera se quejó de dolor. Su cuerpo se sanaba rápidamente, después de que las llamas se extinguieron, todos se horrorizaron al ver que el hombre no había muerto. Entonces decidieron enterrarlo vivo, ya que los otros métodos de tortura y muerte no funcionaron en él.

En el oscuro bosque, a tres metros bajo tierra, dentro de una apretada caja de madera, encadenado con cadenas de plata; el hombre vivió ahí durante los siguientes cinco siglos.

MI OMEGA (En Proceso De Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora